Tras La Caída . L. G. Castillo

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Tras La Caída  - L. G. Castillo


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qué esperar. Se habría abrigado más. Gabrielle tan solo había estado allí una vez, pero se quedó esperando en el exterior de la cueva. Según ella, con una vez ya había tenido suficiente. Le llevó unos días recuperarse de la experiencia.

      Solamente Raphael sabía lo que el Infierno era en realidad. Él hizo que Gabrielle le esperase mientras él atravesaba con valentía las profundidades de la caverna hasta alcanzar el lago. Era la única persona que conocía que había bajado hasta allí y había vuelto... vivo.

      Deseaba haberle preguntado a Raphael qué esperar de aquello y cómo prepararse. Suspiró. Si hubiera podido se habría escapado sin ser vista, pero habrían informado a Michael y lo más probable era que la hubieran puesto bajo vigilancia hasta que fuera sido demasiado tarde.

      Dejó escapar un gemido al pensar en que él pudiese morir. Se llevó la mano a la boca, horrorizada, mientras el sonido retumbaba en la oscuridad, rebotando en los muros. Su cuerpo tembló al luchar contra la idea de perderle. Tuvo que recomponerse. Si la pillaban, sería el final para ambos.

      Respiró con determinación y se empujó alejándose del muro. «Puedo hacerlo. No le perderé».

      Sus pies raspaban el suelo de la cueva mientras caminaba arduamente en la oscuridad. Al girar una esquina, se topó con dos túneles.

      «¿Por cuál debería ir?» Sus ojos se humedecieron y se mordió el labio, frustrada. Estaba cansada. Muy cansada. Si elegía el incorrecto, no sabía si luego podría ir por el segundo. El tiempo se le agotaba. Tenía que elegir ¡ya!

      Estaba a punto de decantarse por el túnel de la izquierda, cuando escuchó un gemido procedente del de la derecha.

      «¡Es él!»

      Salió corriendo en dirección hacia donde venía el sonido con energías renovadas y, en unos minutos, llegó a una gran caverna. El calor le golpeó el cuerpo provocando que se encogiese de dolor debido al abrupto cambio de temperatura. Se detuvo de repente agitando los brazos al tratar de recuperar el equilibrio para no caer sobre la lava fundida que apareció justo delante de sus ojos amenazando con achicharrarle las puntas de los dedos de los pies.

      ¡El lago!

      Un tremendo calor hizo que se le nublara la visión, así que se frotó los ojos. Todo lo que pudo ver fue un mar rojo de calor. «¿Dónde está?»

      Mientras buscaba entre la neblina, finalmente visualizó una figura borrosa, inmóvil. Parpadeó de nuevo y se quedó sin aliento cuando sus ojos consiguieron enfocar.

      ¡Oh, no! No podía ser él.

      Al otro lado del lago, encadenado a la pared, desnudo, se encontraba la única persona sin la que ella jamás podría estar. La única por la que desafiaría las órdenes del mayor de los arcángeles, si tuviera que hacerlo para salvarlo.

      Uriel.

      Las lágrimas se derramaron por sus acaloradas mejillas al ver su magnífico cuerpo, quemado por la lava que salpicaba sobre su piel. Sus hermosas y aterciopeladas alas blancas se habían teñido de un negro grotesco. Con cada movimiento que hacía, sus plumas se convertían en cenizas inertes que caían al suelo.

      —Uriel —carraspeó ella.

      Uriel levantó la cabeza y unos sorprendentes ojos azules que contrastaban con el negro de su cara carbonizada, la miraron llenos de dolor. —No —gimió él—. Vete. Vete ya. Él va a venir...

      La caverna rugió y la lava salió disparada por el aire, salpicando un líquido abrasador sobre su pecho. Él arqueó la espalda chillando de dolor.

      —¡Ya voy, Uriel! —Se quitó el manto y abrió las alas.

      —Es demasiado tarde para mí —dijo con voz ronca—. No lo hagas.

      —No, no lo es. No me importa lo que digan los demás. Te has redimido y mereces otra oportunidad.

      Él la miró fijamente a los ojos. —Perdóname. No soy digno de ti.

      —No hay nada que perdonar. Te amo.

