Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano. Andrea Laurence

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Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano - Andrea Laurence


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oportunidad para que todos nos vean juntos.

      –De acuerdo. Pero bailo muy mal –repuso ella con ansiedad.

      –Me cuesta creer que hagas algo mal, Annie –dijo él, riendo.

      Ella le dio la mano, que estaba helada. Nate se la apretó para calentársela y la llevó al centro de la pista. A continuación, la rodeó por la cintura y le apoyó la palma de la otra mano en los lumbares.

      –Se acabó –le susurró él con una sonrisa–. Voy a comprarte un vestido nuevo. Tienes las manos heladas.

      –No es por el vestido –replicó ella–. Es por el baile. Me quedo fría cuando estoy nerviosa.

      Nate arqueó las cejas, sorprendido.

      –¿Tú, nerviosa?

      Annie era una mujer dura. Podía jugar contra todos los hombres que había en la fiesta y vencerlos. Sin duda, lo haría con esos tacones altos y ese vestido corto. ¿Y la idea de bailar la hacía quedarse helada de miedo?

      –No lo digas muy alto –pidió ella, arrugando la nariz–. Es uno de mis secretos. No me conviene que lo sepan los demás jugadores.

      Nate rio, apretándola contra su cuerpo.

      Poco a poco, Annie fue rindiéndose a la música. Tras unos momentos, apoyó la cabeza en el hombro de él. Nate cerró los ojos, apretándose más contra ella.

      Era tan agradable abrazarla así…

      Entonces, él posó un beso en su pelo e inhaló su familiar y seductor aroma. Era como un recuerdo lejano que no había conseguido olvidar.

      Tenerla entre sus brazos era la sensación más cálida del mundo, como meterse en un baño caliente, se dijo él, sumergiéndose en aquella deliciosa experiencia.

      Pronto, el resto de la gente desapareció a su alrededor. Era como si solo estuvieran los dos. ¿Por qué se sentía como si fuera la primera vez que estaba así con ella?, se preguntó Nate.

      Quizá, porque nunca lo había hecho. Sí, se habían acostado juntos. Él había explorado cada centímetro de su cuerpo. Pero nunca la había sujetado de esa manera entre sus brazos. Annie era como un colibrí, siempre moviéndose de una flor a la siguiente. Era hermosa, pero era imposible sujetarla. Si alguien lo intentaba, ella huía. Y a él le había costado mucho sufrimiento aprender la lección.

      Cuando Annie suspiró con la cabeza en el pecho de él, Nate apretó la mandíbula. Era el mismo sonido de satisfacción que ella hacía cuando dormía, recordó. Había pasado tanto tiempo desde la última ver que lo había oído y, a la vez, parecía que había hecho el amor con ella apenas el día anterior.

      La última noche que habían estado juntos, Annie se había acurrucado sobre sí misma y se había quedado dormida mientras él estaba en la ducha. Cuando volvió, se quedó media hora observándola. La había contemplado hipnotizado por su belleza, despojada de todo escudo en su sueño. Sus pestañas negras descansaban, sus mejillas estaban sonrojadas y sus labios hinchados después de tantos besos.

      A él casi le había estallado el corazón de orgullo al pensar que era suya.

      Había estado a punto de despertarla para hacerle el amor de nuevo. Si hubiera sabido lo pronto que iba a perderla, lo habría hecho. Había creído, como un tonto, que tenía todo el tiempo del mundo para estar con ella.

      Quizá, esa noche podía recuperar el tiempo perdido y retomarlo donde lo habían dejado. Solo de pensarlo, a Nate le subió la temperatura y se le puso el cuerpo tenso.

      Annie percibió el súbito cambio y levantó los ojos hacia él con preocupación.

      –¿Qué pasa?

      La balada terminó y comenzó otra canción más movida. Pero, mientras la gente entraba y salía de la pista de baile, Nate no se movió. Solo apretó las caderas contra ella.

