Besos de seda. Verity Greenshaw

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Besos de seda - Verity Greenshaw


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—La mejor amiga de Bianca asintió—. Perfecto.

      —Lamento lo que te ocurrió —intervino Hailey con sinceridad, pero Bianca decidió que ya había tenido suficiente por esa noche.

      —De acuerdo, gracias por ayudarme —dijo Bianca. Miró a su hermano—: Vamos a mi casa, pues… No quiero escuchar críticas del sitio, ni el barrio en el que vivo. ¿Te queda claro, Gregory?

      El hombre se frotó el puente de la nariz con exasperación.

      —Solo tú puedes pensar en lo que voy a decir, en lugar de preocuparte por poner una denuncia.

      —¿Y de qué me serviría? —preguntó con fastidio, mientras era seguida por Jennifer—. No tengo dinero, no tengo…

      —Porque eres demasiado orgullosa para buscarme y pedir ayuda. Yo puedo…

      —No quiero nada de ti, Gregory, porque todo lo que tienes es herencia de una familia que no me acepta por quién soy. ¿O acaso te has olvidado de aquel episodio?

      —Bianca… La compañía de la familia la dirijo yo. Mi padre se retiró hace dos años, y tanto él como mamá están más tiempo fuera de Estados Unidos ahora…

      Ella lo miró con fastidio cuando entraron al elevador. No le importaba.

      —He tenido suficiente por hoy. ¿Puedes callarte, Gregory?

      Él cerró los ojos, y se presionó el puente de la nariz. Ya tendrían oportunidad de hablar sobre el elefante en la habitación.

      —De acuerdo.

      —Todo estará bien —intervino Jenn rodeando a Bianca en un abrazo—. Hablaremos cuando te sientas lista para ello.

      Miró a su amiga con agradecimiento.

      —Gracias, Jenn —murmuró Bianca.

      ***

      Cuando Gregory entró al pequeño apartamento de su hermana, maldijo por lo bajo. Llevaba mucho tiempo sin saber de ella. No era indiferente ante la injusticia que su padre cometió, así como el silencio de la madre de ambos, sin embargo, él tenía la responsabilidad de cientos de familias que esperaban que el nuevo CEO de LeCos, la compañía de cosméticos, hiciera los movimientos de trabajo precisos para que los ingresos ni la estabilidad faltaran. Él trataba de manejar su vida personal con la profesional, y entre sus fallas estaba el distanciamiento con Bianca.

      —No puedes quedarte aquí —fue lo primero que dijo Gregory.

      Con el cabello ondulado, ligeramente largo hasta lo hombros, y los ojos azules, parecía un rebelde en traje de Armani. Su rostro guardaba similitud con el actor Alex Pettyfer. No faltaban acompañantes en su cama, pero él se consideraba demasiado joven para atarse a una en específico. Prefería divertirse.

      Bianca lo miró con fastidio.

      —Puedes volver a tu palacio si quieres —replicó con sarcasmo—. No te he necesitado ni a ti ni a mis padres durante ocho años, Gregory. Así que esta ocasión tampoco es diferente. Aquí está Jenn, y me es suficiente. —Jennifer no quería estar en ese fuego cruzado, así que murmuró una disculpa y fue a prepararle el baño a su amiga —. Todo esto me lo he ganado sola, así que no te atrevas a criticar mi casa.

      Él soltó una exhalación y apoyó la espalda contra la puerta principal.

      —Por favor, déjame pagarte otro sitio.

      —No —dijo abrazándose a sí misma. Quería quitarse el asqueroso olor de su atacante—. Y ya déjame en paz.

      —Bianca, dejaré el tema de la familia o el sitio en el cual vivir, pero debes presentar cargos contra Chandler Hyatt. No eres la primera persona que se queja de ser víctima de avances indeseados. —Bianca lo miró con suspicacia—. Es la verdad.

