Sigmund Freud: Obras Completas. Sigmund Freud

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Sigmund Freud: Obras Completas - Sigmund Freud


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unos individuos y en otros no. De la disposición personal no puede ciertamente depender esta diferencia, pues en esta paciente era muy amplia tal disposición.

      Pero volvamos a Isabel de R. Su primer síntoma histérico, constituido por un intenso dolor en una zona determinada del muslo derecho, surgió durante la enfermedad de su padre. El análisis nos reveló claramente el mecanismo de este síntoma. Era un momento en el que el círculo de representaciones correspondientes a sus deberes filiales entró en conflicto con el contenido de sus deseos eróticos. La sujeto se decidió por los primeros, reprochándose duramente haberlos abandonado por algunas horas, y se creó, al obrar así, el dolor histérico. Conforme a la teoría de la conversión de la histeria, describiríamos el proceso diciendo que la sujeto expulsó de su consciencia la representación erótica y transformó su magnitud de afecto en sensaciones somáticas dolorosas. Lo que no sabemos a punto fijo es si este primer conflicto surgió en el ánimo de la paciente una sola vez o, como creemos más probable, en ocasiones repetidas. Años después volvió a encontrarse ante un conflicto análogo -aunque de mayor importancia moral y más claramente revelado por el análisis-, conflicto que produjo la intensificación de los mismos dolores y su extensión más allá de la zona primitiva. Tratábase otra vez de un círculo de representaciones de carácter erótico, que había entrado en conflicto con todas sus representaciones morales, pues la inclinación amorosa recaía sobre su cuñado, y tanto en vida de su hermana como después de su muerte, no podía serle grato el pensamiento de desear precisamente el amor de aquel hombre. De este conflicto, que constituye el nódulo del caso, nos da el análisis amplia noticia. La inclinación de la sujeto hacia su cuñado, latente desde sus primeras entrevistas, se desarrolló luego favorecida por el agotamiento físico resultante de la asistencia que hubo Isabel de prestar a su madre en su enfermedad a la vista y por el agotamiento moral consiguiente a sus repetidos desengaños. Por esta época comenzó también a fundirse la interior dureza de Isabel hasta llevarla a confesarse que necesitaba el amor de un hombre. Durante suestancia en el balneario, donde la familia pasó reunida parte del verano y se halló la sujeto en trato constante con su cuñado, llegaron sus amorosos deseos, y simultáneamente sus dolores, a su máximo desarrollo. Con referencia a este mismo período, testimonia el análisis de un particular estado psíquico de la enferma, que, agregado a la inclinación amorosa y a los dolores, nos parece facilitar una explicación del proceso conforme a los principios de la teoría de la conversión.

      He de sentar, en efecto, la afirmación de que, no obstante la intensidad de su amorosa inclinación hacia su cuñado, no tenía Isabel en esta época clara consciencia de ella, salvo en muy contadas ocasiones, y entonces por brevísimos instantes. De otro modo se hubiera percatado de la contradicción existente entre tal sentimiento y sus ideas morales y hubiera experimentado tormentos espirituales análogos a los que pasó después de nuestro análisis. Como su memoria no integraba huella mnémica alguna de tales sufrimientos anímicos, hemos de deducir que tampoco llegó a darse clara cuenta de su inclinación. Tanto en esta época como todavía en la del análisis, el amor de su cuñado se hallaba enquistado en su consciencia de manera de un cuerpo extraño, sin haber entrado en relación alguna con el resto de su vida mental. Así, pues, el estado de la sujeto con respecto a dicho amor era el de conocerlo e ignorarlo al mismo tiempo, estado característico siempre que se trata de un grupo psíquico separado. A él nos referimos exclusivamente al decir que Isabel no tenía «clara consciencia» de sus sentimientos amorosos; esto es, no queremos indicar en tales términos una cualidad inferior a un grado menor de consciencia, sino una exclusión del libre comercio mental asociativo con el restante acervo de representaciones.

      Pero ¿cómo podía suceder que un grupo de representaciones tan intensamente acentuado se mantuviera en un tal aislamiento, cuando en general el papel que una representación desempeña en la asociación crece paralelamente a su magnitud afectiva?

