Las otras verdades. Laura G. Miranda
Читать онлайн книгу.lo que eran juntos en un escenario tan efímero como profundo. Todavía podían empujar fuera del dormitorio sus diferencias mientras duraba el placer. Aunque cada vez era más intenso el después, porque entonces, el silencio les gritaba la verdad de cada uno, y en sus ecos las posturas peleaban a matar o morir.
En ese contexto, el tono de llamada de su celular le robó su atención.
–Hola, Lucía.
–Hola, Isabella, tengo grandes noticias para ti. Sé que es tarde pero no puedo esperar a mañana –se la oía ansiosa y feliz; tenía la voz de los portadores de buenas noticias. No se había equivocado, su sexto sentido de editora había reconocido el potencial de Isabella desde el principio. Luego, la sensibilidad, entrega y talento de la joven, unidos a la columna de opinión dedicada a las mujeres, con su foto en primera página de la revista, se habían convertido en un éxito que se mezclaba y renacía con más fuerza en un mundo de lectoras que se multiplicaban diariamente. Isabella López Rivera era un estilo en sí misma. Una suerte de marca registrada. Su voz era la de muchas, y de todas sus columnas la titulada “Mamushkas” había sido, sin duda, su consagración. Luego, era inherente a ella llegar al nervio de los temas sobre los que escribía con una sensibilidad universal.
–¿Qué sucede? –preguntó sin demasiado entusiasmo. En ese momento escuchó que Matías había cerrado el grifo de la ducha.
–¡Nueva York!
–¿Nueva York?
–¡Sí!
–¿Por qué estás eufórica? Hasta donde yo sé, tú conoces esa ciudad y no creo que me llames para contarme que viajarás y que yo debo reemplazarte. Eso ya ha sucedido antes –agregó con una sonrisa. Habían logrado cierta confianza luego de compartir tiempo en la revista.
–Recibí una propuesta de trabajo… –comenzó a contarle Lucía.
En un primer momento, Isabella sintió una sensación egoísta. Solo eso le faltaba: cambios en su trabajo, cuando esa era el área que, en ese momento, funcionaba sin incertidumbre ni pesar. No quería más responsabilidades, aunque fueran temporales. De inmediato, quitó de su mente la idea inicial. Ella no era así.
–Dime –continuó–, te escucho.
–Bueno, no acepté.
–¿Entonces? No veo qué es lo que no pudo esperar hasta mañana. No me malinterpretes, aprecio la confianza y tu llamada, pero sigo sin comprender.
–Te he propuesto a ti, y luego de analizar tu trayectoria aceptaron. ¡Esa es la gran noticia! Serías directora editorial de una revista en Nueva York; hablas inglés a la perfección. Se llama To be me, tiene excelente tirada y distribución. Quieren una mujer creativa en el puesto. ¿Qué me dices? –Isabella se había quedado pensando en la traducción To be me o lo que era lo mismo: Ser yo, se parecía bastante a una señal. Siempre la unía a Lucía Juárez un hilo invisible que enlazaba su presente a sus indicaciones laborales. Esa no era una orden, pero ¿qué era? Justo en ese momento, ¿y Matías? ¿Estaba él incluido en el viaje? ¿Por qué pensaba en eso? Ni siquiera sabía si deseaba ir. No conocía la propuesta y su vida estaba a merced de un conflicto sin solución–. ¿Estás allí? –preguntó Lucía.
–Sí, claro, sigo aquí. No vivo mi mejor momento… perdóname. Se han mezclado varias cuestiones en mí.
–Quizá sea esta la respuesta para ordenar un poco el enredo, Bella –dijo con esa sabiduría emblemática que casi siempre definía su discurso. Hacía días que intuía inestabilidad en el ánimo de su protegida–. Hablaremos mañana en mi oficina. A primera hora. Debemos responder esta semana. Es una gran oportunidad para ti. No digas nada todavía.
