Sigmund Freud: Obras Completas. Sigmund Freud

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Sigmund Freud: Obras Completas - Sigmund Freud


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lo sabía yo. Siempre que tomo un baño frío me pasa lo mismo.» « Pues usted misma me pidió permiso para tomarlo. Ahora ya sabemos que le sienta mal y volveremos a los baños templados.» En la hipnosis le pregunto luego: «¿Ha sido verdaderamente el baño frío lo que le ha puesto a usted de tan mal humor?» «Nada de eso. El baño frío no tiene nada que ver con mi estado de ánimo. Lo que pasa es que he leído esta mañana en el periódico que en Santo Domingo ha estallado una revolución, y como siempre que en dicha isla hay disturbios corren peligro los blancos, temo por un hermano mío allí residente que ya nos ha producido grandes preocupaciones.» Con esto quedó definitivamente zanjado entre nosotros el asunto, y la enferma siguió tomando el baño frío durante varias semanas, sin volver a atribuirle efectos desagradables.

      Se me concederá sin dificultad que este ejemplo es también típico por lo que respecta a la conducta de muchos neurópatas ante la terapia prescrita por el médico. Cualquiera que sea la causa que un día determinado haga surgir cierto síntoma, el enfermo se inclina siempre a derivar dicho síntoma de la última prescripción o influencia médica. De las dos condiciones necesarias para el establecimiento de tales falsas conexiones, una de ellas, la desconfianza, nos parece existir siempre, y la otra, la disociación de la consciencia, es sustituida por el hecho de que la mayoría de los neurópatas no tiene, en parte, conocimiento de la verdadera causa (o por lo menos de la causa ocasional) de su padecimiento, y en parte rehuye intencionadamente dicho conocimiento por serle desagradable recordar lo que de culpa personal haya en su dolencia.

      Pudiera opinarse que las condiciones psíquicas señaladas en los neurópatas, distintas de los histéricos -la ignorancia o el desconocimiento voluntario-, habían de ser más favorables para el establecimiento de una falsa conexión que la existencia previa de una disociación de la consciencia, la cual sustrae, sin embargo, a la consciencia material propio para la relación causal. Pero esta disociación sólo raras veces es completa. Casi siempre llegan hasta la consciencia ordinaria fragmentos del complejo subconsciente de representaciones, y precisamente estos fragmentos son los que dan ocasión a tales perturbaciones. Por lo corriente, es la sensación general enlazada al complejo -angustia, tristeza, etc.- la que se hace sentir conscientemente, como en el ejemplo relatado, y el sujeto se ve llevado por una especie de «coerción asociativa» a enlazarla con un complejo de representaciones dado en su consciencia.

      Otras observaciones realizadas por mí no hace mucho en distinto sector me han probado el poderío de una tal «coerción asociativa». Durante varias semanas hube de abandonar mi lecho habitual y acostarme en otro más duro, en el cual soñé quizá más o con mayor vivacidad que de costumbre, o por lo menos me fue imposible dormir con Ia profundidad normal. Resultó, así, que en el cuarto de hora siguiente al despertar tenía presentes todos los sueños de la noche y los ponía por escrito para intentar su interpretación, consiguiendo, entre otras cosas, referir los sueños de esta temporada, en su totalidad, a dos factores: 1º. A la necesidad de elaborar aquellas representaciones de las cuales sólo fugitivamente me había ocupado durante el día sin agotarlas. 2º. A la imposición de enlazar entre sí los elementos dados en el mismo estado de consciencia. Lo insensato y contradictorio de los sueños dependía de la libre actividad del último de estos dos factores.

