Alamas muertas. Nikolai Gogol

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Alamas muertas - Nikolai Gogol


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un hombre muy capaz; el coronel de la gendarmería decía que era un hombre sabio; el presidente de la Cámara, que era un hombre instruido y honorable; el jefe de policía, que era un hombre honorable y cortés; la mujer del jefe de policía... que era el más cortés y el más amable de los hombres. Hasta el mismo Sobakievich, que rara vez daba una opinión favorable sobre nadie, habiendo llegado bastante tarde de la ciudad y, al acabar de desvestirse, se tumbó en la cama junto a su escuálida esposa y le dijo a ésta: «Dusienka, he estado donde el gobernador pasando la tarde. He comido donde el jefe de policía y he conocido al consejero colegiado Pavel Ivanovich Chichikov[13]: «¡Un hombre muy agradable!» A lo que la esposa respondió: «¡Hmmm!» y le golpeó ligeramente con la pierna.

      Ésa fue la opinión, tan halagadora para el visitante, que se formó en la ciudad sobre él y que se mantuvo hasta que una extraña cualidad suya y de la empresa o, como dicen en las provincias, de la «aventura», de la que el lector se enterará en breve, sumiese a casi toda la ciudad en una completa perplejidad.

      CAPÍTULO 2

      Hacía ya más de una semana que el forastero vivía en la ciudad, andando de aquí para allá por reuniones y comidas y pasando de esta forma, como suele decirse, unos ratos muy agradables. Finalmente, decidió llevar sus visitas más allá de la ciudad e ir a ver a los terratenientes Manilov y Sobakievich, tal como les había prometido. Quizá le impulsara a esto otra razón más importante, un asunto más serio, más cercano al corazón... Ahora bien, el lector irá conociendo todo esto poco a poco y a su tiempo, tan sólo si tiene la paciencia de leer el relato que aquí se presenta: muy largo y que tendrá, después de ensancharse y ampliarse a medida que se acerque hacia el final, un asunto que lo corone.

      Por la mañana temprano, se le dio a Sielifan, el cochero, la orden de enganchar los caballos a la brichka que ya conocemos. A Pietruska se le mandó que se quedara en casa y vigilara la habitación y la maleta. No estará de más, para el lector, conocer a los dos siervos de nuestro héroe. Aunque, ciertamente, ellos no son unos personajes tan importantes sino que más bien son de esos que se llaman de «segunda fila» o incluso «de tercera»; aunque los principales desarrollos y resortes del poema no se sostienen sobre ellos y sólo en algunos lugares se refieren a ellos y los tocan ligeramente..., el autor ama extraordinariamente ser detallado en todo y, partiendo de ahí, pese a ser ruso, quiere ser cuidadoso como un alemán. Esto, por otra parte, no ocupará ni mucho tiempo ni mucho espacio porque no hace falta añadir cosas que el lector ya sabe, es decir, que Pietruska iba con una levita un poco ancha, de color castaño, que había pertenecido al señor y tenía, según la costumbre de la gente de su condición, una nariz y unos labios gruesos. Su carácter era más taciturno que locuaz; tenía incluso un noble impulso hacia la cultura, es decir, hacia la lectura de libros cuyo contenido no fuera complicado: a él le daba completamente igual un héroe de aventuras


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