Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas

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Colección de Alejandro Dumas - Alejandro Dumas


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de la ciencia, de las concepciones poéticas más sublimes, de los cálculos políticos más ingeniosos. Le parece que estás pendiente de sus palabras porque inclinas la cabeza con ademán pensativo…

      »¡Pobre estadista! ¡pobre poeta! ¡pobre sabio!

      »Estás a cien leguas de lo que te está diciendo, sin atender a otra cosa que a la hija adorada que juega junto a ese maldito estanque en el cual podría caer corriendo y sin pensar más que en el fresco de la noche que pueda helarla, porque recuerdas que su madre, a los veintidós años, sucumbió víctima de una de esas enfermedades que siegan en flor la vida.

      »No obstante, tu Magdalena ha crecido, su espíritu se ilustra, su imaginación se ensancha y te entiende cuando le hablas de los poetas, de los campos, de Dios Todopoderoso. Empieza a quererle de otro modo que por el solo instinto, y empieza a oírse a su paso un lisonjero rumor de alabanzas que su hermosura y gentileza arrancan a quien le ve.

      »Opinan todos que es la más encantadora; mas, para que nada le falte, es preciso que también disponga de riquezas. Para ti nada necesitas; pero para ella todo es mezquino según lo que merece.

      »¡Conque, manos a la obra! Conviértete por ella en ambicioso y avaro, créale una aureola con tu gloria y un tesoro con tus sudores; las rentas del Estado están sujetas a fluctuaciones que pueden ser causa de depreciación de su valor; cómprale esa hermosa granja; con dos años de trabajo puedes proporcionársela.

      »Y no ya la riqueza, sino hasta el lujo, es preciso procurarle.

      »Esos lindos piececitos que apenas pueden llevarla, están pidiéndote un coche. Es cuestión de un mes de economía; no es, pues, cosa de oponer ningún reparo.

      »Cuando sientas fatigado tu cuerpo, dile que te mire; cuando sientas cansado tu espíritu, haz que te sonría.

      »Ya tiene granja y coche; ahora le faltan joyas.

      »¿Qué padre hay que repare en la fatiga del cuerpo y del alma para lograr que su hija se atavíe con riqueza? Cada arruga de tu frente tiene el valor de una perla, cada una de tus canas puede comprarle un rubí; si agregas algunas gotas de tu sangre completarás su aderezo. Merced al sacrificio de unos años de tu vida tu hija estará deslumbradora como una reina, y será un modelo de belleza y distinción.

      »A la postre todos estos esfuerzos, todos estos cuidados, todos estos trabajos son otros tantos goces, y en plazo no lejano obtendrá la recompensa. Pronto la niña será mujer. ¡Cuál no será tu alegría cuando veas que su entendimiento comprende todas tus ideas y su corazón todo tu amor!

      »Entonces tendrás ya una amiga, una confidente, una compañera: más que todo eso, porque ningún sentimiento terrenal podrá mezclarse con ese amor mutuo que habrán de profesarse padre e hija. Su presencia será la de un ángel que por permisión divina habita en la tierra.

      »Ten aún un poco de paciencia y cosecharás lo que sembraste, y tus privaciones te valdrán cuantiosas riquezas, y tus pesares se convertirán en inefables alegrías.

      »Mas he aquí que en un momento dado pasa un extraño, ve a tu hija, le desliza unas cuantas palabras al oído, y no bien las ha escuchado cuando le consagra un amor más intenso que el que te profesa a ti y te deja por él y entrega para siempre a ese extraño su vida, que es la tuya. Cúmplese así la ley de la Naturaleza; ésta mira siempre a lo futuro.

      »¡Y, ay de ti, si profieres una queja! Estrecha con la sonrisa en los labios la mano de tu yerno, es decir, de ese ladrón de felicidad que viene a robarte tu dicha, si no quieres resignarte a que se diga de ti:

      »He ahí a Sganarelle, que no permite que su hija Lucinda se case con Clitandro.

