Holocausto gitano. María Sierra

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Holocausto gitano - María Sierra


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mi Señor confío. Él es mi guía y me libera de mi miedo.

      Auschwitz fue nuestro infierno, no ha existido nada peor.

      Si hay un infierno, nosotros ya hemos expiado nuestros pecados; los niños y los ancianos no tuvieron la más mínima posibilidad de evitarlo ni de defenderse.

      Viví algo único, un infierno. ¡Tenía diecinueve años y quería hacer muchas cosas! De no haber sido por el campo… Pero tras él no quedó nada.

      Cuando odiamos, perdemos.

      Quizá soy la única de nosotros que ha perdonado. Quizá. A menudo nos confunden a sinti y roma. Yo solo hablo por los sinti. La princesa Irina von Sayn-Wittgenstein-Perleburg fue mi amiga en Frauen Europas [Mujeres de Europa]. Le encantaba mi energía: proponerse algo y llevarlo hasta el final, ganes o pierdas. Cuando has vivido así, no es difícil que acabes perdiendo.

      Deseo de todo corazón que no vuelva a existir ningún Auschwitz.

      Que no exista nada así, donde quemen a seres humanos y el humo (de seres humanos) suba hacia el cielo.

      El ser humano, el humo de seres humanos, los seres humanos que quemaban allí dentro.

      ¡Que no vuelva a haber chimeneas como esas!

      ¿Crees que desaparecerá? ¿Qué sueños crees que tengo?

      No le deseo a persona alguna de este mundo los momentos de terror que vivo cuando sueño con Auschwitz.

      Al cerrar los ojos, sigo viendo el humo en lo alto, saliendo por la chimenea.

      En primavera, en cuanto asomaba el sol, me sentaba detrás del barracón. Qué miedo por conseguir un mendrugo de pan, qué hambre, qué frío.

      El primer verano derramaba rayos de sol sobre el desolado campo de Birkenau.

      Salí del barracón a la luz del sol. Me senté en la parte de atrás y dejé que me diera el sol. Hacía un calor maravilloso; cerré los ojos y me transporté a casa de golpe. Los recuerdos de lo que había vivido fuera se apoderaron de mí. Estaba sentada al sol, con los ojos cerrados, y mi alma se desprendió de mí: estaba fuera, ¡qué fuerza la mía! Volví a estar en casa, comí pan y una buena comida. Estuve horas allí sentada sin abrir los ojos, transportada, lejos de aquel lugar. Al rato, volví en mí y desperté. Despertar de aquella transposición fue horrible, porque me devolvió a ese tiempo atroz. Al ver mi penuria, lloré a lágrima viva por no poder volver a casa. Era domingo.

      No creo en las acusaciones. Siempre he buscado un responsable. Pero ¿quién fue? ¿La Gestapo? ¿Adolf Hitler? ¿Los dirigentes? ¿En la conciencia de quién pesa aquella carne humana quemada? Apestaba…, ¡qué hedor tan repugnante! El ser humano tiene mucho aguante. Para superar algo así, tienes que ser lista, los «tontos» terminan muertos.

      «Cuando muera, llévame contigo, ¡no permitas que desaparezca aquí, en el infierno del ser humano!».

      María, para mí lo importante de este libro es que estos recuerdos sigan llegando a las personas. Volvemos a vivir una época cada vez más crítica y no lo podemos permitir.

      Tengo miedo.

      Tu Philomena

      Superviviente de Auschwitz

      NOTAS:

      Philomena Franz (1922) fue deportada a Auschwitz cuando tenía veinte años. Sobrevivió a este y otros campos nazis. Fue la primera romaní que publicó sus memorias sobre el holocausto y ha estado implicada en la defensa de los derechos del pueblo gitano, siendo reconocida por ello con múltiples distinciones. Actualmente vive en Bergisch Gladbald, cerca de Colonia, y sigue dando testimonio.

      Traducción de Virginia Maza.

      Introducción

      Una historia, muchas historias

       1942, es primavera en Viena.