      Podremos dar respuesta a esta interrogación teniendo en cuenta dos hechos perfectamente comprobados en el análisis: 1º Que los dolores histéricos surgieron simultáneamente a la constitución del grupo psíquico separado. 2º Que la enferma opuso extraordinaria resistencia a la tentativa de establecer la asociación entre el grupo psíquico separado y el contenido restante de la consciencia y experimentó un intensísimo dolor psíquico cuando tal asociación quedó llevada a efecto. Nuestra concepción de la histeria enlaza estos dos momentos al hecho de la disociación de la consciencia, afirmando que el primero integra su motivo y el segundo, su mecanismo. El motivo fue la defensa del yo contra dicho grupo de representaciones, incompatible con él, y el mecanismo de la conversión, por el cual, en lugar de los sufrimientos anímicos que la sujeto se había ahorrado, aparecieron dolores físicos, iniciándose así una transformación cuyo resultado positivo fue que la paciente eludió un insoportable estado psíquico, si bien a costa de una anomalía psíquica, la disociación de la consciencia, y de un padecimiento físico, los dolores que constituyeron el punto de partida de una astasiaabasia.

      No me es posible indicar ciertamente cómo el sujeto establece en sí mismo tal conversión. Desde luego no se trata de un acto voluntario intencionadamente realizado, sino más bien de un proceso que se desarrolla en el individuo bajo el impulso del motivo de la defensa cuando su organización es susceptible de ello o experimenta en dichos momentos una modificación en tal sentido.

      Podrá preguntársenos ahora qué es lo que se convierte aquí en dolor físico, a lo cual responderemos prudentemente: algo que hubiera podido y debido llegar a ser dolor psíquico. Y si queremos arriesgarnos más e intentar una especie de exposición algebraica de la mecánica de las representaciones, adscribiremos al complejo de representaciones de la inclinación relegada a lo inconsciente cierto montante de afecto, y consideraremos esta magnitud como el objeto de la conversión. Consecuencia directa de esta concepción sería que el «amor inconsciente» habría perdido con dicha conversión gran parte de su intensidad, quedando reducido a una representación harto débil, debilitación que habría hecho posible su existencia como grupo psíquico separado. De todos modos, no es este caso de los más apropiados para esclarecer tan espinosa y complicada materia, pues corresponde muy probablemente a una conversión incompleta. Hay, en efecto, otros casos en los que resulta más fácil hacer ver que existen conversiones totales y que en ellas ha sido expulsada o «reprimida» la representación intolerable, como sólo puede serlo una representación poco intensa, asegurando los enfermos, después de establecido el enlace asociativo, que desde la aparición del síntoma histérico no volvió su pensamiento a ocuparse de la representación intolerable.

      He afirmado antes que Isabel de R. tenía consciencia en algunas ocasiones, aunque sólo muy fugitivamente, de su amor hacia su cuñado. Uno de tales momentos fue, por ejemplo, cuando ante el lecho mortuorio de su hermana atravesó por su imaginación la idea de que su cuñado podía ya hacerla su mujer. Estos momentos presentan considerable importancia para la concepción de toda la neurosis de la sujeto. Creo, en efecto, que para diagnosticar un caso de «histeria de defensa» (Abwehrhysterie) es necesario que haya existido, por lo menos, uno. La consciencia no sabe con anticipación cuándo surgirá una representación intolerable, y esta representación, que luego es reprimida con todas sus ramificaciones y forma así un grupo psíquico separado, tiene que haber existido antes en el pensamiento consciente, pues si no, no hubiese surgido el conflicto que trajo consigo su exclusión. Así, pues, son precisamente tales momentos los que hemos de considerar como «traumáticos». En ellos tiene efecto la conversión, de la cual resulta la disociación de la consciencia y el síntoma histérico. En el caso de Isabel de R. fueron varios los momentos de esta índole (el paseo, la meditación matinal, el baño, la llegada ante el lecho mortuorio de la hermana), e incluso durante el mismo tratamiento debieron de surgir otros más. La multiplicidad de tales momentos traumáticos depende de la repetición de sucesos análogos al que introdujo por vez primera la representación intolerable, sucesos que llevan al grupo psíquico separado nueva excitación y anulan así pasajeramente el resultado de la conversión. El yo se ve obligado a ocuparse de esta representación repentinamente surgida y a restablecer por medio de una nueva conversión el estado anterior. Isabel, en constante trato con su cuñado, se hallaba especialmente expuesta a nuevos traumas. Un caso cuya historia traumática hubiese quedado ya cerrada en el pasado, me hubiera sido más conveniente para esta exposición.

      Pasamos ahora a tratar


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