Holocausto gitano. María Sierra

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Holocausto gitano - María Sierra


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por lo que pensaban era la singularidad romaní, aunque sin ser probablemente conscientes de la posición de superioridad y patronazgo cultural que se estaban atribuyendo. Por ello, estos gitanólogos contribuyeron de forma decisiva a la construcción de la imagen de los romaníes como «otros», seres de una naturaleza antropológica necesariamente diferente a la de los observadores.

      Entre estos primeros científicos sociales, que combinaron saberes lingüísticos, históricos, arqueológicos y etnográficos con diversas dosis de amateurismo y profesionalidad, destaca sin duda el grupo británico que acabaría constituyendo la Gypsy Lore Society, decana de las asociaciones de estudios romaníes (y responsable de una revista académica prestigiosa todavía hoy día). Aunque la asociación no se fundara hasta 1888, este grupo de estudiosos venía reuniéndose informalmente y trabajando con anterioridad; y aún antes empezó a desarrollar su obra quien habría de ser el maestro de sucesivas generaciones de posteriores «gypsiloristas» o gitanólogos, el ya mencionado George Borrow. Viajero, escritor, propagandista de la Biblia, sus opiniones sobre los gitanos se construyeron desde el interés y cierta simpatía, pero también desde la jerarquía racial y cultural de un británico de mediados del siglo XIX. En obras extraordinariamente influyentes para la definición del «verdadero» gitano, Borrow combinó un espíritu viajero típicamente romántico con una notable disposición hacia la observación antropológica y una habilidad no menos destacable para los idiomas, que le llevó a hablar, entre otras, la lengua gitana, el romanés. Con esta última carta de presentación, se acercó a las comunidades romaníes de distintos países, y en algunos casos recogió sus observaciones de forma particularmente extensa, como en el libro dedicado a los gitanos españoles que habría de hacerse famoso en estos círculos (Los Zíncali, 1841).

      En esta obra hay secciones dedicadas al estudio filológico del idioma de los gitanos y tablas comparativas para demostrar su origen indio, con un tronco común con otros romaníes europeos, y rebatir otras teorías sobre la posible procedencia norteafricana. Hay también una sección en la que recoge, como buen folclorista, cantares y poemas supuestamente gitanos que no tenían un soporte escrito de conservación y por tanto corrían riesgo de perderse. Más allá de lo cuestionable, desde un punto de vista crítico, del rigor de ambas tareas, el caso es que respaldaron persistentemente la condición de experto gitanólogo que se le reconoció a Borrow en su tiempo y mucho después. Él se presentaba además como un observador avispado de la naturaleza gitana, un conocedor de sus costumbres e incluso secretos —gracias en parte a su conocimiento del romanés—. De hecho, en sus trabajos trenza información histórica, observación antropológica y entrevistas para ofrecer un cuadro detallado y verista de la población gitana. Eso sí, la simpatía por algunos personajes romaníes concretos y el interés genérico por la forma de vida gitana no moderaron un discurso muy duro sobre las inclinaciones colectivas de este pueblo. «Ya será mucho conseguir si transcurridos cien años salen del tronco gitano cien seres humanos que demuestren ser miembros útiles de las sociedades honradas y juiciosas». Es un «tronco degradado», advierte. Porque, según Borrow, los gitanos viven del engaño a la población no gitana, a la que odian intensamente y para la que constituyen un peligro. Los hombres son violentos y las mujeres lascivas. No tienen historia —interés por el pasado— ni religión. Es llamativo que, si bien a veces introduce matices propios de un observador agudo, las conclusiones generales no se modifican por ello: por ejemplo, registra casos de gitanos que trabajan en una serie de oficios concretos, pero afirma que ganarse la vida timando al resto de la sociedad es lo que hacen los gitanos de todo el mundo. La obra de Borrow está llena de afirmaciones universales que los datos detallados que él mismo ofrece contradicen o al menos ponen en cuestión, sin que eso le haga dudar de sus conclusiones tajantes.