      Rosa Mettbach, 17 años, toma un tren con destino a Múnich. Al entrar en el vagón, no puede evitar un sobresalto: su único compañero de viaje es un militar húngaro de avanzada edad, que luce medallas en el uniforme. Ella va bien vestida. Debe disimular a toda costa que se ha fugado del campo de Lackenbach. No es fácil, no tiene papeles; pero ya en otra ocasión ha conseguido escapar de las garras de la policía nazi.

      Cada vez que el tren para en una estación, Rosa se refugia en el baño para evitar al inspector que recorre los vagones solicitando la documentación a los pasajeros. Así hasta la frontera con Alemania, cerca de Salzburgo, porque aquí el control llega antes de que pueda moverse del asiento. «Se acabó», piensa, y en un último esfuerzo cierra los ojos para hacerse la dormida. Oye entonces la voz del viejo militar, quien detiene al hombre que iba a despertarla: «Deje en paz a la chica. Ha sido identificada diez veces desde que salimos de Viena. Déjela dormir; yo sé que tiene documentación». El inspector le obedece.

      Cuando están de nuevo a solas, se dirige a Rosa: «Ya puedes abrir los ojos».

      * * *

      De pocos encuentros más de aquel tiempo podría Rosa Mettbach guardar buen recuerdo. Nacida en Austria en el seno de una familia sinti dedicada a la música, tenía 14 años cuando se produjo la unificación del país con la Alemania nazi en 1938. Poco después, tras ser expulsada del colegio y obligada a residir en un lugar controlado por la policía, su familia fue recluida en Lackenbach, un campo de detención para gitanos austriacos desde el que muchos eran luego deportados fuera del territorio reservado para la población alemana considerada racialmente pura. Durante el traslado en tren de toda su familia al gueto polaco de Lodz, ella logró escaparse y vivió refugiada durante algún tiempo, pero fue nuevamente apresada y enviada a Lackenbach. Tras una segunda fuga, consiguió llegar a Múnich, donde se casó con Hamlet Mettbach, soldado del ejército alemán hasta su expulsión por motivos raciales en 1942. Poco después de dar a luz, Rosa fue detenida por tercera vez y enviada en esta ocasión a Auschwitz. Mientras, supo que su madre, hermana y sobrinos habían muerto en Lodz. Ella resistió el paso por los campos de Auschwitz-Birkenau y Ravensbrück. Su testimonio como superviviente del Holocausto ha sido recogido por Toby Sonneman en un libro fundamental para la comprensión del genocidio romaní perpetrado por el nazismo, del que está tomada la escena anterior: Shared Sorrows. A Gypsy family remembers the Holocaust.

      La de Rosa Mettbach es solo una de las miles de historias particulares que forman parte de la historia general del genocidio del pueblo gitano bajo el régimen de Hitler. Aunque aún no está definitivamente determinado el número de víctimas de esta persecución, se estima que en torno a medio millón de personas consideradas zigeuner (gitanas) murieron en los campos de concentración nazis, los guetos o víctimas de los fusilamientos masivos ejecutados por las fuerzas especiales. Medio millón de víctimas directas, cuyas historias mayoritariamente perdidas forman parte de una red mucho más extensa. Rosa Mettbach no puede ser enumerada entre las víctimas mortales de la persecución nazi, pero es una de las muchas personas que por ser considerada gitana fue encerrada, expoliada, obligada a realizar trabajos forzados y sometida a tortura bajo un régimen que acabó con buena parte de su familia. Su historia es una de las muchas que se deberían contar y que deberíamos conocer. Solo una. Este libro selecciona algunas de ellas, rescatando únicamente algunos nombres y caras, algunas emociones y razones; pero quien lo escribe siente el vértigo de la Historia que componen todas las historias que no puede contar.

      Se trata de una historia muy desconocida en España, no solo por parte del público general, sino también de los profesionales de la investigación y la docencia. Los gitanos europeos fueron perseguidos y asesinados por el nazismo, encuadrados dentro de la política racial que afectó a millones de judíos y a otros colectivos. Sin embargo, tras la derrota de Hitler, se les denegó durante mucho tiempo cualquier reconocimiento como víctimas del nazismo, una negación que está en la base tanto del olvido social y académico de este asesinato de masas como de su invisibilidad posterior. Este libro pretende colaborar en la construcción de un conocimiento público sobre el tema, desde la convicción de que nos obliga a enfrentar el


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