Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano. Andrea Laurence

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Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano - Andrea Laurence


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adicta a él, a cómo le hacía sentir.

      Nate se puso de rodillas, recorriéndole el vientre y el ombligo con labios y lengua. Cuando le acarició el borde de las braguitas, ella se agarró a la barandilla del ascensor.

      Él le bajó las braguitas poco a poco, volviéndola loca de excitación, hasta que le levantó un pie y, luego, el otro, para quitárselas. Ya solo llevaba unas medias hasta los muslos y los tacones.

      Temblando, Annie se dijo que era mejor que no abriera los ojos. Si lo miraba en ese momento, podía delatarse y dejar que él supiera lo mucho que ansiaba aquello…

      Nate le deslizó las manos por las piernas, trazando un camino de fuego hasta llegar a sus muslos. Mientras, ella se agarró a la barandilla con todas sus fuerzas, con los ojos apretados, mordiéndose el labio.

      Con un suave movimiento, él le abrió los muslos y acercó la boca a su entrepierna. Al mismo tiempo, le dibujaba círculos con los dedos en los muslos, hacia las caderas. Ella tragó saliva, sin respiración, expectante.

      Nate no la decepcionó. La saboreó, haciéndola gritar de placer. Sus caricias estuvieron a punto de llevarla el clímax, hasta que hizo una pausa, dándole tiempo a recuperarse antes de continuar con su erótico asalto.

      Annie gritó de nuevo, arqueando las caderas hacia él.

      –Nathan, por favor –suplicó ella. Necesitaba que la poseyera. Después de haberse pasado tres años sin él, no podía esperar ni un segundo más.

      –Por favor, ¿qué… Annie? –preguntó él, lamiéndola con cada palabra.

      –Quiero tenerte dentro, Nate. Ahora, por favor.

      De inmediato, Nate se apartó para quitarse los pantalones, sin quitarle a Annie los ojos de encima. Como un jugador de ajedrez, parecía estar planeando su próximo movimiento, sin dejar de devorarla con la mirada.

      A Annie le daba igual lo que hiciera, con tal de tenerlo encima de ella. Era un hombre muy guapo. Su cuerpo era incluso mejor de lo que lo recordaba, como si se hubiera pasado largas noches en el gimnasio desde que lo había dejado. Poseía la clase de perfección masculina que los artistas del Renacimiento habían intentado plasmar.

      En un momento, se quedó desnudo, apuntando hacia ella con su erección. A Annie se le quedó la boca seca al verlo.

      Sin decir una palabra, se acercó, la agarró de la cintura y la levantó. Ella lo rodeó con las piernas y se sujetó de sus hombros. Despacio, él se agachó lo necesario y, con un gemido de placer, la penetró.

      Se quedaron casi quietos unos instantes, mientras saboreaban la sensación. Había pasado mucho tiempo. Annie no podía explicárselo, pero aparte del contacto físico, había entre ellos una conexión intangible que los años no habían podido romper.

      Agarrándola del trasero, Nate la empujó despacio hacia la pared. Despacio, entró y salió de ella, moviéndose rítmicamente.

      Annie se aferró a él, con la cara enterrada en su cuello. Con cada arremetida, la penetraba con más profundidad, llevándola cada vez más cerca del orgasmo. El aliento de él le quemaba en el oído, mezclado con calientes susurros.

      Ella apretó los dientes.

      –Aun no –jadeó.

      Al verse poseída por el mismo deseo arrebatador que la había consumido en el pasado, los miedos de Annie afloraron a la superficie. Esa era la razón por la que se había alejado de él hacía años. Sabía que no podía resistirse a él.

      Ignorando su súplica, Nate se movió con rápidas arremetidas, hasta que la tensión estalló dentro de ella como una marea de placer.

      –Sí –murmuró él en su oído, animándola en su orgasmo, mientras sentía cómo ella se apretaba a su alrededor.

      Entonces, cuando ella se quedó quieta, exhausta de tanto gozo, él gritó su nombre y también llegó al éxtasis.