      La clave para entender esta incoherencia lógica está en la descripción física que, valiéndose de metáforas expresivas, realiza del pueblo gitano. Los rasgos característicos —piel oscura como de mulato, labios gruesos, pelo negro a modo de crines de caballo, dice— responden a un patrón universal invariable, «como si en lugar de humanos fueran una especie animal». No solo en los rasgos externos, sino también y sobre todo en las actividades a las que se dedican, que presentan una «llamativa semejanza en todas las regiones del planeta donde han llegado». Es una clave racial, que vincula la apariencia física con las inclinaciones internas; así, la contracción de sus labios al hablar o su «desagradable sonrisa» demuestran «de una manera evidente», «todas las costumbres de un pueblo bárbaro»; de igual manera que la tristeza es, «como en todo hombre salvaje», el rasgo dominante de su fisonomía. La clasificación de los pueblos en razas jerarquizadas culturalmente, que se estaba construyendo precisamente en el tiempo de Borrow, está detrás de esta forma de definir colectivamente a los gitanos. Aunque diversificando los casos y enfoques practicados en los estudios romaníes, generaciones posteriores de miembros de la Gypsy Lore Society siguieron utilizando la seguridad científica que les proporcionaba esta ordenación racial de la humanidad, sin que les pareciera incoherente con su entusiasmo folclorista por una forma de vida considerada en vías de extinción. Los estudios de David Mayall y Wim Willems a los que remito en la bibliografía son fundamentales para entender cómo se desarrolló este proceso.

      Los perfiles de algunos gitanólogos de finales del siglo XIX informan del campo científico que crearon: Charles G. Leland, filólogo y etnógrafo estadounidense, primer presidente de la asociación; Francis H. Groome, folclorista británico que se casó con una mujer romaní; John Sampson, dialectólogo irlandés y estudioso de la música galesa… Como expresiva es también la categoría de romani rai que se aplicó a los más destacados de ellos, una autodefinición que les llevaba a presentarse como expertos conocedores del pueblo romaní y mediadores entre él y la sociedad mayoritaria. Incorporaron el acercamiento empático y el afán de aventura romántico como parte de su caja de herramientas: al fin y al cabo, según el punto de vista de la editora del Journal of the Gypsy Lore Society ya a principios del siglo XX, Dora Yates, el gitano era el último «espíritu romántico» que quedaba en el mundo.

      Esta aproximación era compatible con el academicismo según los estudiosos que enarbolaron la cientificidad de su trabajo como argumento de autoridad para darle valor. Decían que las investigaciones antropológicas, etnográficas y filológicas que ellos realizaban tenían lugar en un laboratorio peculiar —el campamento de los gitanos—, pero con métodos y espíritu científicos. Lo cierto es que llenaron la categoría de gitano con contenidos procedentes de estereotipos populares, alimentando una idealización que tenía más que ver con la proyección de sus deseos sobre el grupo que estudiaban que con formas de vida romaníes reales; así, según ellos, los gitanos auténticos se caracterizarían por su amor a la libertad y la naturaleza, su rechazo del progreso, su carácter bohemio y romántico y, en definitiva, su posición marginal respecto a la cultura de la sociedad mayoritaria. El discurso que construyeron se centró especialmente en la identificación de los «gitanos auténticos», partiendo del convencimiento de que se estarían extinguiendo a finales del siglo XIX. Desde distintas aproximaciones disciplinares, describieron a los romaníes en términos que asociaban la conservación de sus costumbres más tradicionales con la pureza racial, preocupándose por el peligro de extinción de una cultura que correría en paralelo al mestizaje de sus portadores. Muy en particular, situaron en el conocimiento y manejo del idioma romanés el indicador de pureza racial, desarrollando alambicados juegos filológicos entre otras tareas de documentación.

      Esta preocupación por la pureza racial, y más exactamente las indagaciones genealógicas de Groome, han sido consideradas un punto de inflexión en cuanto a las lecturas políticas que pueden derivarse de la construcción de los gitanos como objeto de estudio. Como veremos más adelante, la pureza dentro de la misma condición de zigeuner fue muy importante en la política racial del nazismo, tanto para los científicos raciales —señaladamente Robert Ritter—, que definieron las categorías de gitanos «puros» y «mestizos» con implicaciones policiales, como para el mismo Heinrich Himmler, el organizador del sistema concentracionario nazi. Antes de ello, también en la actividad de otros eruditos europeos émulos de la Gypsy Lore británica se puede observar cómo la etnología y otros estudios similares estaban aportando a finales del siglo XIX y comienzos del XX elementos para la trampa racial que luego cerraría el nazismo: en el Imperio austro-húngaro, por ejemplo, Anton Hermann, portavoz de


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