Holocausto gitano. María Sierra

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Holocausto gitano - María Sierra


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orientadas a la asimilación de la población gitana.

      Otras disciplinas académicas se consolidaron como tradiciones de estudio en el siglo XIX y durante este tiempo elaboraron ideas respecto a los gitanos que fueron luego empleadas como argumentos por el nazismo, creador de un dispositivo racial contra el pueblo romaní que llevó estos prejuicios de apariencia científica hasta sus últimas consecuencias. Entre estas disciplinas cabe destacar la antropología física, que se desarrolló en gran medida sobre la base de los estudios craneométricos orientados a la categorización y jerarquización de los distintos grupos de población conocidos. Tomando en consideración otras medidas antropométricas y datos como el color de la piel, el pelo y los ojos, una serie de médicos, anatomistas y otros especialistas establecieron cánones raciales desde una mirada eurocéntrica que asumía naturalmente la existencia de una raza blanca caucásica en la cúspide de la evolución humana.

      En la medición de cráneos de distintas poblaciones se emplearon variables como el ángulo facial, la capacidad craneal o la misma forma del cráneo para establecer clasificaciones tan utilizadas (y discutibles) como la de la dolicocefalia-braquicefalia. Es conocido que estos estudios se dirigieron y aplicaron a los considerados «negros» ya desde finales del siglo XVIII; más recientemente, Piasere ha mostrado cómo se recogieron y forzaron los datos para la inclusión de los gitanos en este tipo de escalas raciales. En la construcción del denominado cráneo cingárico colaboraron médicos como Augustin Weisbach, que tipificó los cráneos de la población romaní como los más pequeños (por lo tanto, supuestamente con menor capacidad intelectual) de todo el Imperio austro-húngaro; o Leopold Glück, quien tras sus trabajos de medición concluyó que la dolicocefalia originalmente hindú de la población gitana se habría ido perdiendo en proporción al mestizaje con otras poblaciones. El caso del suizo Eugène Pittard representa la combinación de una dedicación a los estudios antropométricos con la participación activa en la Gypsy Lore Society. En sus trabajos consideró que los gitanos mostraban como raza un primitivismo antropológico propio de edades iniciales de la humanidad, en consonancia con otros rasgos como su tendencia al nomadismo.

      Hubo otras nuevas disciplinas científicas que incluyeron a los gitanos dentro de su campo de estudio y participaron en la creación de una imagen estereotipada altamente negativa —dado el atraso cultural atribuido— que tendría consecuencias políticas, policiales y penales. Por su implicación en el desarrollo de la ciencia racial del nazismo nos interesan particularmente dos de estas disciplinas que nacieron a finales del siglo XIX, en el mismo contexto de institucionalización académica que las otras tradiciones de estudio que se acaban de mencionar. Me refiero a la criminología y a la eugenesia, que vinieron a reflejar la preocupación de las elites gobernantes por el control de las poblaciones en tiempos de creciente movilización social y fueron ganando cada vez más ascendencia en el diseño de las políticas oficiales sobre orden público y otras áreas. Estos discursos alimentaron diversos temores sociales, proporcionando a las clases acomodadas argumentos de factura científica para abordar cuestiones como la delincuencia, la llamada «mala vida» y la degeneración social. Por su relación directa con las medidas legales y policiales tomadas con respecto a la población romaní justo antes de la llegada del nazismo, se hará referencia más detallada a estas disciplinas científicas en el apartado siguiente.

      Antes, conviene concluir este apuntando algunas consecuencias del doble proceso de creación de estereotipos —artísticos y científicos— de los gitanos acometido por la cultura moderna occidental a lo largo del siglo XIX. Es cierto que muchos de los materiales con los que se construyeron estas representaciones estereotipadas procedían de épocas anteriores y estaban ya antes en el imaginario de las sociedades mayoritarias. Pero fue precisamente en esta época cuando se organizaron en un discurso nuevo tanto por sus intenciones como por su fuerza persuasiva. Los gitanos se convirtieron en objeto pasivo de representaciones que los emplearon como contenedor perfecto de alteridad: el contramodelo más acabado, por cercano, de la sociedad burguesa en formación. Es cierto que los viajes y las conquistas coloniales mostraban a los ojos de estos observadores el ejemplo de otras muchas poblaciones exóticas y primitivas. Pero los gitanos estaban más cerca, y por ello su presencia podía ser percibida como más directamente amenazante.

