Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano. Andrea Laurence

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Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano - Andrea Laurence


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acusarla de no hacer su trabajo. Además, así, no tendría que vigilar a Gordon y podría concentrarse en jugar–. Es un alivio.

      –Aunque deberías estar atenta con Eddie Walker.

      Annie se quedó parada con al botella de agua en la mano. No se había esperado ese comentario, aunque tampoco le extrañaba que el Capitán intentara cuidar de ella. Ese viejo jugador era lo más parecido que había tenido a un padre en su vida.

      –No está en mi mesa hoy.

      –El problema de Eddie es que trabaja con un círculo de jugadores. Es mejor que esté en tu mesa, porque no suele hacer trampas en persona. Es un tramposo odioso. Me gustaría lo atraparan, así los demás podríamos jugar tranquilos sin tener a tantos vigilantes de seguridad observándonos.

      Annie se sintió culpable por estar hablando con él mientras llevaba el micrófono.

      –Me sorprende que nadie lo haya pillado todavía, ya que todo el mundo sabe lo que hace.

      –Es muy cuidadoso. Y listo. Elige a un jugador principal para llevarlo a la mesa de la final y, luego, hay otros diez cómplices metidos en el campeonato. Nunca sabes quién está en ello. He oído que, este año, tiene una nueva socia trabajando para él. Yo no la he visto –continuó el Capitán–. Pero he oído que…

      ¿Socia? Annie se atragantó con el agua. El Capitán dejó de hablar y le dio una palmadita en la espalda, preocupado.

      –¿Estás bien? –preguntó el viejo jugador.

      –Sí, lo siento. Si me disculpas, tengo que ir al baño.

      –Claro.

      Entonces, Annie se refugió en el baño, esperando que Gabe tuviera la decencia de dejar de escuchar.

      Annie había jugado el sábado y tenía el domingo libre.

      Nate lo había pasado fatal. Había estado observándola en la mesa durante toda la tarde, ansiando tocarla. Había tenido que apretar las manos dentro de los bolsillos durante horas, fingiendo sonreír a pesar de su agonía.

      Cuando Annie había terminado, victoriosa, la había llevado de inmediato a su suite. En un instante, la había desnudado y la había atrapado entre sus brazos. Se habían pasado toda la noche encerrados, habían pedido que les subieran la cena y habían hecho el amor hasta caer rendidos.

      Cuando empezó a amanecer el domingo, Nate se incorporó en la cama para contemplarla. Parecía agotada. Tenía el pelo largo y moreno enredado en la almohada y se le movían los ojos bajo los párpados, como si estuviera soñando.

      Sin hacer ruido, se levantó y se acercó a su despacho. Al momento, recibió una llamada de Gabe. No había hablado con él desde el final de la sesión de campeonato del día anterior.

      –Hola.

      –Buenos días –repuso Gabe con tono seco–. Tenemos que hablar de algo que pasó ayer.

      –¿Qué? –preguntó Nate, frunciendo el ceño.

      –Cuando yo estaba abajo, vigilando a Eddie como me habías pedido, uno de mis hombres estaba escuchando las conversaciones de Annie.

      En realidad, Nate no quería saber lo que su amigo estaba a punto de decirle. Podría echar a perder su entusiasmo sexual en un momento.

      –¿Y? –inquirió Nate con reticencia.

      –Estaba hablando con el Capitán, sobre Walker. El Capitán dijo que había oído que Walker había reclutado a una nueva mujer que trabaja para él. Y, justo cuando iba a continuar con los detalles, Annie se atragantó, empezó a toser y se excusó para ir al baño.

      No era una buena noticia. Saber que su cómplice era una mujer reducía la lista de sospechosos drásticamente. Y que Annie no hubiera continuado la conversación, ni le hubiera hablado de ello, le reducía a una sola persona. ¿Era posible que Tessa fuera algo más que la novia de Walker?

