Besos de seda. Verity Greenshaw

Читать онлайн книгу.

Besos de seda - Verity Greenshaw


Скачать книгу
tratándose de Gregory. Desde pequeño había sentido fascinación por el equilibrio en los colores, la disposición de sus juguetes de una manera específica y no de otra.

      Él la había citado esta tarde de domingo para comer, pero Bianca rehusó mostrarse públicamente. Prefería mantener un perfil bajo, y su hermano no era el tipo de persona que no tuviese amigos o conocidos por doquier. Así que, por ese motivo, se hallaba en el penthouse de Gregory.

      A lo largo de la semana tuvo tiempo de organizar su apartamento con minuciosidad. Aprovechó para ir a visitar a sus abuelos, conversar con las enfermeras que se encargaban de sus cuidados e intentar recuperar el tiempo perdido. También hizo la compra de la semana e incluso alcanzó a hacer los primeros bosquejos para el vestido de matrimonio de Jennifer. Cuando le contó la oferta de trabajo para Jupiter Resources, ella puso el grito en el cielo y la instó a celebrar. Así que, apenas su vida estuviera más encaminaba a la «normalidad», irían de fiesta.

      Al cabo de un instante apareció Gregory. Llevaba unos jeans y una camisa gris. Andaba descalzo sobre la alfombra.

      —Gracias por haber venido, Bianca —dijo acercándose.

      Ella se dejó abrazar, pero no devolvió el gesto. Si él lo notó, no hizo comentario.

      —Claro. Te has comprado un sitio muy chulo. Me he tomado un té y un café mientras esperaba. Algún momento consideraré este tipo de indulgencias como parte de mi lista de compras —bromeó.

      Gregory sonrió, y dos hoyuelos se formaron en las mejillas. Se aclaró la garganta y se sentó frente a Bianca. Ambos sabían que la conversación era necesaria, porque de lo contrario les sería imposible retomar el lazo tan quebrantado.

      —Ocho años es mucho tiempo sin haber celebrado tantas cosas contigo, Bianca. Incluso viajes y experiencias que pudieron ser recuerdos increíbles —empezó él con tono sincero, ella tan solo asintió, porque si no hubiera estado dispuesta a escucharlo no habría tomado el tren desde su casa hasta el Upper East Side—. Cuando regresé de Aspen después de las fiestas de aquel año, me enteré de lo ocurrido por toda la gente que asistió. Qué suerte que no hubiera la propagación indiscriminada de fotos con Instagram o Facebook o Twitter. —Ella se encogió de hombros, pero era algo en lo que no había pensado—. Enfrenté a mi padre, y también dejé de hablarle a mamá por un buen número de meses.

      —Imagino que no lo tomaron bien… —murmuró con las manos entrelazadas sobre el regazo. Llevaba unos jeans negros, sandalias rosas, y un top blanco—. Y si hubieras querido encontrarme de verdad, el dinero con el que cuentas habría bastado para pagarle a buenos detectives.

      Gregory la observó con pesar.

      —Buscaban a Bianca Levesque, mas no a Bianca Caroline Neuman. —Él conocía la identidad nueva, porque ella había utilizado los datos con el abogado frente a Gregory—. Debo confesar que tampoco me esforcé demasiado, y creí… Todavía creo que estás resentida conmigo o me culpas por no haber estado a tu lado. Han sido ocho años complicados, y hasta hace tres meses no se concretaban las diligencias para…

      —No estaba enfadada contigo… Se trataba de toda la situación.

      Él asintió.

      —Si te hubiese encontrado, ¿qué habrías hecho? —preguntó.

      —Huir, porque no estaba preparada para verlos, a nadie de la llamada «familia» —dijo con sarcasmo—. No sé si lo estoy ahora tampoco, pero supongo que las circunstancias me obligan a asumir esta conversación —respondió, y luego agregó—: ¿Qué justificación tienes para haberte olvidado de nuestros abuelos maternos? Están en una residencia, Gregory. Sin nadie que los pueda ayudar más que yo. Yo, que no tengo recursos suficientes y me toca hacer malabares. Que no me importa, porque ellos fueron quienes me dieron el amor y apoyo que ustedes no. Ahora, la abuela Moira tiene artrosis, y el abuelo Bruno demencia senil en estado poco avanzado.

