Holocausto gitano. María Sierra

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Holocausto gitano - María Sierra


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con estereotipos negativos son la base de un racismo banal —ese que tenemos naturalizado sin considerarnos racistas y que sale a la superficie en forma de chistes y otras muchas reacciones— que puede resultar tan peligroso en nuestros tiempos como en la Europa de entreguerras, cuando las políticas nazis de exterminio de las «razas inferiores» contaron con amplio apoyo social.

      Este libro consta de dos secciones. La Parte I sistematiza lo que ya se sabe sobre el genocidio romaní perpetrado bajo el Tercer Reich, ofreciendo un estado de la cuestión de un amplio número de investigaciones en otras lenguas que apenas han permeado en la historiografía española. Se trata de un repaso que pone en diálogo estudios de muy distinto alcance territorial, temporal y temático, pues la investigación ha avanzado de forma fragmentaria y hay aún pocas visiones de conjunto sobre este fenómeno histórico. Con ello, se aspira a ofrecer un resumen actualizado, que informe al lector de las coordenadas y los hechos más importantes del proceso. Pero la intención de convertir el conocimiento científico en conocimiento público que guía este libro encuentra en esta Parte I un espacio de divulgación concebido de forma ambiciosa: a la vez que se informa sobre los datos básicos que conocemos de los fenómenos estudiados, se aporta una mirada crítica sobre problemas significativos de la investigación (por ejemplo, el retardo de la misma en lo que ha sido considerado como un «holocausto olvidado»), sin eludir la toma de postura en la interpretación de los aspectos conflictivos.

      La Parte II propone adentrarse en la historia del genocidio romaní a través de las memorias publicadas de sus supervivientes. Se trata de un grupo de textos de distinto formato, intención y cronología que tuvieron que esperar hasta la década de 1980 para encontrar un marco social y cultural que hiciera posible a sus autores elevar la voz desde este lugar de enunciación. La mayoría de estas memorias están editadas en alemán, aunque hay algunas ya traducidas al inglés, al francés y —apenas— al español. No hay ningún estudio que las emplee colectivamente como material para trazar la historia del holocausto gitano, aunque sí hay algunos trabajos desde el enfoque de los estudios culturales y literarios que las han analizado para abordar los procesos de conformación de la identidad individual y colectiva a través de la escritura de tipo autobiográfico (señaladamente, la tesis doctoral de Marianne Zwicker del año 2009). En la Parte II de este libro se combinarán relatos de mujeres y hombres romaníes de diverso origen y edad con el objeto de proponer una historia emocional de la experiencia del holocausto. Son relatos que pueden ser leídos desde muchas claves. Aquí se atiende preferentemente al recurso que sus autoras y autores hacen del lenguaje de las emociones (miedo, dolor, esperanza, desilusión…) para articular la expresión de lo vivido. Estas palabras y nociones son una forma más de trabajar la memoria de aquellas experiencias que ayuda a los supervivientes a articular un discurso inteligible para quienes no estuvieron allí, rompiendo el estrecho círculo del entendimiento «natural» entre víctimas del holocausto. Si se atiende a esta clase de lógica interna de los relatos, que confluyen así en una serie de elementos fundamentales, se profundiza en su aporte testimonial a la vez que se trazan puentes de comunicación con el lector. Sin pretender hacer de las emociones un lenguaje universal, pues la expresión de los sentimientos depende mucho del contexto social e histórico, lo cierto es que constituyen un recurso cultural que cobra gran potencia interlocutora si lo cruzamos con el enfoque biográfico. Conocer el nombre, el rostro, la familia, la trayectoria vital —antes y después de llegar a los campos— de las personas que están recurriendo a este tipo de expresiones para elaborar y hacer llegar a otros los recuerdos de sus experiencias es algo que nos interpela directamente.