      Los dos se quedaron jadeantes, apoyados en la pared fría del ascensor, él aún entre los muslos temblorosos de ella.

      –Ha merecido la pena esperar… –dijo él, sin aliento–. Pero no dejemos pasar otros tres años antes de repetirlo.

      Con Annie abrazada a él, Nate apretó el botón para que el ascensor siguiera subiendo.

      Capítulo Seis

      Annie no estaba segura de cómo iría el primer día del campeonato. Estaba acostumbrada a concentrarse en su ritual personal cada vez que jugaba. El lío en el que se había metido era todo lo opuesto.

      Para empezar, apenas había dormido. Nate y ella habían hecho el amor hasta que sus músculos no habían podido más. Y, al poco tiempo de quedarse dormida, él la había llamado para decirle que era hora de levantarse.

      Era extraño despertar con él a su lado. Era una sensación familiar y agradable que no recordaba haber tenido nunca antes. En el pasado, solo había sentido pánico por saber que estaba casada.

      Tras incorporarse en la cama, lo había visto irse al baño, vestido solo con los pantalones del pijama. De inmediato, el deseo había vuelto a apoderarse de ella, pero se había contenido. Tenía un gran día por delante.

      Antes de bajar, había quedado con Gabe para que le pusiera el micrófono y los cables. El jefe de seguridad le había dado algunas indicaciones importantes, aunque lo único en lo que podía pensar ella era en lo incómodo que era tener los cables pegados al cuerpo. Además, no se había hecho a la idea de que Gabe estuviera todo el día escuchando sus conversaciones.

      Por todo eso, además de que tenía que espiar a sus colegas jugadores, no se sentía preparada para jugar al póquer. Si perdía y la eliminaban del campeonato, por otra parte, no podría cumplir su trato con Nate. ¿Qué precio pondría él entonces al divorcio?

      Annie tomó asiento y miró a Gordon Barker. Gabe lo había arreglado para que jugara con él ese día porque estaba en su lista de sospechosos. Ella había oído algún que otro rumor acerca de Barker a lo largo de los años, aunque no tenían comparación con lo que se decía de Eddie Walker.

      Personalmente, Annie no había tenido mucha experiencia en jugar con él, por lo que tampoco podía estar segura. Al comienzo de la partida, de todos modos, decidió concentrarse en sus cartas y su jugada antes de hacer nada más. Cuando tuviera una cómoda ventaja frente a sus oponentes, podría centrarse mejor en Gordon Barker, pensó.

      Cerca de la hora del descanso para comer, Annie estaba satisfecha con cómo había ido la mañana. Algunos jugadores habían sido eliminados. Gordon seguía jugando, pero no parecía estar haciendo nada sospechoso. Pronto, podrían borrarlo de la lista. Si todo marchaba según ella esperaba, al final, el único sospechoso sería Eddie Walker. Eso podía ser peligroso por varias razones. Para empezar, a Tessa no le iba a gustar nada descubrir que su hermana había enviado a su novio a la cárcel.

      En el bufé del restaurante, Annie llenó su bandeja y fue a sentarse junto al Capitán. No era un hombre muy amante de los rumores así que, con un poco de suerte, lo único que Gabe oiría sería una de sus largas y famosas historias de marinos.

      –Buenas tardes, señora Reed. ¿Qué tal va tu juego hoy?

      –Es temprano para decirlo –contestó ella con una sonrisa.

      –No te dejes distraer por ese guapo marido tuyo. Los dos parecéis estar disfrutando mucho de vuestra segunda luna de miel, pero eso puede entorpecer el juego. Yo solo he ganado campeonatos cuando no estaba casado.

      Annie sonrió. El Capitán se había casado, al menos, seis veces. Sin embargo, ella había tenido más que de sobra con una sola vez.

      –Lo intentaré. Aunque me preocupa Gordon Barker. He oído rumores de que juega sucio. Odiaría que me eliminara haciendo trampas.

      –No tienes de qué preocuparte –aseguró el


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