      –Creo que voy a llevar a Annie a mi casa hoy. Los dos sabemos que Eddie trama algo, es posible que Tessa esté implicada también, pero ignoramos qué sabe Annie. Estaba pensando que podía obtener más información de ella si nos vamos del casino.

      –Asegúrate de que no te engañe. No sabes si está implicada. Podría ser la jefa de la banda y estar usando su conexión contigo para distraer nuestra atención.

      –Supongo que lo averiguaremos antes o después –repuso Nate, y colgó. Se negaba a pensar mal de Annie.

      Acto seguido, marcó el número de su ama de llaves, Ella. La mujer, de unos sesenta años, vivía en casa de Nate y la mantenía limpia y organizada.

      Nate le explicó los planes para que Ella lo preparara todo para su llegada. Lo cierto era que él llevaba más de un mes sin pasarse por su casa. La pobre mujer debía de haber estado muy aburrida, pues parecía deseosa de ponerse manos a la obra.

      –¿Nate? –llamó Annie con voz somnolienta desde el dormitorio.

      –¿Te has despertado? –repuso él, volviendo a su lado–. Vístete.

      –¿No vas a impedirme que me ponga la ropa?

      Nate la miró un momento. Tenía el pelo revuelto con un aspecto muy sexy, una larga pierna asomaba por debajo del edredón y podían adivinarse sus turgentes pechos bajo la sábana. Consideró hacerle el amor en ese mismo momento, pero decidió que prefería hacerlo en un sitio nuevo.

      –Solo si no te das prisa –contestó él, sonrió y se fue al armario para vestirse.

      Se arreglaron a toda velocidad y, en cuestión de minutos, estaban en el Mercedes descapotable de Nate, rumbo a las afueras. Él solo le había dicho que se pusiera ropa cómoda y que llevara un bañador y ella había obedecido.

      Tardaron unos veinte minutos en llegar. Era una casa de dos pisos con paredes color arena y tejado de teja roja. Nate pulsó el mando a distancia para abrir la puerta del garaje y aparcó. Para compensar a su ama de llaves por haberla avisado con tan poca antelación, le había ofrecido una tarde de spa en el Sapphire. Ella se lo merecía y, por otra parte, así estarían solos.

      –Te haría una visita guiada de la casa, pero ni yo mismo la conozco muy bien –reconoció él cuando salieron del coche.

      Annie rio.

      –Deberías trabajar un poco menos, Nate.

      –Bueno, aquí estoy, ¿no es así? –replicó él, extendiendo los brazos–. Además, no pienso aceptar críticas de una mujer que vive con una maleta a cuestas.

      –Touché –dijo ella, sonriendo.

      Nada más entrar en la casa, se dirigieron al dormitorio principal, bautizaron la cama y se pusieron el bañador para ir a la piscina. Como niños, se salpicaron y jugaron en el agua. Luego, se tumbaron a descansar en las hamacas, hasta que tuvieron hambre.

      Entonces, se fueron a la cocina para ver qué había preparado Ella. Había una nota encima de la mesa informándolos de que tenían listos los ingredientes para una pizza casera en el frigorífico.

      –¿Crees que podremos hacerla? –preguntó Annie, mirando la bola de masa de pizza preparada sobre la encimera.

      –Vamos, claro que podemos hacer una pizza –contestó él, tomando los ingredientes–. Ella ha hecho casi todo el trabajo. Al menos, será divertido intentarlo. Si nos sale mal, podemos pedir algo. Toma –indicó, tendiéndole unos tomates y un poco de albahaca–. Prepara lo que le vamos a poner por encima mientras yo me pongo con la masa.

      Nate aplastó la masa, le colocó la salsa casera de Ella y pedazos de mozzarella, mientras Annie cortaba los tomates. Estaba muy hermosa. El baño en la piscina le había quitado todo el maquillaje. Su largo pelo moreno seguía húmedo, con mechones cayéndole por la espalda. Su piel dorada parecía más oscura en contraste con el biquini blanco que llevaba debajo de un fino pareo anudado a la cintura.

      Annie


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