      Gregory se incorporó y se mesó los cabellos espesos.

      Esta era la parte que, sabía él, no iba a gustarle a su hermana. Tal vez, desde la perspectiva en la que seguramente Bianca lo vería, Gregory resultaría igual al padre y madre de ambos, tan preocupado por las opiniones de terceros o ávido de dinero.

      —Quería que la empresa estuviera en mis manos lo antes posible, porque era inmaduro y necio. Quería demostrar que tenía la capacidad y ufanarme de heredar la compañía. Cuando te fuiste, nuestros abuelos solicitaron una reunión familiar. Mamá les dijo a Moira y Bruno que no era asunto de ellos, pero ya conoces a ese par de ancianos. Son tercos, y no hubo modo de que se les olvidara el asunto. —Bianca hizo una mueca—. Yo salí a defenderlos cuando mi padre les dijo que nadie contradecía lo que ocurría con sus decisiones y que, si continuaban en su intención de apoyarte, entonces iba a encargarse de que les congelaran las cuentas, y él, personalmente, se encargaría de suspenderles la pensión que les daba por el simple hecho de ser sus suegros. —Bianca se llevó la mano al corazón—. Nuestro padre me amenazó. —Tragó en seco—. Y me dio a elegir. Me exigió tomar un bando.

      Bianca bajó la mirada. Sintió los ojos llenársele de lágrimas. En su familia las elecciones sobre el éxito o el dinero estaban siempre sobre los sentimientos.

      —El mando de la empresa, el poder financiero del apellido, las conexiones sociales, el prestigio… —murmuró con un tono de voz monótono—. ¿A cambio de qué te ofreció eso, Gregory? —preguntó incorporándose.

      Él la miró con tristeza. No tenía modo de cambiar el pasado, aunque estaba tratando de arreglar la situación con un poco de lo que ellos jamás habían tenido por parte de sus padres: honestidad.

      —A cambio de que los echara de la casa de una buena vez, así como mi padre lo hizo contigo —dijo avergonzado—. Les pagué un hotel con mis ahorros durante dos meses hasta que una tarde, cuando fui a verles por última vez, en recepción me comentaron que ambos habían decidido continuar su vida en otra ciudad.

      —Te mintieron para no ponerte en una posición difícil…

      —Ahora lo sé. ¿Tú dónde viviste esos primeros meses, Bianca?

      —Dormía con ellos en el hotel, y me escabullía para seguir buscando empleo de media jornada. Cuando la abuela me comentó que tenía pensado pedirte que dejaras de ayudarlos a escondidas, ella sufrió un infarto, y tuve que apresurarme en buscar también una residencia para ambos. Con los ahorros, ellos se costearon al menos un año y medio de sus habitaciones. Hasta que yo asumí la responsabilidad.

      —Dios… —dijo Gregory con la voz quebrada, pasándose los dedos entre los cabellos—. Me siento tan en la mierda, pero sé que jamás podrá compararse una decisión con la parte que sufre las consecuencias.

      Bianca asintió.

      —La abuela Moira jamás habla mal de ti, y siempre que el abuelo te menciona, a ambos les da por quedarse un rato en silencio y yo debo cambiar el tema. En su demencia, Bruno tiene muchos ratos de lucidez.

      Gregory sintió un nudo en la garganta. Apretó los labios.

      —A pesar de que eran nuestros únicos abuelos vivos, a pesar de que eran sus padres, mamá no movió ni un solo músculo. Intenté hacer lo que pude con mi conciencia… —Soltó una exhalación sonora—. Mis abuelos te eligieron a ti, Bianca. Al menos eso debería contar de algún modo.

      Bianca se secó las lágrimas y tomó una profunda respiración.

      —Ya… Será mejor que me marche. —Rebuscó en su bolsa, y sacó una tarjeta de la residencia de ancianos y la dejó sobre una mesilla cercana—. Yo seguiré encargándome de mis abuelos, no quiero que pongas ni un centavo. —Omitió comentarle de su empleo en Jupiter Resources—. Si en algún momento decides que ha llegado la hora de enmendar tus errores con ellos, visítalos.

      Gregory asintió paulatinamente.

      —Quiero que formes parte de mi vida, hermana. Puedes incluso vivir conmigo porque, como puedes notar, tengo muchísimo espacio, o te puedo facilitar el piso


Скачать книгу