Sigmund Freud: Obras Completas. Sigmund Freud

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Sigmund Freud: Obras Completas - Sigmund Freud


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cierta sensación precordial, no se nos hubiera ocurrido jamás crear tal expresión. Del mismo modo, la frase «tener que tragarse algo», que aplicamos a las ofensas recibidas sin posibilidad de protesta, procede realmente de las sensaciones de inervación que experimentamos en la garganta en tales casos. Todas estas sensaciones e inervaciones pertenecen a la «expresión de las emociones» que, según nos ha mostrado Darwin, consiste en funciones originariamente adecuadas y plenas de sentido. Estas funciones se hallan ahora tan debilitadas, que su expresión verbal nos parece ya metafórica, pero es muy verosímil que primitivamente poseyera un sentido literal, y la histeria obra con plena justificación al restablecer para sus inervaciones más intensas el sentido verbal primitivo. Llego incluso a creer que es equivocado afirmar que la histeria crea por simbolización tales sensaciones, pues quizá no tome como modelo los usos del lenguaje, sino que extraiga con él sus materiales de una misma fuente.

      1924

      a) A la nota 10 debe agregarse:

      Algunos años más tarde, su neurosis se transformó en una demencia precoz. (Caso de P. Janet.)

      b) La historia clínica de Emmy continúa con el siguiente apéndice de 1924:

      Bien sé que ningún analista leerá hoy esta historia clínica sin cierta sonrisa conmiserativa. Recuérdese, empero, que éste fue el primer caso en el cual apliqué sin restricciones el método catártico. De ahí que me incline por dejar a la exposición su forma original, por no adelantar ninguna de las críticas que hoy sería tan fácil hacerle, por renunciar a todo intento de colmar a posteriori las abundantes lagunas. Sólo dos cosas quiero agregarle: mi reconocimiento, ulteriormente adquirido, de la etiología actual de la enfermedad y algunas noticias sobre su curso posterior.

      Cuando pasé, como ya he narrado, algunos días como invitado en su casa de campo, tuvimos por comensal a un hombre que yo no conocía y que a todas luces se esforzaba por caerle bien a la dueña de la casa. Después de su partida, ésta me preguntó si dicha persona me había gustado, agregando como al descuido: «Imagínese que ese hombre se quiere casar conmigo.» En conexión con otras manifestaciones que no había sabido valorar en su momento, hube de convencerme de que ella anhelaba entonces contraer un segundo matrimonio, pero que la existencia de sus dos hijas, herederas de la fortuna paterna, le representaba un obstáculo para la realización de sus propósitos.

      Varios años después me encontré en un congreso científico con un renombrado médico oriundo de la misma región que la señora Emmy. Al preguntarle yo si la conocía y si sabía algo de su vida me respondió que sí: y que él mismo había sometido a un tratamiento hipnótico. Con él, así como con muchos otros médicos, había llegado a la misma situación que conmigo. Había acudido a él en sus estados más lastimosos, había respondido con extraordinario éxito al tratamiento hipnótico, pero sólo para enemistarse entonces con el médico, abandonándolo y reactivando la enfermedad en toda su magnitud. Tratábase de un inconfundible «impulso de repetición» .

      Sólo al cabo de cinco lustros volví a tener noticias de la señora Emmy. Su hija mayor, la misma a la cual yo había formulado atrora un pronóstico tan desfavorable, se dirigió a mí solicitándome un certificado sobre el estado mental de su madre, con motivo de haber sido paciente mía. Proponíase actuar judicialmente contra ella, describiéndola como una tirana cruel y poco escrupulosa. La madre había repudiado a ambas hijas y se negaba a asistirlas en su estrechez material. En cuanto a la firmante de la carta, se había doctorado y estaba casada.

      c) La historia clínica de Catalina concluye con el siguiente apéndice de 1924:

      Después de tantos años me atrevo a abandonar la discreción observada entonces, dejando establecido que Catalina no era la sobrina, sino la hija de la huéspeda, o sea, que había caído enferma bajo la influencia de seducciones sexuales por el propio padre. No cabe duda que, tratándose de una historia clínica, no es lícito introducir una deformación como la que en este caso he realizado, pues la misma no es tan diferente para la comprensión como, por ejemplo, el hecho de haber trasladado de una montaña a otra el lugar del sucedido.

