Sigmund Freud: Obras Completas. Sigmund Freud

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Sigmund Freud: Obras Completas - Sigmund Freud


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conexiones, ni siquiera obtenemos resultados positivos parciales que nos animen en nuestra labor. A causa de las múltiples conexiones causales existentes, cada una de las presentaciones patógenas aún no derivadas actúa como motivo de todas las creaciones de la neurosis, y sólo con las últimas palabras del análisis desaparece todo el cuadro patológico, siguiendo una conducta análoga a la de cada una de las reminiscencias aisladamente reproducidas.

      Una vez descubierto por la labor analítica e introducido en el yo un recuerdo o un enlace patógeno, sustraídos antes a la consciencia del yo, observamos que la personalidad psíquica así ampliada manifiesta su enriquecimiento en diversas formas. Con especial frecuencia sucede que el enfermo, después de haberle impuesto nosotros, a fuerza de penoso trabajo, cierto conocimiento, alega haber sabido siempre aquello, habiéndonoslo podido comunicar desde un principio. Los más penetrantes reconocen luego que se trata de una ilusión y se acusan de ingratitud. Aparte de esto, la actitud del yo con respecto a la nueva adquisición depende del estrato del análisis del que la misma proceda. Aquello que pertenece a los estratos más exteriores es reconocido sin dificultad, pues continuaba siendo propiedad del yo, y sólo su enlace con los estratos más profundos del material patógeno constituían para aquél una novedad. Lo perteneciente a estos estratos más profundos acaba también siendo reconocido por el enfermo, pero sólo después de largas reflexiones y vacilaciones. Naturalmente, le es más difícil negar las imágenes mnémicas visuales que las huellas mnémicas de simples procesos mentales. Muchas veces dice al principio: «Es posible que haya pensado eso, pero no puedo recordar cuándo», y sólo después de haberse familiarizado con nuestra hipótesis llega a reconocerla como cierta, recordando y demostrando, por medio de múltiples conexiones secundarias, haber tenido, realmente, tales pensamientos. Por mi parte, sigo en el análisis el principio de hacer indispensable la valoración de una reminiscencia emergida de su reconocimiento o repulsa por parte del enfermo. No me cansaré de repetir que estamos forzados a aceptar todo aquello que extraemos a luz con nuestros medios. Si entre ello hubiera algo ilegítimo o inexacto, la coherencia posterior nos enseñaría a separarlo. Dicho sea de paso, apenas si he tenido alguna vez que rechazar una reminiscencia provisionalmente admitida. Todo lo emergido se ha demostrado luego exacto, a pesar de la engañosa apariencia de una contradicción.

      Las representaciones procedentes de una mayor profundidad, que constituyen el nódulo de la organización patógena, son las que más trabajo cuesta al enfermo reconocer como recuerdos. Incluso cuando el enfermo se encuentra ya dominado por la coerción lógica y convencido del efecto curativo que acompaña precisamente a la emergencia de tales representaciones y acepta haber pensado tal o cual cosa, suele aún añadir: «De todos modos, no puedo recordar haber pensado así.» En estos casos nos ponemos fácilmente de acuerdo con él manifestándole que se trataba de pensamientos inconscientes. Pero se nos plantea aquí la cuestión de cómo conciliar esta circunstancia con nuestras propias opiniones psicológicas. ¿Deberemos prescindir de esta negativa de reconocimiento por parte del enfermo, negativa que, una vez terminada la labor, carece de motivo, o habremos de suponer que se trata realmente de ideas que no han llegado a existir; esto es, de ideas para las cuales sólo había una posibilidad de existencia, aceptando así que la terapia consistiría en la realización de un acto físico no cumplido? Es imposible decir nada sobre esta cuestión, o sea, sobre el estado del material patógeno antes del análisis, sin una previa aclaración de nuestras opiniones fundamentales sobre la naturaleza de la consciencia. Habremos de reflexionar sobre el hecho de que en tales análisis podemos perseguir un proceso mental desde lo consciente a lo inconsciente (esto es, a lo no reconocido como recuerdo), viéndole atravesar luego de nuevo lo consciente y terminar otra vez en lo inconsciente, sin que este cambio de la «iluminación psíquica» produzca en él modificación alguna ni alteración de su estructura lógica ni de la coherencia de sus elementos. Si este proceso mental se nos presentase en su totalidad de una vez, no podríamos adivinar cuál parte de él era reconocida por el enfermo como un recuerdo y cuál otra no. Veríamos tan sólo penetrar en lo inconsciente los extremos del proceso mental, inversamente a como se ha afirmado de nuestros procesos psíquicos normales.

