Tras La Caída . L. G. Castillo

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Tras La Caída  - L. G. Castillo


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mano. Estaba yendo demasiado lejos. Necesitaba controlarse.

      —No es algo que yo deba contarte. —Ella se frotó el brazo justo por donde él la había cogido—. Es algo que Raphael quiere contaros a ti, a Lash y a Naomi. De hecho, él está ahora mismo con Michael, pidiéndole permiso para revelaros parte de vuestro pasado.

      —¿Nos van a devolver nuestros recuerdos?

      —Es poco probable. Estoy segura de que Raphael ya te ha contado que la supresión de vuestra memoria forma parte de su castigo.

      Jeremy asintió. Mientras esperaba junto a Naomi a que esta despertase, Raphael le contó por qué él y Lash no podían recordar su pasado. —Parece que lo han castigado durante mucho tiempo.

      —No es cosa tuya decidir cuánto tiempo debe durar un castigo —le regañó—. Pero estoy de acuerdo. Creo que ha durado tanto porque está muy relacionado con lo que está ocurriendo ahora, incluyendo tu actual asignación. Lo que hizo Raphael tuvo una reacción en cadena no solo contigo, con Lash y con Naomi, sino también con... — Hizo una pausa mientras Jeremy la miraba fijamente conteniendo el aliento.

      —Bueno, debo irme. Solo quería decirte que tu asignación será pronto para así darte tiempo para que te prepares.

      Jeremy dejó escapar un suspiro, decepcionado. No le había revelado nada nuevo. De todas formas, él tenía que averiguar la manera de librarse de la asignación si quería hacer las cosas bien con Lash.

      —¿Hay alguna forma de que pueda recurrir mi asignación? ¿Tal vez si hablo con Michael?

      —Podrías hacerlo, pero eso solo hará que se enfade aún más. Yo ya he hablado con él en tu nombre. ¿Cómo crees que te dieron permiso para irte y aislarte?

      —¿Tú hiciste eso?

      —Sí. ¿Por qué estás tan sorprendido? Soy famosa por hacer una o dos cosas buenas de vez en cuando —dijo con un brillo en sus ojos verdes.

      Él parpadeó impactado. En realidad, parecía estar bromeando.

      —Michael quería que tú te encargases de su instrucción, además de ser su pareja en su primera asignación. Yo lo convencí para que me dejara entrenarla a mí.

      —Gabriel, no sé cómo darte las gracias. —Si fuera así de amable con Lash, la vida sería muy distinta para su hermano. Aunque Lash nunca lo admitiría, todo lo que él siempre había querido de ella era su respeto.

      —Aquí estás. He estado buscándote, Jeremiel —dijo Raphael desde los jardines. Una réplica más mayor de sí mismo caminaba hacia ellos con una gran sonrisa en el rostro. —Bienvenido de nuevo, hijo mío.

      Jeremy tragó saliva con dificultad al oír esas palabras. Raphael siempre había sido como un padre para él. Aunque siempre parecía dirigir su atención hacia Lash, se las arreglaba para pasar tiempo con él.

      —Por tu sonrisa, deduzco que la reunión con Michael ha ido bien —dijo Gabrielle.

      —Sí. Sí, ha ido bien. Estuvo de acuerdo en que sería beneficioso para todos divulgar cierta información sobre nuestro pasado para así reforzar nuestros lazos. —Raphael se giró hacia Jeremy y le dio una palmadita en el hombro —. Ven, Jeremiel. Tenemos que contarle muchas cosas a tu hermano.

      Justo antes de que Jeremy se diera la vuelta, este pilló a Gabrielle mirando a Raphael con tal anhelo que hasta tuvo que mirarla dos veces. Sus ojos verdes se angostaron y su cara volvió a ser la de la Gabrielle de siempre, por lo que se preguntó si se estaba imaginando cosas raras.

      Ella levantó la vista hacia la montaña que había a las espaldas de él con una sutil sonrisa. —Recuerda lo que te he dicho, Jeremy. Juega tu partida de póquer.

      3

      Naomi colocó los platos en el fregadero y rápidamente limpió la cocina, tratando de borrar de su mente la imagen de Uri agonizando. No quería ni pensar en la posibilidad de perder a Lash de tal forma.

