Sigmund Freud: Obras Completas. Sigmund Freud

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blasfemias. etc.).

      Tratábase de un delirio histérico que alternaba con el estado normal de consciencia, análogamente a como un «tic» se introduce en un movimiento sin perturbarlo ni fundirse con él.

      Al despertar de la hipnosis miraba un instante en torno suyo, como desorientada; fijaba luego sus ojos en mí, pareciendo entonces recobrarse; se ponía los lentes, que se había quitado antes de caer en el sueño hipnótico, y se mostraba después animada y completamente dueña de sí. Aunque en el curso del tratamiento, que el primer año duró siete semanas, y ocho el segundo, hablamos de toda clase de cuestiones, y aunque durante todo este tiempo celebramos dos sesiones diarias de hipnotismo, nunca me dirigió pregunta ni observación alguna sobre la hipnosis, pareciendo ignorar en lo posible, durante el estado de vigilia, el hecho de que yo la hipnotizaba.

      La súbita interpolación de un delirio en el estado de vigilia era en esta enferma un fenómeno frecuente. Solía lamentarse de que en la conversación daba a veces respuestas desacordes e ininteligibles para sus interlocutores. En mi primera visita, habiéndole preguntado cuántos años tenía, me contestó con toda seriedad: «Soy una mujer del siglo pasado», y semanas después me explicó que en su delirio pensaba por entonces en una preciosa cómoda antigua que había adquirido recientemente. A esta cómoda se refería la fijación cronológica expresada por la sujeto cuando, al preguntarle su edad, le di ocasión para hacer alguna manifestación referente a épocas.

      En estado de vigilia, la había interrogado ya sobre el estado del «tic». Su respuesta fue: «No sé. Hace mucho tiempo que lo tengo.»

      Un simbolismo especial debió de hallarse enlazado aquí, sin duda, a la imagen del sapo; pero, desgraciadamente, no me ocupé de investigarlo.

      Intervalo que se cumplió exactamente.

      La respuesta «no lo sé» podía ser exacta, pero también podía significar que le era desagradable hablar de tales temas. Ulteriormente, he observado en otros enfermos que también en la hipnosis les era tanto más difícil recordar algo cuanto mayor esfuerzo habían realizado para expulsar de su consciencia el suceso correspondiente.

      Como se ve, el «tic» de chascar la lengua y el tartamudeo espasmódico de la paciente son dos síntomas que se retraen a motivos análogos y entrañan un mecanismo parecido.

      Ulteriormente se demostró que todas estás sugestiones de carácter «instructivo» fallaban por completo en esta paciente.

      En esta ocasión extremé demasiado mi energía. Año y medio después, hallándose ya la paciente en un relativo buen estado de salud, se me quejó de que no le era posible recordar sino muy borrosamente ciertos acontecimientos muy importantes de su vida. Veía en ello una prueba de que iba perdiendo la memoria, y yo me guardé muy bien de darle la explicación real de aquella particular amnesia. El éxito total de Ia terapia en este punto concreto dependió también; indudablemente, de haber dejado que la enferma me relatase este recuerdo con todo detalle (mucho más ampliamente de lo que aparece en las notas), mientras que, en general, me contestaba con una simple mención de los sucesos.

      Hasta el día siguiente no llegué a una clara comprensión de esta escena. La áspera naturaleza de la enferma, que, tanto en la hipnosis como en la vigilia, se rebelaba contra toda coerción, la había llevado a encolerizarse contra el hecho de haber dado yo por terminado su relato antes de tiempo, interrumpiéndola con mi sugestión final. Esto prueba -y muchas otras observaciones ulteriores lo confirman- que la paciente vigilaba críticamente mi labor en su consciencia hipnótica. Probablemente me quería hacer el reproche de que perturbaba aquel día su relato, como en días anteriores había perturbado su narración de los horrores de los manicomios; pero no se atrevió a manifestarlo directamente, sino que reanudó el tema interrumpido ocultando los motivos que la hacían volver sobre él. Al día siguiente, una observación crítica de la enferma me hizo darme cuenta del error cometido al interrumpirla.

      Desgraciadamente, no me ocupé, en este caso, de investigar la significación de la zoopsia, distinguiendo lo que la zoofobia tenía de horror primario, tal y como la presentan muchos neurópatas, desde la infancia, y lo que en ella había de simbolismo.

