100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери
Читать онлайн книгу.primer hombre, con todo quiere que haya en todos los hombres, una misma esencia, la cual no puede tener diversos principios. Y Platón quiere que todos los hombres dependan de una idea tan sólo no más; lo cual es darles; un único principio. Y, sin duda, mucho se había de reír Aristóteles oyendo hacer dos especies del género humano, como de caballos y asnos; que -Aristóteles me perdone- asnos se pueden llamar los que así piensan. Porque, según nuestra fe -la cual ha de guardarse por entero-, es lo más falso, y por Salomón lo manifiesta, que allí donde hace distinción entre hombres y animales brutos, llama a todos aquéllos hijos de Adán; y hace tal cuando dice: «¿Quién sabe si los espíritus de los hijos de Adán van arriba y los de bestias abajo?» Y de que entre los gentiles era falso, he aquí el testimonio de Ovidio en el primero de su Metamorfoseos, donde trata de la constitución mundial según la creencia pagana, o de los gentiles, diciendo: «Nacido es el hombre -no digo los hombres-, nacido es el hombre, ya que le hiciera el artífice de las cosas con divina simiente, ya porque la reciente tierra, poco antes separada del noble éter, conservase las simientes del acuñado cielo, mezclando la cual con el agua del río el hijo de Japeto, es, a saber: Prometeo compuso a imagen de los dioses que todo lo gobiernan. Donde manifiestamente supone que el primer hombre fue un solo ser; y por eso dice la canción: Mas yo a tal no consiento; es decir, que el hombre no tuviese principio; y añade la canción: Ni ellos tampoco, no, si son cristianos; y no dice filósofos o sea gentiles, cuyas opiniones están también en contra; por lo que la cristiana opinión tiene mayor vigor y deshace toda calumnia, merced a la suma luz del cielo que la ilumina.
Luego, cuando digo que al intelecto sano manifiesto es cuán son sus dichos vanos, deduzco que su error ha sido confundido; y digo que es tiempo de abrir los ojos a la verdad. Y digo tal cuando digo: Y decir ora quiero, cual lo siento. Digo, pues, que por lo que se ha dicho es manifiesto a los intelectos sanos, que los dichos de éstos son vanos, es decir, sin meollo de verdad. Y digo sanos no sin motivo. Pues se ha de saber que nuestro intelecto puede decirse sano y enfermo; y por intelecto digo esa parte noble de nuestra alma, que con vocablo común suele llamarse mente. Se puede decir sano, cuando por maldad de alma o de cuerpo no está en su ejercicio, que es conocer lo que las cosas son, cormo quiere Aristóteles en el tercero del Alma.
Que, conforme a la maldad del alma, he visto tres horribles enfermedades en la mente de los hombres. Es la una causada por natural jactancia, porque son muchos los presuntuosos que creen saberlo todo; y de aquí las cosas inciertas como ciertas las afirman; lo cual abomina Tulio, más que nada, en el primero de los Offici, y Tomás en su Contra gentiles, diciendo: Hay muchos tan presuntuosos de su ingenio, que creen poder medir todas las cosas con su opinión, estimando verdad cuanto a ellos les parece tal, y falso lo que no creen». Y de aquí acaece que nunca logran doctrina, creyéndose suficientemente adoctrinados por sí mismos, nunca preguntan, no escuchan, desean ser preguntados, y, una vez que se les ha hecho la pregunta, contestan mal. Y de éstos dice Salomón en los Proverbios: ¿Visteis al hombre rápido en responder? De él se ha de esperar más bien estulticia que discreción. La otra tiene por causa la natural pusilanimidad, que hay muchos tan vilmente obstinados, que no pueden creer que ni ellos ni otros puedan saber las cosas; y estos tales nunca investigan por sí, ni razonan, ni se curan de lo que otro dice. Y contra éstos habla Aristóteles en el primero de la Ética, diciendo que «hay pocos atentos a la filosofía moral». Éstos viven siempre groseramente, como bestias, desesperados de toda doctrina. La tercera tiene por causa la liviandad de naturaleza; porque hay muchos de tan liviana fantasía, que en todas sus argumentaciones se dejan llevar, y antes de silogizar ya han deducido, y de una conclusión van trasvolando a otra, y les parece que argumentan muy sutilmente, y no se mueven de ningún principio, y así ninguna cosa ven verdadera en su fantasear. Y de éstos dice el filósofo que no hemos de cuidarnos ni tener trato con ellos, diciendo en el primero de la Filosofía que contra el que niega los principios «no se debe discutir». Y de estos tales hay muchos idiotas que no saben el abecé, y querrían discutir de Geometría, de Astrología y de Física.