      —¿Qué estás haciendo? —Lash se puso detrás de ella y con un dedo recorrió su cuello.

      —Limpiar. —Metió las judías en un tarro y colocó los cartones de bingo en una cajita.

      —Lo que dije iba en serio. —Él cogió la caja de sus manos y la volvió a dejar en la mesa.

      Unos ardientes ojos color miel se posaron sobre los de ella y lentamente vagaron hasta su boca. Recorrió su labio inferior con el pulgar mientras lo miraba fijamente, maravillado.

      Ella respiró entrecortadamente e inhaló su delicioso aroma, que le hizo olvidar a Uri, a Rachel, el Infierno y la muerte. —¿Y qué dijiste?

      Se acercó más a ella, rozando ligeramente sus labios con suyos mientras estos le susurraron: —Ya lo sabes.

      Él levantó la cabeza y le lanzó esa sexy sonrisa que siempre provocaba que su cuerpo pareciera estar en llamas. Sus largos dedos se entremetieron por su cabello. Levantó un grueso mechón hasta su nariz e inhaló. Su pecho retumbó de placer, haciendo que a ella se le debilitaran las rodillas.

      Suavemente, sin apartar la mirada de la suya, él le retiró el pelo sobre el otro hombro. Enroscó los dedos en su nuca y tiró de ella hacia él.

      Ella se estremeció cuando su lengua, caliente y húmeda, se arremolinó alrededor de su oreja. Dejó escapar un suave gemido.

      —¿Te estoy distrayendo? —Su voz era profunda y sensual.

      —N-no —dijo ella entrecortadamente mientras aquellos ardientes labios se presionaban contra su cuello e iban deslizándose hacia abajo. —¿Dijiste algo relacionado con unas actividades?

      Él le cogió la mano y la colocó sobre su pecho. Ella pudo sentir el calor abrasador de su cuerpo tonificado debajo de la camisa. —Ajá. —Su pecho resonó, provocando que su mano sintiera un hormigueo.

      Puso su mano sobre la de ella y los ojos se le iluminaron de forma provocativa. —¿Te gusta el nuevo y mejorado Lash?

      Él guió su mano hacia abajo por su pecho y ella se deleitó al sentir sus endurecidos músculos. —Sí —suspiró ella mientras trazaba con los dedos las líneas de sus abdominales. —Más de lo que tú crees.

      —Demuéstramelo —dijo con voz áspera, con deseo.

      Enrollando los dedos en su sedoso pelo, ella tiró de él haciendo que sus febriles labios se desplomaran sobre los suyos. Unos calientes y húmedos labios le devoraron la boca; su mentón le rasgaba la barbilla con cada zambullida de su lengua, dejándosela rosada y magullada.

      Ella le sacó la camiseta de un tirón, desesperada por sentir su piel y la calidez de su pecho. Se separaron durante un momento para arrojar la ropa al suelo. Seguidamente, Lash se inclinó para levantarla y ella rodeó con fuerza su cintura con las piernas.

      Ella sintió el frío de la pared contra su espalda mientras Lash se apretaba contra ella. Ella gimió por su dureza vibrando, queriéndolo, necesitándolo. Podrían hacerlo mil veces y aun así no era suficiente.

      Ella arañó su espalda cuando los labios de él recorrieron su cuello hasta sus senos. Inclinó la cabeza hacia atrás gimiendo y apretando las piernas con más fuerza. Lash gimió.

      Ella recorrió con la lengua su marcado mentón, disfrutando de su áspera barba de tres días. Él gimió nuevamente y ella jadeó cuando a él se le puso más dura aún.

      Antes de que se diera cuenta se produjo un fuerte traqueteo en la mesa y las sillas cayeron al suelo cuando Lash salió atropelladamente de la cocina hacia el dormitorio con ella en brazos.

      Cuando la soltó, esta cayó en una nube de suavidad. Lash se puso sobre ella con ojos llenos de pasión. —Eres tan hermosa.

      Lentamente, se recostó a su lado y pasó los dedos sigilosamente sobre sus labios, cuello y alrededor de sus senos. Ella gimió


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