      La imagen mnémica visual del gigantesco lagarto no adquirió seguramente una tal categoría sino por coincidencia temporal con un intenso afecto que embargaba a la sujeto durante la referida representación teatral. Pero como ya he confesado antes, en la terapia de esta enferma me contenté, frecuentemente, con manifestaciones muy superficiales. Este punto concreto recuerda, por otro lado, la macropsia histérica. La paciente era astigmática y muy miope, y sus alucinaciones podían ser provocadas muchas veces por la imprecisión de sus percepciones visuales.

      Por entonces me inclinaba a aceptar, para todos los síntomas de una histeria, un origen psíquico. Hoy adscribiría un carácter neurótico a la tendencia a la angustia de esta paciente, que vivía en una total abstinencia sexual (neurosis de angustia).

      El proceso había sido, pues, el siguiente: Al despertar por la mañana se encontró angustiada, y para explicarse su estado de ánimo, echó mano de la primera representación temerosa que halló en su imaginación. La tarde anterior había tenido con la institutriz de sus hijas una conversación, en la que se trató del ascensor de la pensión donde se hospedaban. Cuidadosa siempre del bien de sus hijas, preguntó si la mayor, que a causa de una enfermedad de los ovarios y de dolores en la pierna derecha no podía andar mucho, utilizaba también el ascensor para bajar del piso. Una confusión de recuerdos le permitió entonces enlazar la angustia, de la cual tenía perfecta consciencia, a la idea del ascensor. Su consciencia no le ofrecía al principio el verdadero motivo de su angustia, el cual no surgió sino más tarde, pero sin la menor vacilación, cuando en la hipnosis la interrogué sobre él. Es éste el mismo proceso estudiado por Bernheim y otros hombres de ciencia posteriores en sujetos que después de la hipnosis llevaban a cabo actos cuya ejecución les había sido encomendada durante ella. Así, Bernheim sugirió una vez a un enfermo que después de despertar del sueño hipnótico se llevase a la boca los dedos pulgares de ambas manos. El enfermo ejecutó este acto en el momento prescrito, y lo explicó diciendo que el día anterior, en el curso de un ataque epileptiforme, se había mordido la lengua, doliéndole ahora la herida. Una muchacha a la que se había sugerido una tentativa de asesinato en la persona de un empleado judicial y totalmente extraño a ella, la llevó a cabo, y al ser detenida e interrogada sobre los móviles de su acto criminal, inventó la historia de que había sido ofendida por aquel individuo e intentado vengarse de él. El sujeto parece sentir una necesidad de enlazar por medio de un nexo casual aquellos fenómenos psíquicos de que tiene consciencia con otros elementos conscientes; y en aquellos casos en los que la verdadera causa se sustrae a la percepción de la consciencia, intenta establecer una distinta conexión, a la que luego presta completa fe, no obstante ser falsa. Naturalmente, una disociación preexistente del contenido de la consciencia favorece mucho tales «falsas conexiones».

      El caso de «falsa conexión» arriba citado merece ser detenidamente considerado, por ser, desde diversos puntos de vista, típico y ejemplar. Lo es en primer lugar por lo que respecta a la conducta de la paciente, la cual me dio aún, repetidamente, en el curso del tratamiento, ocasión de deshacer, por medio de la sugestión hipnótica, tales falsas conexiones y destruir sus efectos. Relataré aquí detalladamente un caso de este género, que arroja viva luz sobre el hecho psicológico correspondiente. Había propuesto a mi paciente sustituir el baño templado habitual por un baño de asiento frío, prometiéndose que le sentaría mejor. La enferma obedecía sin la menor resistencia todas las prescripciones facultativas, pero las seguía con manifiesta desconfianza, pues como ya indicamos, ningún tratamiento médico le había proporcionado gran alivio. Mi proposición del baño frío no fue tan autoritaria que le impidiera expresarme su desconfianza: «Siempre que he tomado un baño frío he estado luego melancólica durante todo el día. Pero si usted quiere, probaré otra vez, no vaya usted a decir que no hago lo que me dice.» Ante estas objeciones, renuncié aparentemente a mi propuesta, pero en la hipnosis siguiente le sugerí que me hablase, como si ahora fuese idea suya, de los baños fríos, diciéndome que había reflexionado y quería probar, etcétera. Así sucedió, en efecto, al día siguiente, en el cual la enferma me expuso todos los argumentos


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