      En otra paciente, Cecilia M., de la cual llegué a adquirir un conocimiento más profundo que de ninguna otra de las aquí mencionadas, he podido comprobar que el estado de ánimo correspondiente a un suceso y el contenido del mismo pueden entrar regularmente en una distinta relación con la consciencia primaria. Esta enferma me ha proporcionado las pruebas más numerosas y convincentes de la existencia del mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos que aquí postulamos; pero, desgraciadamente, nos es imposible comunicar, por motivos particulares, su historial clínico. Cecilia M. se hallaba últimamente en un singular estado histérico que seguramente no constituye un caso único, aunque no tengo noticia de que haya sido observado nunca, estado que podríamos calificar de «psicosis histérica de extinción». La paciente había sufrido numerosos traumas psíquicos y padecido, durante muchos años, una histeria crónica con muy diversas manifestaciones. Los motivos de todos estos estados le eran desconocidos; su memoria, espléndida en general, mostraba singulares lagunas, y ella misma se lamentaba de que su vida se le aparecía como fragmentada. Un día surgió de repente en ella una antigua reminiscencia, con toda la plasticidad y toda la intensidad de una sensación nueva, y a partir de este momento vivió de nuevo, durante cerca de tres años, todos los traumas de su vida -entre ellos, algunos que creía olvidados desde mucho tiempo atrás, y otros jamás recordados-, padeciendo terriblemente a través de este período, en el que volvieron a presentársele todos los síntomas que había sufrido en tiempos anteriores. Esta «extinción de antiguas deudas» comprendía un período de treinta y tres años y permitió descubrir la determinación, a veces muy complicada, de todos sus estados. Sólo se lograba procurarle algún alivio dándole ocasión de desahogar verbalmente, en la hipnosis, con las correspondientes manifestaciones afectivas y somáticas, la reminiscencia que precisamente la atormentaba, y cuando yo no podía hallarme presente en tales momentos y tenía que hablar delante de una persona ante la cual se avergonzaba de dar libre curso a sus emociones, sucedió algunas veces que relataba a tal persona la reminiscencia con toda tranquilidad y reservaba para la siguiente sesión de hipnosis el llanto y las manifestaciones que hubieran debido acompañar su relato. Después de una tal limpieza en la hipnosis, se sentía, durante algunas horas, bien y dueña de sí. Pero al cabo de algún tiempo surgía la reminiscencia siguiente, que enviaba delante de ella, a manera de avanzada, el estado de ánimo correspondiente. La enferma se sentía irritable, angustiada o desesperada, sin sospechar jamás que aquel estado de ánimo no pertenecía al presente, sino a algo que iba a surgir en ella en momentos posteriores. En el intervalo establecía regularmente una falsa conexión, que defendía con gran tenacidad hasta la hipnosis. Así, me recibió un día con la pregunta: «¿No cree usted que soy una infame? ¿No es una señal de infamia el haberle dicho a usted ayer aquello?» Lo que el día anterior me había dicho no podía justificar en modo alguno tal juicio, y así lo comprendió la paciente misma después de corta discusión; pero la hipnosis siguiente hizo surgir una reminiscencia relativa a un suceso que doce años atrás le había hecho dirigirse violentos reproches, a los que tampoco reconoce ahora gran justificación.

      Reflexiones posteriores me han llevado a suponer que «tales calambres en la nuca», según los denominaba la enferma, debían de ser estados orgánicamente condicionados, análogos a la jaqueca. En la práctica observamos muchos otros estados de este género, no descritos aún, y cuya singular coincidencia con el clásico ataque de hemicránea nos inclina a ampliar el concepto de esta última. Sabido es que muchas mujeres neurópatas suelen enlazar con el ataque de hemicránea ataques histéricos (contracciones y delirios). Siempre que la señora Emmy de N. sufría de dolores en la nuca, tenía al mismo tiempo un ataque de delirio.

      Por lo que respecta a los dolores en los brazos y en las piernas, opino que se trataba de uno de aquellos casos, no muy interesantes, pero sí frecuentes, de determinación por coincidencia casual. La enferma los padecía durante una época de excitación en que se hallaba asistiendo a un enfermo, y como la fatiga se los hiciese sentir más intensamente que nunca, tales dolores, al principio sólo casualmente asociados a aquellos sucesos, fueron repetidos luego en su recuerdo, como símbolo somático del complejo de asociación. Más adelante expondré varios otros ejemplos de este proceso. Probablemente, tales dolores fueron, en un principio, reumáticos, o sea, para dar un sentido preciso a esta palabra, tan impropiamente empleada con frecuencia, pertenecientes a aquel género de dolores que residen sobre todo en los músculos, permiten observar en éstos una intensa sensibilidad a la presión y una modificación de su consistencia, se manifiestan con máxima intensidad después de un largo reposo o inmovilidad de la extremidad correspondiente -por la mañana-, mejoran mediante la repetida ejecución del movimiento doloroso y pueden hacerse desaparecer por medio del masaje. Estos dolores miógenos, muy frecuentes en todos los individuos, adquieren gran importancia en los neurópatas. Son considerados por ellos, con el apoyo de los médicos que no tienen la costumbre de examinar el músculo ejerciendo presión sobre él, como dolores nerviosos, y proporcionan el material de un número indeterminado de neuralgias histéricas, etc. Sobre la relación de este padecimiento con la disposición a la gota, sólo diré aquí breves palabras. La madre y dos hermanas de


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