Sigmund Freud: Obras Completas. Sigmund Freud

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Sigmund Freud: Obras Completas - Sigmund Freud


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a asistir a su padre, entraron en conflicto sus deberes filiales con sus deberes eróticos, y admití que este proceso había constituido el modelo de aquel otro que se desarrolló en el pequeño balneario alpino y produjo la explosión de la enfermedad. Pero de los relatos de la enferma resultó que durante la enfermedad de su padre y en la época inmediatamente posterior, o sea durante aquel espacio de tiempo que calificamos de «primer período», no había padecido dolores en las piernas ni experimentado dificultad alguna de la deambulación. Sólo poco antes de la muerte del padre se había visto obligada a guardar cama algunos días, a causa de fuertes dolores en los pies, pero es muy dudoso que este ataque correspondiera ya a la histeria. El análisis no nos descubrió relación causal alguna entre estos primeros dolores y una impresión psíquica cualquiera. Lo más probable es que se tratara de simples dolores musculares de naturaleza reumática. Pero, aun queriendo admitir que este primer ataque de dolores fuera el resultado de una conversión histérica consiguiente a la repulsa de sus pensamientos eróticos de entonces, siempre quedaría el hecho de que los dolores desaparecieron a los pocos días, de manera que la enferma se habría conducido en la realidad muy diferentemente a como parecía mostrar en el análisis. Durante la reproducción de las reminiscencias correspondientes al primer período, acompañaba sus relatos sobre la enfermedad del padre, las impresiones de su trato con su primer cuñado, etc., con manifestaciones de dolor, siendo así que la época en que vivió tales sucesos no padeció dolores ningunos. ¿No constituye, acaso, esta circunstancia una contradicción muy apropiada para disminuir nuestra confianza en el valor aclaratorio de tal análisis?

      Por mi parte, creo posible desvanecer dicha contradicción aceptando que los dolores -el producto de la conversión- no surgieron cuando la enferma vivía las impresiones del primer período, sino ulteriormente; esto es, en el segundo período, cuando la sujeto reproducía en su pensamiento dichas impresiones. La conversión no habría tenido, pues, efecto con ocasión de las impresiones mismas, sino de su recuerdo. Llego incluso a creer que tal proceso no es nada raro en la histeria y participa regularmente en la génesis de síntomas histéricos. En apoyo de estas afirmaciones, expondré algunos resultados de mi experiencia analítica.

      En una ocasión me sucedió que durante el tratamiento analítico de una paciente histérica presentó ésta un nuevo síntoma, circunstancia que me ofreció la oportunidad de emprender la supresión de un síntoma ya desde el día siguiente a suaparición. Incluiré aquí la historia de esta enferma en sus rasgos esenciales; historia bastante sencilla, pero no por eso menos interesante:

      La señorita Rosalía H., de veintitrés años, que desde algunos atrás venía estudiando canto con el fin de dedicarse a este arte, se quejaba de que su voz, muy bella, por cierto, no le obedecía en determinados tonos, sintiendo entonces una especie de opresión en la garganta. Por este motivo, no le había permitido aún su maestro salir a escena. Dado que sólo los tonos medios presentaban tal imperfección, no podía ésta atribuirse a un defecto del órgano vocal. Unas veces todo iba bien y el maestro se mostraba satisfecho y esperanzado pero en seguida, a la menor excitación de la sujeto, e incluso sin causa ninguna aparente, surgía la opresión impidiendo la libre emisión de la voz. No era difícil reconocer en esta perturbadora sensación una conversión histérica. Lo que no pude comprobar es si realmente se producía una contractura de las cuerdas vocales. En el análisis hipnótico me reveló las circunstancias personales que siguen, y con ellas, las causas de sus padecimientos: Huérfana desde muy niña, fue recogida por una tía suya, cargada de hijos, y entró de este modo a formar parte de un hogar nada dichoso. El marido de su tía, hombre de personalidad claramente patológica, trataba con rudeza y grosería a su mujer y a sus hijos, y perseguía con fines sexuales a todas las criadas que en la casa entraban, intemperancia que se iba haciendo cada vez más repugnante conforme los niños eran mayores. Al morir la tía, se constituyó Rosalía en protectora de los infelices niños, tomó con todo empeño su defensa contra el padre y afrontó valerosamente todos los conflictos que esta actitud suya hizo surgir, teniendo que reprimir de continuo y con gran esfuerzo sus impulsos de manifestar a su tío todo el odio y el desprecio que le inspiraba. Por esta época comenzó ya a sentir opresión en la garganta. Todas las veces que se veía obligada a reprimirse para no dar a su tío una merecida respuesta o para permanecer serena ante una indigna acusación, experimentaba un fuerte cosquilleo en la garganta, opresión y afonía; esto es, todas aquellas sensaciones localizadas en la glotis y la laringe, que luego la perturbaban al cantar. En esta situación, no es extraño que buscase una posibilidad de hacerse independiente para salir de aquella casa. Un honrado profesor de canto se encargó desinteresadamente de ella, después de asegurarle que poseía condiciones para este arte; pero la circunstancia de haber acudido repetidas veces a dar clase sintiendo aún la opresión de garganta provocada por una reciente escena con el tío, estableció un enlace entre el canto y la parestesia histérica, enlace iniciado ya por la sensación orgánica propia del cantar. El aparato del cual debía disponer libremente la sujeto al cantar aparecía perturbado por restos de inervaciones, después de las penosas escenas domésticas en las que Rosalía se había visto obligada a reprimir su excitación. Posteriormente había abandonado el hogar de su tío, trasladándose a una ciudad extranjera, con el fin de permanecer lejos de su familia; pero esta decisión no le había procurado alivio ninguno. Fuera del reseñado síntoma histérico, no presentaba la bella y comprensiva muchacha otro ninguno.