      »Pues Molière ha escrito a propósito de esto una terrible comedia, intitulada el amor médico, en la cual como en todas sus producciones, la jovialidad sólo sirve de máscara para cubrir un rostro bañado en amargo llanto.

      »Ya pueden ponderar hasta el colmo los amantes el martirio que les causan sus celos. ¿Qué supone la ira de un Otelo si se la compara con la desesperación de Brabantio y de la Sachette?

      »¡Oh! ¡Los amantes! ¿Acaso vivieron veinte años de la vida del ser que ellos idolatran?

      »¿Por ventura, después de crearlo una vez, lo perdieron para salvarlo otras veinte?

      »¿Acaso es para ellos su sangre y su alma, como para nosotros los padres lo es nuestra hija? ¡Nuestra hija! Esas dos palabras lo expresan todo.

      »Cuando les traiciona por otro, exclaman a voz en grito que aquello es un crimen; pero cuando antes nos hizo traición por ellos les pareció la cosa más natural.

      »Y aún me dejo por decir lo más terrible, lo más doloroso; y es que nuestro abandono y nuestra pena no tienen ya lenitivo, mientras que los amantes si pierden su amor conservan la posesión de lo presente y esperan en lo futuro.

      »Nosotros los padres damos nuestro adiós de una vez a lo venidero, a lo actual y a lo pasado.

      »A los amantes les acompaña la juventud, en tanto que a los padres nos acecha la vejez.

      »Lo que para ellos es su primera pasión para nosotros es nuestro último sentimiento.

      »Cuando a un marido le engañan, cuando a un amante le venden, encuentra a su placer mil queridas, y sucesivos amores llegan a hacerle olvidar el primero.

      »Mas ¡ay! un padre ¿podrá encontrar otra hija?

      »¡Que se atrevan ahora todos esos jóvenes paliduchos a comparar con el nuestro su infortunio!

      »El amante asesina, cuando el padre se sacrifica; el amor del primero no es más que orgullo, mientras que el del segundo es todo abnegación; ellos aman a sus esposas y a sus queridas en beneficio propio, con un cariño egoísta; nosotros queremos a nuestras hijas pensando únicamente en labrar su felicidad.

      »Hagamos, pues, el último sacrificio, el más cruento de todos, aunque nos cueste la vida. Ni la menor sombra de egoísmo debe manchar lo más desinteresado, misericordioso y divino que posee el alma humana: el amor de padre.

      »Consagrémonos ahora más que nunca a esa hija que se aleja de nosotros; mostrémosle tanto o más cariño cuanto más indiferencia y frialdad veamos en ella; queramos al que ella quiere, entreguémosla al que viene a robárnosla.

      »¿Qué vale nuestra pena, si a costa de ella podemos darle la dicha?

      »¿No lo hace así el propio Dios de cuyo amor inmenso participan también los que no le aman, Dios que no es otra cosa que un gran corazón paternal?

      »Queda así, pues, decidido: dentro de tres meses Magdalena será la esposa de Amaury, a no ser que…

      »¡Oh! ¡Dios mío! no me atrevo a proseguir… »

      Así era en efecto. La pluma se le cayó de la mano, lanzó un profundo suspiro o inclinó la cabeza, presa de profundo abatimiento.

      Capítulo 6

      Índice

      Se abrió en esto la puerta del despacho para dar paso a una joven que se aproximó de puntillas al doctor y después de contemplarle un instante con melancólica expresión a la que no parecía habituado su semblante risueño, le dio en la espalda una palmada cariñosa.

      El doctor se estremeció y levantó la cabeza.

      —¡Cómo! ¡Antoñita! ¿eres tú?—exclamó.—¡Bien venida seas, hija mía!

      —No sé si dirá usted eso mismo dentro de muy poco rato, tío.

      —¿No? ¿por qué no he de decirlo?

      —Porque vengo a reñirle.

      —¿Reñirme, tú?

      —Sí, yo misma.

      —¡A ver! Explícate;


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