      Voy a tratar, por último, de una circunstancia que en la realización de tal análisis catártico desempeña un papel indeseadamente importante. He indicado ya la posibilidad de un fracaso del procedimiento de la presión, caso en el cual no obtenemos, a pesar de todo nuestro apremio, reminiscencia alguna. Indiqué también que cuando así pasa, puede suceder que estemos investigando realmente un punto sobre el cual nada queda ya por decir al enfermo -circunstancia que reconocemos en su expresión serena- o que hayamos tropezado con una resistencia sólo más tarde dominable; esto es, que nos hallamos ante un nuevo estrato en el que aún no podemos penetrar. Esto último lo reconoceremos en la expresión contraída del enfermo, que testimonia de su intenso esfuerzo mental. Pero es posible aún un tercer caso, que también supone un obstáculo ya no intrínseco, sino tan sólo exterior. Este caso se presenta cuando queda perturbada la relación del enfermo con el médico, y constituye el obstáculo más grave que puede oponerse a nuestra labor. Desgraciadamente, hemos de contar con él en todo análisis algo serio.

      He indicado ya qué importante papel corresponde a la persona del médico en la creación de motivos encaminados al vencimiento de la resistencia. En no pocos casos, especialmente tratándose de sujetos femeninos y de la aclaración de procesos mentales eróticos, la colaboración del paciente se convierte en un sacrificio personal, que ha de ser compensado con un subrogado cualquiera de carácter sentimental.

      El interés terapéutico y la paciente amabilidad del médico bastan como tal subrogado. Cuando esta relación entre el enfermo y el médico sufre alguna perturbación, desaparecen también las buenas disposiciones del enfermo, y al intentar el médico investigar la idea patógena de turno, se interpone en el enfermo la consciencia de sus diferencias con el médico. Por lo que sé, aparece este obstáculo en tres casos principales:

      1º Cuando la enferma se cree descuidada, menospreciada u ofendida por el médico o ha oído algo contrario a éste o al tratamiento. Es éste el caso menos grave. El obstáculo queda fácilmente vencido con algunas explicaciones y aclaraciones mutuas, aunque la susceptibilidad y el rencor de los histéricos pueden manifestarse a veces con insospechada intensidad.

      2º Cuando la enferma es presa del temor de quedar ligada con exceso a la persona del médico, perder su independencia con respecto a él o incluso llegar a depender de él sexualmente. Este caso es más grave, por hallarse menos individualmente condicionado. El motivo de este obstáculo se encuentra contenido en la naturaleza de la labor terapéutica. La enferma tiene entonces un nuevo motivo de resistencia, la cual se manifiesta ya, no sólo con ocasión de un determinado recuerdo sino en toda tentativa de tratamiento. Por lo general, se queja la enferma de dolor de cabeza cuando queremos emplear el procedimiento de la presión. Su nuevo motivo de resistencia permanece para ella inconsciente casi siempre, y se exterioriza por medio de un nuevo síntoma histérico. El dolor de cabeza significa su repugnancia a dejarse influir.

      3º Cuando la enferma se atemoriza al ver que transfiere a la persona del médico representaciones displacientes emergidas durante el análisis, caso muy frecuente e incluso regular en ciertos análisis. La transferencia al médico se lleva a cabo por medio de una falsa conexión. Expondré aquí un ejemplo de este género: En una de mis pacientes, el origen de cierto síntoma había sido el deseo, abrigado muchos años atrás y relegado en el acto a lo inconsciente, de que un hombre, con el cual sostenía en una ocasión un íntimo diálogo, la abrazase y le diera un beso. Al terminar una de las sesiones de tratamiento, surgió en la paciente este mismo deseo referido a mi propia persona. Horrorizada, pasó la enferma una noche de insomnio, y a la sesión siguiente, aunque no se negó al tratamiento, su estado hizo inútil toda labor. Una vez averiguada la naturaleza del obstáculo y vencido éste, continuamos el análisis, surgiendo entonces el deseo que tanto había asustado a la enferma, como el recuerdo patógeno más próximo y exigido por el enlace lógico. Así, pues, había sucedido lo siguiente: Primeramente, había surgido en la consciencia de la enferma el contenido del deseo, sin el recuerdo de los detalles accesorios que podían situarlo en el pasado, y el deseo así surgido fue enlazado, por la asociación forzosa, dominante en la consciencia, con mi persona, de la cual se ocupaba el pensamiento de la enferma en otro sentido totalmente distinto. Esta falsa


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