      Durante el tratamiento me esforcé en resolver esta «histeria de retención» por medio de la reproducción de todas las impresiones excitantes y de la derivación ulterior por reacción. Así, dejé que la paciente exteriorizara toda su indignación contra su tío, relatando sus enormidades, insultándole, etc. Este tratamiento le hizo mucho bien; pero, por desgracia, las circunstancias en que vivía por entonces tampoco eran muy favorables. Rosalía no tenía suerte con sus parientes. Al venir a Viena se había alojado en casa de otro tío suyo, que la acogió gustoso, pero provocando con ello el desagrado de su mujer, la cual, suponiendo excesivamente interesado a su marido por Rosalía, se encargó de amargar a ésta su estancia en nuestra capital. En su juventud había tenido que renunciar a sus inclinaciones artísticas y envidiaba ahora a su sobrina, no obstante constarle que si ésta trataba de dedicarse al arte no era tan sólo por vocación, sino por la necesidad de hacerse independiente. De este modo se encontraba Rosalía tan cohibida en la casa, que no se atrevía a cantar ni a tocar el piano cuando su tía podía oírla, y evitaba cuidadosamente lucir sus habilidades ante su tío, hermano de su madre, y en los linderos ya de la vejez, si no era en ausencia de la celosa mujer .

      Resultó, por tanto, que mientras yo me esforzaba en anular las huellas de antiguas impresiones, esta violenta situación de la sujeto con sus huéspedes hacía surgir otras que acabaron por perturbar mi tratamiento e interrumpieron prematuramente la cura.

      Un día acudió la paciente a mi consulta presentando un nuevo síntoma surgido apenas veinticuatro horas antes. Se quejaba de un desagradable cosquilleo en las puntas de los dedos, que la atacaba, desde el día anterior, cada dos horas, obligándola a hacer rápidos movimientos con las manos. No había yo presenciado ninguno de esos ataques, pues si no, hubiera adivinado su causa sólo con ver dichos movimientos pero emprendí en el acto el análisis hipnótico encaminado a descubrir los fundamentos del nuevo síntoma (o, en realidad, del pequeño ataque histérico). Dado que su existencia era aún tan corta, esperaba conseguir rápidamente su aclaración y solución. Para mi sorpresa, reprodujo la paciente -sin vacilación ninguna y en orden cronológico- toda una serie de escenas procedentes las primeras de su infancia, que tenían como elemento común el de haber sufrido sin protestar ni defenderse una injusticia, habiendo podido sentir en ellas, por tanto, el hormigueo en los dedos, como traducción física del impulso de defensa. Por ejemplo, una vez que en el colegio tuvo que extender la mano ante el profesor para recibir un palmetazo. Pero, en general, se trataba de sucesos ni mios a los que podía negarse categoría para intervenir en la etiología de un síntoma histérico. No así, en cambio, a una escena que añadió después, procedente de sus primeros años de adolescencia. Su perverso tío, que padecía de reuma, le había mandado darle unas friegas en la espalda, sin que ella se atreviese a negarse pero de repente se revolvió en la cama, arrojando la colcha, e intentó atraerla a sí. Rosalía echó a correr y se encerró en su cuarto. Se veía que no recordaba con gusto tal suceso, y no quiso tampoco manifestar si al arrojar su tío, de


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