      Desesperada por encontrar una forma de llegar hasta él, Rachel miró a su alrededor. Tragó saliva mientras movía las alas y reunió todas sus fuerzas para impulsarse en el aire. Tan solo fue capaz de elevarse medio metro del suelo. Era como si una barrera invisible la empujara hacia abajo. Agobiada, miró a su alrededor buscando otra forma de llegar hasta él hasta que vio un estrecho sendero de piedra rodeado de lava. No había otra manera de acercarse a él.

      Con todas sus fuerzas, se impulsó hacia arriba intentando distanciarse de aquel líquido ardiente. La caverna tembló de nuevo y una ola de lava golpeó contra los muros, mandando gotas de lava por el aire que cayeron sobre sus alas.

      Gritó de dolor y empezó a caer.

      —No, Rachel. Vuelve —gimió Uriel.

      Antes de que Rachel pudiera decirle que no iba a dejarle allí de ninguna manera, esta sintió una oleada de aire en su espalda.

      —Llévatela... Gabrielle —dijo Uriel entrecortadamente—. Mantenla... a salvo.

      —Tienes mi palabra —dijo Gabrielle mientras agarraba a Rachel.

      —¡No! —gritó Rachel, forcejeando con los brazos de acero de Gabrielle—. Déjame ir. ¡Déjame ir!

      Rachel estiró los brazos como si pudiera aferrarse a él. —¡Uriel! ¡Uriel!

      Justo cuando Gabrielle salía volando de la caverna, un fuerte estruendo sacudió la cueva y el sonido de los gritos de él llegaron hasta ella, mezclándose los gritos de ambos.

      Después, silencio.

      Él se había ido.

      Ella cayó sin fuerzas en los brazos de Gabrielle mientras volaban de vuelta por el gélido túnel. El frío se extendió por su rostro y sus manos, y luego se propagó por su corazón hasta lo más profundo de su alma hasta que no quedó nada más que un oscuro entumecimiento. No importaba. Nada importaba ya.

      Cuando salieron volando de la cascada bajo los rayos del sol, ella llevaba la mirada perdida hacia las nubes que flotaban sobre su cabeza. Y, aunque el sol brillaba sobre su rostro, no podía sentir su calidez. Dudaba que volviera a sentirla de nuevo algún día. Su corazón permanecería vacío por siempre porque Uriel había muerto.

      —¡Espera! ¿Uri murió? ¿En plan muerto, muerto? ¿Dejó de existir? ¿Murió? —Naomi miró boquiabierta a Rachel y seguidamente miró a Uri. Su hoyuelo apareció cuando sonrió. —Pero, estás... estás aquí.

      Rachel se quedó mirando a la nada con una expresión de tristeza, como si hubiera vuelto a la cueva.

      —¿Rachel? ¿Estás bien? —Naomi sacudió su hombro con el ceño fruncido por la preocupación. De todos los ángeles que había conocido durante su corto periodo de tiempo en el Cielo, Rachel era la más alegre; siempre hablaba sobre los cotilleos de los ángeles. Deseaba no haberle preguntado cómo se conocieron ella y Uri. Naomi no tenía ni idea de su trágico pasado, ni de que Rachel y Uri estuvieron separados. Uri, cuyo nombre era la apócope de Uriel, siempre había estado al lado de Rachel.

      Cuando Naomi conoció a Uri, se quedó alucinada por la forma en la que él le guiñaba y bromeaba con ella. Además, era cariñoso, como Rachel. Pensaba que Lash se pondría celoso por la forma en la que Uri flirteaba con ella, pero entonces se dio cuenta de que era así con todo el mundo, incluso con Gabrielle.

      El Cielo no podía concebirse sin los bellísimos ángeles, y aunque el estilo oscuro y taciturno de Lash era más su tipo, tenía que admitir que Uri era atractivo. Su cabello era rubio ceniza y lo llevaba corto con mechones que le caían sobre la frente, destacando unos burlones ojos azules. Pero lo que más lo caracterizaba, eran sus labios carnosos que siempre parecían estar fruncidos. Muchos de los ángeles femeninos babeaban cada vez que Uri les besaba las manos para saludarles o se derretían cada vez


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