      —Ya le dije a la policía que no iba a presentar cargos…

      —Celeste presentará cargos porque eres una empleada de ella —gritó desde el cuarto de baño Jennifer. El apartamento tenía un pequeño baño con tina, igual de pequeña; una habitación, una pequeña salita de estudio, y una sala-comedor con un espacio decente para la cocina. No sobrepasaba los treinta y dos metros cuadrados. No resultaba difícil escuchar de un lugar a otro.

      Gregory sintió alivio al escuchar esa información y Bianca hizo una mueca.

      —Te pagaré el mejor abogado. Al menos piensa que estás sacando del paso a una persona que puede agredir de nuevo. Piensa en otras mujeres que, como tú, no tienen opción más que defenderse, cuando la palabra «no» debería ser suficiente.

      Ella se arrebujó con el albornoz que todavía llevaba puesto desde que Danielle se lo entregó más de una hora atrás.

      —No quiero la atención de la gente sobre mí —replicó Bianca y se sacó los zapatos. Miró a su hermano significativamente—. No de nuevo.

      Bianca podía ver cómo la apariencia de hombre que disfrutaba ir de fiesta en fiesta escondía alguien distinto. Tantos años sin verlo frente a frente, quizá implicaba que podía notar diferencias marcadas, en especial por esa forma de hablar, así como los gestos. Lejos quedaba el niñato que lucía despreocupado o cuyas respuestas implicaban una sonrisa bribona. El Gregory Levesque que estaba ante ella, ahora lucía más controlado, y con la capacidad de cerrar la boca. Esto último parecía toda una hazaña de la vida, pues su hermano era por lo general un bocazas.

      La entrada dramática de Gregory en el dúplex de Danielle fue inesperada, aunque eso le permitió a Bianca notar el lado juguetón que era característico de él cuando estaba relajado. Quizá deducir esos pequeños cambios a simple vista en su hermano era una habilidad adquirida de su trato constante con las personas en sus diferentes trabajos a media jornada.

      —Vale… —Se aclaró la garganta—. ¿Te hizo daño? —preguntó él con furia.

      Bianca meneó la cabeza. Él asintió con alivio.

      —Lo intentó, sí. Hailey llegó a tiempo con su novio.

      Gregory la observó con interés.

      —¿No recuerdas a Hailey? Solía ser parte de mi círculo social, no faltaba a ninguna de las mejores fiestas…

      —Limpié su oficina esta mañana —interrumpió—. Imagino que disto mucho de la persona que pudo haber visto alguna ocasión en tus fiestas, Gregory. No me reconoció. Utilizo un uniforme de limpieza, además de procurar pasar desapercibida. También un nombre falso, por supuesto.

      —¿Limpieza? —preguntó—. ¿Por qué estás limpiando oficinas? No quiero imaginar qué más debes de hacer para sobrevivir en esta ciudad. Déjame ayudarte.

      Ella se encogió de hombros.

      —Es la vida que elegí. No recibo caridad.

      —Te he tratado de buscar, pero si te has cambiado el apellido… Ahora comprendo que me haya sido imposible. —Meneó la cabeza.

      —¡Es suficiente, Gregory! —exclamó con resignación—. Me voy a duchar, y si mañana me apetece te avisaré si presento cargos contra Chandler.

      Gregory asintió. «No se puede ganar siempre», pensó él.

      —Aquí te dejo mi número de teléfono personal. —Agarró el móvil de la mesita e introdujo su información. Después se llamó a sí mismo, y registró los datos de su hermana—. Espero saber de ti. —Miró hacia el corredor—. ¿Seguro que estarás bien con Jennifer? Creo que está tan agotada como tú.

      —¡Estaremos bien, Gregory! —exclamó desde el baño Jennifer.

      —Gracias por traerme a casa… —dijo Bianca.

      Él asintió.

      —Me alegra haberte encontrado —dijo antes de que su hermana le diera la espalda y se encaminase hacia el cuarto de baño.

      Una


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