Y conforme a la maldad, o defecto de cuerpo, puede no estar sana la mente, ya por defecto de algún principio de nacimiento, como los mentecatos; ya por alteración del cerebro, como los frenéticos. Y de esta enfermedad de la mente trata la ley cuando el Inforziato dice: «En el que hace testamento se requiere en el tiempo en que el testamento hace sanidad de cuerpo, no de mente». Por lo que es manifiesto a aquellos intelectos sanos que no están enfermos por maldad de ánimo o de cuerpo, sino libres y expeditos para la luz de la verdad, que la opinión de la gente que se ha dicho es vana, es decir, sin valor.
Después añade que yo también los juzgo falsos y vanos, y así pues, los repruebo; y esto hago cuando digo: Y yo también por falsos los repruebo. Y después digo que se ha de mostrar la verdad; y digo que hay que demostrar qué es nobleza y cómo se puede conocer al hombre en que reside; y digo esto en: Y decir ora quiero, cual lo siento.
XVI
«El rey se alegrará en Dios, y serán alabados todos aquellos que juran en él, porque cerrada está la boca de los que hablan cosas inicuas». Estas palabras puedo anteponer aquí, porque todo verdadero rey debe amar más que nada la verdad. Y así está escrito en el libro de la Sabiduría: «Amad la luz de sabiduría, vosotros los que presidís a los pueblos»; y la luz de la sabiduría es la propia verdad. Digo, pues, que por eso se alegrarán todos los reyes, porque se ha reprobado la falsa y dañosísima opinión de los hombres malvados y engañados, que de nobleza han hablado inicuamente hasta ahora.
Es menester proceder a tratar la verdad, conforme a la división hecha más arriba en el tercer capítulo del presente Tratado. Esta segunda parte, pues, que comienza: Digo que toda virtud principalmente se propone determinar la nobleza según la verdad; y esta parte se divide en dos: en la primera de las cuales quiérese mostrar lo que la nobleza es, y en la segunda, como se puede conocer a aquél donde reside; y comienza esta segunda parte: Hay nobleza donde quiera que hay virtud.
Para entrar con perfección en el Tratado, se han de ver primeramente dos cosas. Una es lo que por la palabra nobleza se entiende, considerada simplemente; la otra es el camino por que se ha de ir para buscar la definición susodicha. Digo, pues, que si queremos considerar la manera común de hablar, por la palabra nobleza se entiende perfección de la propia naturaleza en toda cosa. Así pues, no sólo al hombre se atribuye, sino también a las cosas todas; porque el hombre dice noble piedra, noble planta, noble caballo, noble halcón, a todo aquello que sea perfecto por naturaleza. Y por eso dice Salomón en el Eclesiastés: «Bienaventurada la tierra cuyo rey es noble», que no quiere decir sino «cuyo rey es perfecto, según su perfección de alma y de cuerpo»; y también lo manifiesta en lo que antes dice, al decir: ¡Ay de ti, tierra, cuyo rey es párvulo por su edad, mas por sus costumbres desordenadas y por defecto de vida!», como enseña el filósofo en el primero de la Ética. Hay algunos necios que creen que con la palabra noble se entiende el ser de muchos conocido y nombrado; y dicen que procede de un verbo que significa conocer, es decir, nosco; mas esto es sobremanera falso. Porque, si así fuese, aquellas cosas que más nombradas y conocidas fuesen en su género, más nobles en su género serían;. y así la aguja de San Pedro sería la piedra más noble del mundo, y Asdente, el zapatero de Parma, sería más noble que ninguno de sus ciudadanos, y Albuino della Scala sería más noble que Guido da Castello di Reggio; cosas éstas falsísimas todas. Y, por, lo tanto, es falso proceda de conocer, sino que procede de no vil; y así noble es como no vil. Esta perfección pretende el filósofo en el séptimo de la Física, cuando dice: «Toda cosa es sobremanera perfecta, cuando logra y añade en virtud propia»; y entonces es sobremanera perfecta conforme a su naturaleza. Así pues, puede decirse, perfecto el círculo cuando es verdaderamente círculo, es decir, cuando añade su propia virtud; entonces está en toda su naturaleza y entonces se puede decir círculo noble. Y acaece esto cuando en el lugar hay un punto que diste igualmente de la circunferencia. Pierde su virtud el círculo que tiene figura de huevo, y no es noble, como tampoco que tiene casi figura de huevo, y no es noble, como tampoco que tiene casi figura de luna llena, porque no está en él perfecta su naturaleza. Y así se ve manifiestamente que generalmente esta palabra Nobleza significa en todas las cosas perfección de su naturaleza, y esto es lo primero que se busca, para mejor entrar en el Tratado de la parte que nos proponemos exponer. En segundo lugar, hemos de ver cuál es el camino para encontrar la definición de humana nobleza, que el presente