      Antes de contar estas historias es necesario hacer explícitas algunas opciones terminológicas adoptadas en este libro, pues están relacionadas con problemas que no son meramente nominales. La primera aclaración tiene que ver con los nombres gitano y romaní, ambos empleados en estas páginas. La forma más correcta internacionalmente para referirse a esta comunidad es la segunda (roma como sustantivo, romaní como adjetivo), pues se trata de un endónimo, es decir, de un nombre que se ha dado a sí mismo el pueblo considerado (y llamado) «gitano» por quienes no pertenecen a él. Fue en el I Congreso Internacional Romaní celebrado en Londres en 1971 cuando se escogió esta denominación, como parte de un proceso de reivindicación de derechos y demanda de reconocimiento precisamente para las víctimas del nazismo. No es extraño que se optara por este nombre propio en lengua romaní, si se tiene en cuenta la pesada carga despectiva que conllevaban (y aún conllevan) otras denominaciones en múltiples lenguas: gypsy en inglés, gitane en francés, zigeuner en alemán, etc., son todos nombres impuestos desde fuera de la comunidad así etiquetada, convertidos en sinónimos de otras condiciones despreciadas por la sociedad mayoritaria, según se comentará en el Capítulo 1. Estas palabras han servido para criminalizar y perseguir a quienes han sido así etiquetados, un tipo de nombre cada vez más negativo que ha castigado a sus portadores, hasta el extremo de haber quedado grabado en la piel —la Z de zigeuner— de los prisioneros en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. Es lógico que la lucha por el reconocimiento de la dignidad como grupo pasara por el rechazo de estos términos y la adopción de un nombre propio, una decisión con intenciones políticas que puede ser discutida, pero que ha resultado eficaz y operativa.

      Si este libro se publicara en otra lengua, se habrían empleado sistemáticamente los términos roma y romaní. Pero se da la particularidad de que en España el nombre gitano/a ha sido objeto de reivindicación en positivo por parte de la comunidad a la que históricamente se ha denominado así, siendo este término parte de un proceso de autoafirmación identitaria. A partir de la obra del escritor y catedrático gitano José Heredia Maya, Camelamos Naquerar (1976), la denuncia del antigitanismo ha ido de la mano de la demanda de un uso limpio del nombre gitano, que las asociaciones y los distintos portavoces de este pueblo reclaman sea entendido en positivo, sin la carga pesada de estereotipos peyorativos arrastrada a lo largo del tiempo. Por este motivo, en este libro se emplea el nombre gitano intencionadamente, asumiendo ese reto reivindicativo al usarlo en el mismo registro que la palabra romaní. Solo cuando se citan documentos que utilizan las palabras zigeuner o gypsy (‘gitano’ en su traducción al castellano) se mantienen estos términos en su sentido originario, entendiéndolos como parte del discurso histórico analizado; de manera parecida, se mantienen (siempre entre comillas) expresiones de la época no desprovistas de connotaciones negativas: por ejemplo, «nómada» como categoría legal francesa. Por último, kalderash, lovara, manouche y calé son, como sinti, denominaciones para las diversas comunidades mundiales romaníes constituidas históricamente que tienen connotaciones territoriales, culturales e identitarias generalmente aceptadas. Así, Rosa Mettbach, con cuya historia se inician estas páginas, se presenta a sí misma como sinti, la comunidad mayoritaria de gitanos tradicionalmente asentados en Alemania.

      Un segundo grupo de opciones terminológicas que debo justificar aquí son las que giran en torno al difícil empeño de poner nombre a un fenómeno histórico de naturaleza y dimensiones tan inéditas como es el holocausto—lo que no quiere decir que no tenga precedentes ni sea imposible realizar analogías—. La palabra tiene en origen un significado religioso, el de sacrificio ritual de víctimas propiciatorias por el fuego; y, aunque empleado con otros sentidos previamente, fue a partir de finales de la década de 1950 y durante la de 1960 cuando los estudiosos judíos lo introdujeron para hablar del asesinato de millones de judíos europeos como consecuencia de la política racial nazi. Es un término que, tanto por su sentido originario como por su consolidación posterior, está lleno de connotaciones (religiosas, nacionalistas, científicas) que pueden hacer discutible su utilización actual. Como señala en este sentido Dominick LaCapra (2008), ningún nombre carece de intención ni es puramente objetivo, pues tras las distintas opciones subyace la estimación de si estamos o no ante un hecho único e incomparable, que requiere un nuevo nombre y marco de comprensión. Sin embargo, como este mismo autor afirma, la extensión social del término holocausto (algo que sucedió especialmente a partir de la emisión de la serie de televisión Holocausto en 1978) indica una apropiación y un uso públicos que resultan positivos para la difusión del conocimiento científico. Un efecto similar tuvo la película de Claude Lanzmann titulada Shoah (1985) en la popularización


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