Decadencia. Adrian Andrade

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Decadencia - Adrian Andrade


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del sector que lo trataba como un verdadero ser humano. El nombre de la valiente jovencita era Hanna y era la única con quien platicaba en secreto.

      Sus actividades consistían en llevarle de comer, acompañarlo a los exámenes y limpiar su celda o habitación bajo la regla de evitar cualquier contacto físico o verbal. Esta clase de cuidados no le molestaba en lo absoluto; al contrario, le daba gusto ser de gran ayuda para el único invitado del Sector Cero.

      —¿Cómo te encuentras? —saludó Hanna compartiéndole una bella sonrisa para reanimarlo de un posible mal día.

      —Anoche me acordé de cuando estuve en la isla.

      Hanna simuló desinterés ante la cámara conforme recogía la basura. Intercambiar palabras era ligeramente aceptable, el objetivo para evitar sospecha radicaba en no mirarse a los ojos. Quedarse quieta frente a frente con éste la pondría a merced de una desagradable expulsión. Suceso del cual no podía darse el lujo, no cuando faltaba mucho por hacer de su parte.

      —Cuéntame.

      —Es confuso, sólo veo imágenes al azar.

      —Tómalo con calma, tienes todo el tiempo del mundo.

      —No es cierto.

      Hanna sonrió a la pared, tomó el plato todavía con algunos vegetales y lo vació a la bolsa de la basura. No quiso confirmar el presentimiento de Elder, decidió mejor contagiarle de optimismo mediante un gesto amistoso.

      —Hanna —llamó Elder.

      —¿Qué sucede?

      Hanna se detuvo en la puerta sin atreverse a mirar atrás aunque se estuviese muriendo por hacerlo.

      —¿Seré acaso un monstruo?

      —Absolutamente no, eres el único humano de todos los monstruos que habitan en este lugar.

      Hanna pretendió limpiar alrededor de la entrada.

      —¿No conoces a alguien más que sea la excepción a tu generalización?

      —Si necesitas algo, sólo pídelo.

      Hanna cerró la puerta evadiendo la pregunta.

      Aquella dulce voz tranquilizaba su encierro ya que era la única con quien podía platicar haciéndolo sentir otro humano más y no como otra rata más de laboratorio.

      Cada noche, Elder distraía su odio con los pasos de algunos científicos ambulantes. Le era difícil conciliar el sueño porque sus oídos se habían vuelto más sensibles al entorno, muy probable que haya sido por el espacio limitado. En cuanto a su vista, el exceso del color blanco de las paredes, techos, muebles y vestuarios, provocaba mantener semejantes tonalidades en la oscuridad.

      —Otra mañana más Elder —ingresaba Hanna con su perfeccionado desinterés—. Si tan sólo pudieras ver el amanecer.

      —Descríbemelo —pidió Elder.

      —No sabría cómo empezar.

      —Por favor.

      Hanna se tomó un largo minuto mientras le colocaba el desayuno. Inclusivo hizo caer uno de los cubiertos para darse tiempo de buscarlo y recogerlo para así explicarle un poco.

      —Es como si el mundo volviera a nacer, abandonas el aspecto material y te concentras en esta belleza natural acompañada de una cálida sensación debido al sol. Asimismo te conviertes en testigo de este maravilloso proceso en donde la oscuridad va cediendo ante la luz.

      —Quisiera un poco de esa luz.

      —Ahí la tienes —señaló Hanna hacia los filtros—, siempre la has tenido.

      Elder medio sonrió ante la espontaneidad de su amiga especial. De forma inesperada la luz de aquellos filtros se difuminó y un trueno proveniente del exterior se interpuso en su prohibida conversación.

      —¿Una tormenta? —inquirió Hanna al ponerse de pie—. El clima está más loco que nosotros.

      —¿Así suena una tormenta?

      —Más bien un trueno.

      —Me sonó a otra cosa.

      —¿Cómo a qué?

      —No sé, quizás a algún tipo de nave explotando a lo lejos.

      —¡Estás recordando!

      Hanna cometió el error de verle a los ojos.

      —No —intervino Elder con desilusión—, es sólo lo mismo de siempre.

      —Estás cosas toman tiempo —de nuevo desvió su vista esperando no haber sido cachada por la videocámara.

      —Tiempo que no tengo.

      —¿Qué te hace creerlo?

      —El Dr. Berger quiere abrirme la cabeza, así que es obvio que me voy a morir.

      Hanna permaneció callada y en su sombría expresión, Elder notó la absoluta verdad de su presentimiento.

      —¿Cuántos días me quedan?

      —No es tan sencillo, requieren de un documento firmado.

      —Bien sabes que no requieren de nada.

      Hanna trató de no verlo a su rostro mientras disimulaba desinterés frente a la cámara. Lo bueno que no se permitía grabar audio por lo que no le importaba desmedir sus palabras siempre y cuando no hubiese alguien esperando afuera de la celda.

      —No dejaré que te maten Elder, te lo prometo.

      —¿Por qué tratas de protegerme?

      —¿Por qué sé quién eres?

      —Sólo estás encariñada de una idea.

      —Va mucho más que una idea —susurró Hanna— si tan sólo vieras el amanecer, comprenderías.

      —Me conformó con la oscuridad.

      —Confía en mí y déjame mostrarte la luz.

      Hanna cometió el error de verlo a los ojos y todo por tratar de animarlo.

      —Quisiera creerte…

      —¡Señorita Rodríguez! —interrumpió un tercero— ¡Se puede saber por qué está haciendo contacto directo con el humanoide sin supervisión y sin previa autorización!

      —Elder se sentía mal —mencionó el nombre sin darse cuenta de su segundo error—, sólo quería cerciorarme que estuviese bien. Le juro que se me olvidó por completo el nuevo procedimiento.

      Finch se le quedó mirando con sospecha.

      —Si fuese el Dr. Berger, estaría en serios problemas.

      —Lo siento Dr. Finch, no volverá a pasar.

      —Déjenos y más cuidado para la otra.

      —Sí doctor —declaró Hanna saliendo del cuarto.

      Elder miró el rostro perturbado de Finch quien se asomaba afuera de la puerta para revisar si algún otro de sus compañeros se encontraba cerca. Luego cerró la puerta y acudió con Elder hincándose para platicar en voz baja.

      —Yo sé que te acuerdas de ese día —rompiendo formalidades— lo escuché durante la conversación que tuviste hace unos minutos con Hanna, ocupo que me cuentes lo que pasó en el Mono Lake.

      —Perdone Dr. Finch, no tengo idea de lo que me habla.

      —No mientas, si lo sabes. Me enteré de tu rescate en la isla por medio del sargento Randall mientras yo yacía inconsciente. Ni siquiera Berger me lo platicó en persona.

      —No se lo tome a mal, pero yo tampoco confiaría en usted.

      —Cómo puedes decir eso cuando he sido el único que te ha tratado bien, siempre protegiéndote de la muerte que te acecha. No tienes la mínima idea de lo que


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