Holocausto gitano. María Sierra

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Holocausto gitano - María Sierra


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del caso checoslovaco, estos debates estaban bajo la influencia directa de los discursos sobre la higiene social y la eugenesia que adquirieron cada vez mayor extensión en Europa. Y también en América, porque la eugenesia, surgida junto a otras nuevas disciplinas con el auge del cientifismo en la segunda mitad del siglo XIX, pasó del ámbito de la academia al de la política en un plazo muy corto de tiempo a ambos lados del Atlántico. Junto al prestigio de algunos de sus promotores, entre ellos los hijos del propio Darwin, fue fundamental el apoyo oficial temprano dado en Estados Unidos a las teorías sobre el fomento de la reproducción selectiva y la esterilización de los considerados incapacitados. En Nueva York se había establecido ya en la década de 1910 un centro que recogía y archivaba información de interés eugenésico y comenzó a desarrollarse un cuerpo de estudios que reflexionaba sobre los problemas de salud social derivados de una serie de situaciones muy distintas pero colocadas al mismo nivel: debilidades físicas, problemas mentales, desorden sexual y ebriedad, vagabundeo, pobreza (patologizada como pauperismo), etc. En la década de 1920 se convocaron concursos para premiar y distinguir a las familias más «aptas», al igual que se justificó legalmente la esterilización de enfermos mentales, «promiscuos» y otros sujetos «degenerados».

      Si bien hoy en día se suele hablar de estos estudios como una pseudociencia, no hay que olvidar que en las primeras décadas del siglo XX tuvieron un gran prestigio académico y político; de hecho, no es exagerado afirmar que se extendió una cultura eugenésica en las sociedades americanas y europeas. La categoría de «vidas indignas» que en Alemania el nazismo emplearía extensivamente para dar cobertura al asesinato de toda clase de personas estaba de alguna manera ya en circulación en ámbitos científicos y políticos de otros países en la época de entreguerras. En relación con las poblaciones romaníes, la etiqueta de asocialidad y, especialmente, su supuesta expresión en una forma de vida nómada, sirvió a aquellos eugenistas que abordaban los problemas de la sociedad moderna desde enfoques genéticos para incluir a los gitanos en el saco de los sujetos inferiores que suponían una carga e incluso un peligro para la comunidad.

      August Forel, un destacado psiquiatra suizo, igualó en este sentido a criminales, prostitutas, alcohólicos, enfermos mentales, tuberculosos, drogadictos, gitanos, vagabundos, judíos, chinos y negros. Suiza fue de hecho el primer país europeo en aplicar legalmente la esterilización en el marco de las medidas eugenésicas. Otros expertos, como Eugen Bleuler y Ernst Rüdin, coincidían con la idea de que en un orden social perfecto no tenían cabida grupos «desviados», una categoría en la que cabían tanto homosexuales y madres solteras como judíos y gitanos. La preocupación por el modo de vida supuestamente errante de los yeniches suizos, considerado asocial, llevó al médico y psiquiatra Josef Jörger a dedicar un detallado estudio a demostrar el desastre genético de una familia («zero») a partir del enlace matrimonial con una mujer de ese origen, una contaminación que habría introducido, como un virus, una serie de rasgos asociados al nomadismo: crimen, inmoralidad, debilidad mental, pauperismo… En este contexto, cobra mayor significado el hecho de que quien habría de ser el principal responsable científico de la política racial nazi respecto a los gitanos, el ya citado doctor Ritter, se formara en Berna, donde se familiarizó con las teorías de Jörger entre otros.

      Son muchas las líneas de continuidad que pueden encontrarse en lo referido a la situación legal y social de la población romaní en Alemania antes y después de la llegada de Hitler al poder en 1933. Como muy bien apuntó uno de los primeros historiadores del genocidio romaní bajo el nazismo, Michael Zimmermann, la Constitución de Weimar (1919) daba teóricamente derechos ciudadanos plenos también a los romaníes, pero otras iniciativas legales locales mutilaron descaradamente el reconocimiento constitucional. De manera específica, la ley bávara de 1926 «para combatir a gitanos, vagabundos y vagos», que, además de igualar en su enunciado la condición de roma con la de personas sin domicilio o trabajo, ordenó el registro de todos ellos, prohibió el nomadismo y amenazó con trabajos forzados a los incumplidores de la norma.

      No es menos significativo que la norma regional se extendiera a nivel nacional en 1929, ni que diera base a posteriores leyes nazis que incluyeron a los gitanos en el mismo grupo que otros «asociales» o «incapaces» —muy señaladamente el decreto «Para combatir la plaga gitana» de diciembre de 1938—. La crisis económica de estos años, especialmente dura para los alemanes, favoreció un clima de alarma social que potenció el alcance de los prejuicios antigitanos tradicionales. De hecho, ya en 1929 se abrió un campo a las afueras de la ciudad de Fráncfort, por iniciativa municipal, para sinti y roma, con el objetivo de sacar a las familias nómadas de los terrenos donde habitualmente acampaban: Friedberger Landstrasse cerraría en 1935, para dar paso a un sistema concentracionario más eficiente.

      Sin embargo, junto a todos los precedentes que puedan señalarse, la llegada de Hitler al poder añadió elementos nuevos y decisivos para el destino de los romaníes europeos. Es cierto que el programa de destrucción genocida no quedó definido e implementado desde el principio de una forma cerrada, sino que fue cambiando a lo largo del Tercer Reich, como veremos. Pero también lo es que el nazismo organizó el asesinato colectivo de entre el 70 y el 80% de la población romaní. Probablemente, como señala Mark Levene, los alemanes no habrían necesitado el aparato de la ciencia racial nazi para encontrar justificado el ataque a los gitanos. Pero el hecho es que esa ciencia racial desarrolló argumentos y métodos que adquirieron el mismo sesgo genocida que el que alcanzó a la población judía, y que su combinación con la maquinaria político-policial proporcionó recursos nuevos a los perpetradores del holocausto romaní. Si de la asimilación liberal se había pasado a finales de siglo XIX al disciplinamiento preventivo, con el nazismo se abrió la espita del exterminio físico directo de un grupo definido en términos raciales.

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