      –Nada –dijo él con una sonrisa traviesa.

      Annie abrió mucho los ojos y sonrió.

      –Creo que deberíamos ir arriba y hacer algo con eso.

      * * *

      Annie tenía mucha prisa por llegar. No se molestaron en despedirse de nadie mientras salían de la fiesta. En cuanto se quedaron a solas en el ascensor que los conduciría a la suite, ella se giró hacia él, esperando que la devorara.

      Sin embargo, Nate se quedó apoyado en la pared con las manos en los bolsillos. A pesar de su postura relajada, era obvio que su cuerpo estaba en tensión. La recorrió con la mirad de arriba abajo, aunque no hizo ningún movimiento, aparte de tragar saliva con dificultad.

      Annie casi había olvidado que a él le gustaba tomarse su tiempo y disfrutar de cada segundo. Ella no podía entenderlo, pues ardía de ganas de poseerlo. Tenía los pezones endurecidos y la entrepierna ardiendo de deseo. Ansiaba con toda su alma que la tocara.

      Todavía les quedaban quince pisos por subir. Annie no podía esperar tanto. En un rápido movimiento, apretó el botón de parada, haciendo que el ascensor de detuviera de golpe. Nate dio un pequeño traspié.

      Mirándolo a los ojos, ella se llevó las manos a la nuca y se desabrochó el cuello del vestido. Era lo único que sujetaba aquel atuendo en su sitio, así que el suave tejido cayó a sus pies de inmediato.

      –¿Nate? –sonó la voz de Gabe, desde el receptor de radio que Nate llevaba colgado a la cintura.

      –¿Sí? –repuso Nate con los ojos clavados en Annie.

      –Nos han informado de que tu ascensor privado se ha detenido entre el piso diez y el once.

      –Correcto –contestó Nate al radio receptor, sonriendo.

      Hubo un largo silencio antes de que Gabe volviera a hablar.

      –De acuerdo. Avísame si necesitas ayuda.

      –Eso haré –repuso Nate, y apagó el receptor, dejándolo caer al suelo.

      Tras aquella pequeña interrupción, Annie se acercó a él con decisión y apretó los pezones endurecidos contra su pecho. Él la observaba con una mano en el bolsillo y la otra en la cadera, aunque su rostro delataba la creciente tensión sexual. Ella le recorrió la mandíbula con un dedo.

      –Tócame, Nate. No me hagas esperar más.

      Era lo único que Nate necesitaba escuchar. Acto seguido, la rodeó con sus brazos y posó un suave beso en sus labios, haciéndola estremecer.

      –Te deseo –le susurró él.

      Annie le respondió poniéndose de puntillas para darle un beso, tierno al principio, lleno de fuego a los pocos segundos.

      Nate le deslizó las manos por la espalda, le palpó el trasero un momento e, inclinándose, le agarró un muslo con suavidad para ponérselo alrededor de la cintura.

      Annie gimió al sentir que aquella nueva postura ponía la erección de él en contacto directo con su húmedo sexo. La sensación era abrumadora, mientras los dos se besaban con frenesí.

      Pronto, la chaqueta de él cayó al suelo. Annie le desabotonó la camisa a toda velocidad y le recorrió el pecho desnudo con las manos, saboreando sus fuertes músculos. Las deslizó más abajo, hasta la cintura de sus pantalones y siguió bajando…

      Con un gemido, Nate le sujetó la mano y se giró con ella, colocándola contra la pared. El ascensor estaba frío contra su espalda, pero no lo suficiente como para enfriar el fuego que la inundaba.

      Nate trazó un camino de besos desde su oído hasta su cuello, mientras ella se estremecía de placer.

      Entonces, Annie le quitó la camisa y la tiró al suelo. Aunque quería tener los ojos abiertos, para apreciar lo apuesto que era, no fue capaz. Él estaba besándole los pechos y, cuando se metió un pezón en la boca, ella echó la cabeza hacia atrás, cerrándolos.

      –Ay,


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