      Al intentar explicar a los gitanos, intelectuales de distinto signo estaban en realidad construyendo una imagen colectiva del pueblo romaní que sirviera para poner orden en la propia sociedad. La tarea se desarrolló a través de multitud de vehículos culturales que utilizaron una imagen estereotipada de este colectivo para representar actitudes y formas de vida antitéticas a las que se consideraban correctas oficialmente. Así, por ejemplo, como ha estudiado Jean Kommers a propósito de la literatura infantil y juvenil, los escritores de cuentos se sirvieron de la figura del gitano para introducir en sus historias la amenaza del ladrón de niños con el objeto de adoctrinar a los lectores en la importancia de obedecer las reglas familiares: si un padre dice a un hijo que no salga de la casa o al jardín, el chico debe seguir esa instrucción sin cuestionarla, pues la consecuencia del incumplimiento de la norma podría ser el rapto por una tribu de gitanos y la desaparición de su rastro de la sociedad civilizada, con el consiguiente hundimiento en la vida nómada y delincuente [Il. 7].

      Generaciones sucesivas de europeos fueron adoctrinadas en la obediencia a las reglas familiares y nacionales con este tipo de relatos, que robaron a los gitanos reales la posibilidad de ser vistos como otra cosa que ladrones de niños. Que la ficción puede dar forma a la realidad se manifiesta en este caso de una manera especialmente inquietante en las memorias de Rudolf Höss, el comandante del campo de Auschwitz, donde perecieron miles de romaníes durante el holocausto. En estos escritos autobiográficos redactados en prisión una vez acabada la guerra, al hablar de su infancia y valorar retrospectivamente el espacio familiar, Höss introduce el recuerdo de un intento de rapto que supuestamente habría sufrido por parte de gitanos y cómo, en consecuencia, sus padres no le dejaban alejarse del hogar.

      Estereotipos románticos y científicos se apoyaron mutuamente en su desarrollo y en el reforzamiento de su capacidad persuasiva. Igual que la categoría de gitano puro inventada desde la academia se rellenó de contenidos procedentes de representaciones artísticas e imágenes populares con larga tradición previa, los artistas románticos pudieron emplear en sus obras ideas y argumentos de origen científico para dar mayor realismo a sus gitanos de ficción. La influencia, por ejemplo, del estudio antropológico-filológico de Borrow sobre los gitanos españoles en una obra romántica aparentemente tan alejada de este espíritu científico como es Carmen de Mérimée resulta obvia a poco que leamos con intención comparativa los dos textos. El primero inspiró al segundo la técnica del «cuento realista» que, gracias a incorporar recursos derivados del conocimiento experto sobre los gitanos (introducir palabras de su lengua, detallar costumbres ancestrales, hacerles hablar en primera persona), consigue aparentar familiaridad y dotar al argumento de verosimilitud. Un ejemplo es la escena en la que Carmen se encuentra con su enamorado mientras embauca a un inglés con el objeto de robarle; ante los celos de aquel, que no le dejan seguir con «los negocios de Egipto», Carmen estalla: «¿Eres tú mi rom [hombre-marido] para mandarme? El Tuerto [su marido gitano] lo encuentra bien: ¿qué tienes tú que ver? ¿Acaso no deberías darte por muy contento con ser el único que pueda llamarse mi minchorrô [amante, capricho]?». Delincuencia como forma de vida, habilidad de la gitana para el robo, aprovechamiento del marido, promiscuidad sexual… aparecen así en un relato de ficción compuesto con verismo antropológico.

      La versión operística de esta historia estiliza la trama y subraya el atractivo de la protagonista, pero ni mucho menos deja atrás la mezcla de sublimación y estigmatización en torno a la figura colectiva de los gitanos que se fraguó en el siglo XIX a la vez que se les definía como objeto de estudio o de representación artística. En esta línea, resultarían especialmente efectivos a la hora de introducir representaciones estereotipadas en el sentido común social aquellos productos culturales que, desde su misma concepción, estaban pensados para el gran público y tenían un claro componente de negocio. La cultura espectáculo de masas propia del siglo XX fue ya una creación del XIX. Casos como los que documenta Lou Charnon-Deutsch demuestran el gran éxito de las figuras de gitanos en espectáculos musicales y teatrales: The Bohemian Girl (1843), basada en La Gitanilla de Cervantes, se representó


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