      1895

      EN nuestra «comunicación preliminar» expusimos haber descubierto, al investigar la etiología de los síntomas histéricos, un método terapéutico al que adscribimos considerable significación práctica. Hemos hallado, en efecto, y para sorpresa nuestra, al principio, que los distintos síntomas histéricos desaparecían inmediata y definitivamente en cuanto se conseguía despertar con toda claridad el recuerdo del proceso provocador, y con él el afecto concomitante, y, describía el paciente, con el mayor detalle posible, dicho proceso, dando expresión verbal al afecto.

      Procuramos luego hacer comprensible la forma en que actúa nuestro método psicoterápico: Anula la eficacia de la representación no descargada por reacción en un principio, dando salida, por medio de la expresión verbal, al afecto concomitante, que había quedado estancado, y llevándola a la reacción asociativa por medio de su atracción a la consciencia normal (era una ligera hipnosis) o de su supresión por sugestión médica, como sucede en los casos de sonambulismo con amnesia.

      Cúmplenos hoy desarrollar una completa exposición de los alcances de este método, de sus ventajas sobre otros, de su técnica y de las dificultades con las que tropieza, aunque lo más esencial de estos extremos se encuentre ya contenido en los historiales clínicos que anteceden y hayamos de incurrir en repeticiones.

      POR mi parte puedo decir que mantengo en sus extremos esenciales las afirmaciones de nuestra «comunicación preliminar». He de hacer constar, sin embargo, que en los años transcurridos desde aquella fecha -años de constante labor sobre los problemas allí tratados- se me han impuesto nuevos punto de vista, los cuales han traído consigo una distinta agrupación del material de hechos que por entonces nos era conocido. Sería injusto echar sobre Breuer parte de la responsabilidad correspondiente a este último desarrollo de las ideas que, en colaboración, expusimos en el indicado trabajo. Así, pues, cúmpleme hablar ahora en mi solo nombre.

      Al intentar aplicar a una amplia serie de pacientes el método iniciado por Breuer de curación de síntomas histéricos por investigación psíquica y derivación por reacción en la hipnosis, tropecé con dos dificultades, y mis esfuerzos para vencerlas me llevaron a una modificación de la técnica y de mi primitiva concepción de la materia. En primer lugar, no todas las personas que mostraban indudables síntomas histéricos, y en las que regía muy verosímilmente el mismo mecanismo psíquico, resultaban hipnotizables. En segundo, tenía que adoptar una actitud definida con respecto a la cuestión de qué es lo que caracteriza esencialmente la histeria y en qué se diferencia ésta de otras neurosis.

      Más adelante detallaré cómo llegué a dominar la primera dificultad y qué es lo que aprendí en esta labor. Por el momento quiero exponer cuál fue mi conducta en la práctica profesional con respecto al segundo problema. Es muy difícil ver acertadamente un caso de neurosis antes de haberlo sometido a un minucioso análisis; a un análisis tal y como sólo puede conseguirse empleando el método de Breuer. Pero la decisión del diagnóstico y de la terapia adecuada al caso tiene que ser anterior a tal conocimiento. No quedaba, pues otro remedio que elegir para el método catártico aquellos casos que podíamos diagnosticar provisionalmente de histeria, por presentar uno o varios de los estigmas o síntomas característicos de esta enfermedad. Sucedía así algunas veces que los resultados terapéuticos eran pobrísimos, no obstante haber diagnosticado la histeria, y que ni siquiera el análisis extraía a la luz nada importante. Otras, en cambio, intenté tratar con el método de Breuer neurosis que nadie hubiera sospechado fueran casos de histeria, y hallé, para mi sorpresa, que el método lograba actuar sobre ellas y hasta curarlas. Así me pasó, por ejemplo, con las representaciones obsesivas en casos que no presentaban carácter alguno de histeria. Por tanto, el mecanismo psíquico que nuestra «comunicación preliminar» había


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