–Bien. No lo haré porque ahora mismo mi respuesta sería un “no”.
–Justamente por eso te llamé, para que llegues a la conversación con otras opciones. Te conozco.
–Mejor que yo, tal vez –agregó–. Buenas noches.
El tiempo pareció detenerse. Isabella permaneció inmóvil observando el espacio sin fronteras que la habitaba. Necesitaba una señal, una brújula personal que la ubicara en el centro de sus emociones. Un beso en la frente la trajo de regreso.
–No me respondiste –dijo Matías. Evidentemente le había preguntado algo y ella no lo había escuchado. Lo miró, tenía un paquete en sus manos–. ¿Quieres abrir esta sorpresa que tengo para ti?
–Claro –seguía siendo él, dulce y protector. Traía un regalo pequeño, porque lo grande era su amor. Matías se acercaba desde otro lugar.
Isabella tomó el envoltorio rectangular y lo abrió. El impacto visual la llevó de inmediato a su infancia, pero también la enfrentó, con sorprendente claridad, a su vida adulta. Se trataba del ejemplar de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll que había leído y amado cuando era niña. Desteñidos los colores de la portada y amarillentas sus páginas, lo acercó a su nariz y reconoció el olor del pasado. Cerró los ojos por un instante. Viajó en el tiempo y regresó.
–¿Dónde hallaste este libro? –preguntó con curiosidad.
–Yo no lo hice. Fue tu madre. Hoy estuve con ella y lo encontró mientras ordenaba su biblioteca. Me contó cuánto te gustaba de pequeña y entonces quise traerlo a nuestra casa. Fui yo quien lo envolvió –Matías solía ir a la casa de Gina y compartía con ella un café mientras conversaban; él no tenía madre y le encantaba escucharla. Consideraba que era cool, divertida y muy sabia. A Isabella le gustaba que se llevaran tan bien.
–¿Sabes que es considerada una de las mejores novelas del sinsentido? –preguntó haciendo caso omiso al relato doméstico ya que era habitual que él visitara a su madre, otro gesto por el que lo amaba más si eso era posible. Había leído y analizado la obra siendo adulta.
–Lo sé, por su simbología, su aparente locura y sus juegos lógicos –agregó–: Creo que será un texto inspirador para ti.
–¿Por qué?
–Porque es un real “sinsentido” todo lo que dices que nos separa.
–No lo digo yo, lo dicen los hechos. No quiero hablar ahora de eso, pero gracias… me quedo con el libro –no lo dijo, pero pensó en el paralelismo. La novela cuenta la historia de Alicia, una niña que al caer, de forma accidental, por un agujero llega a un peculiar mundo de criaturas con apariencia humana; una obra capaz de conquistar a seres de cualquier edad.
Abrió una página al azar y leyó: “O el pozo era muy profundo, o ella caía muy lentamente, porque mientras descendía le sobraba tiempo para mirar alrededor y preguntarse qué iría a pasar a continuación”. Definitivamente, soy Alicia, pensó.
–Te amo. Vamos a acostarnos. Es tarde –dijo Matías con una sonrisa. Ella accedió.
Sin hablar, sobre la suavidad de la cama, se fundieron en un abrazo silencioso. Ambos eligieron callar. Era mucha información para ponerla en palabras en ese momento.
CAPÍTULO 2
Makena
Recuerda mirar arriba, a las estrellas, y no abajo, a tus pies.
Intenta encontrar el sentido a lo que ves y pregúntate qué es lo que hace que el universo exista.
Stephen Hawking, 2012
BUENOS AIRES, ARGENTINA
María Paz Grimaldi observaba a su hija con la mirada orgullosa de siempre; por un instante únicamente su rostro precioso ocupó todos sus sentidos. Makena era una niña diferente –en verdad, cada ser lo es, irrepetible y único–, pero su origen y la energía que irradiaba desde que había llegado a la