100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

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100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери


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perfección por los principios esenciales, es menester definir y conocer aquélla por sus efectos, y por eso se lee en el Evangelio de San Mateo, cuando dice Cristo: «Guardaos de los falsos profetas; por sus frutos los conoceréis». Y por el camino derecho se ve esta definición, que se va buscando por los frutos, que son virtudes morales e intelectuales, las cuales siembra nuestra nobleza, como en su definición se manifestará plenamente. Y éstas son las dos cosas que era menester ver, antes de proceder a otras, como se dice en el capítulo de más arriba.

      XVII

      Luego que se han visto las dos cosas que parecía conveniente ver antes de proceder con el texto, hemos de seguir con éste; y dice y comienza así: Digo que toda virtud principalmente procede de una raíz, virtud entiendo, que hace al hombre feliz en su ejercicio; y añade: Es éste (según la Ética dice) un hábito de elección; exponiendo la definición de la virtud moral, según la define el filósofo en el segundo de la Ética. En lo cual se entienden dos cosas: una, es que toda virtud proceda de un principio; la otra, es que estas virtudes todas sean las virtudes morales de que se habla, y esto se manifiesta al decir: Es ésta, según la Ética dice. Donde se ha de saber que nuestros frutos más propios son las virtudes morales, porque están por doquier en nuestro poder, y son diversamente distinguidas y enumeradas por los filósofos. Mas como quiera que allí donde abrió la boca la divina opinión de Aristóteles me pareció que debía dejarse a un lado toda otra, siendo mi intención decir brevemente cuáles son éstas, según su opinión, seguiré hablando de ellas. Once son las virtudes enumeradas por el filósofo.

      La primera se llama Fortaleza, la cual es arma y freno para moderar nuestra audacia y temeridad en las cosas que son corrupción de nuestra vida.

      La segunda es Templanza, la cual es regla y freno de nuestra gala y de nuestra excesiva abstinencia en las cosas que nuestra vida conservan.

      La tercera es Liberalidad, la cual es moderadora de nuestro dar y recibir las cosas temporales.

      La cuarta es Magnificencia, la cual es moderadora de los grandes dispendios, haciéndolos y conteniéndolos en ciertos límites.

      La quinta es Magnanimidad, la cual es moderadora y conquistadora de los grandes honores y fama.

      La sexta es Amante de las honras, la cual nos modera y regula en cuanto a los honores de este mundo.

      La séptima es Mansedumbre, la cual modera nuestra ira y nuestra excesiva paciencia contra nuestros males exteriores.

      La octava es Afabilidad, la cual nos hace convivir buenamente con los demás.

      La novena se llama Verdad, la cual nos modera en el envanecernos más de lo que somos y en el rebajarnos en nuestro discurso.

      La décima llaman Eutrapelia, la cual nos modera en el solaz, haciéndonos usar de él debidamente.

      La undécima es Justicia, la cual nos dispone a amar y a obrar a derechas en todas las cosas.

      Cada una de estas virtudes tiene dos enemigos colaterales, es decir, vicios: uno por exceso y otro por defecto. Y están aquéllas en el medio de éstos, y nacen todas de un solo principio, a saber: del hábito de nuestra buena elección. Por lo que, generalmente, se puede decir de todas que son Hábito electivo consistente en el medio. Y éstas son las que hacen al hombre bienaventurado, o sea feliz, en su ejercicio, como dice el filósofo en el primero de la Ética, cuando define la Felicidad diciendo que la Felicidad es obrar conforme a la virtud en vida perfecta. Muchos ponen la Prudencia, es decir el Sentido, entre las virtudes morales; mas Aristóteles la enumera entre las intelectuales, no obstante sea conductora de las virtudes morales y muestre el camino por el cual se logran y sin el cual no puede existir.

      Verdaderamente, se ha de saber que podemos tener en esta vida dos felicidades, según los dos diversos caminos, bueno y óptimo, que a tal nos llevan: una es la vida activa; la otra, la contemplativa, la cual -no obstante por la activa se llegue, cormo se ha dicho, a buena felicidad- lleva a óptima felicidad y bienaventuranza, según prueba el filósofo en el décimo de la Ética. Y Cristo lo afirma por su boca en el Evangelio de Lucas, al hablar a Marta, respondiéndole: «Marta, Marta, eres muy solícita y te afanas por muchas cosas; en verdad, una sola cosa es necesaria», es decir, lo que haces; y añade: «María ha elegido óptima parte y no le será arrebatada». Y María, según está escrito anteriormente a estas palabras del Evangelio, sentada a los pies de Cristo, ningún cuidado mostraba por el ministerio de la casa; mas sólo oía las palabras del Salvador. Así, pues, si tal queremos explicar moralmente, quiso Nuestro Señor mostrar con esto que la vida contemplativa era óptima, por más que fuese buena la activa; lo cual es manifiesto a quien quiere poner atención en las palabras evangélicas. Podría, sin embargo, decir alguien, argumentando en contra mía: pues que la felicidad de la vida contemplativa es más excelente que la de la activa, y una y otra puedan ser y sean fruto y fin de la nobleza, ¿por qué no se procedió más bien por el camino de las virtudes intelectuales que por el de las morales? A lo cual se puede responder brevemente que en toda doctrina se ha de respetar la facultad del discípulo y llevarlo por el camino que le sea más leve. Por lo que, dado que las virtudes morales parecen ser y son más comunes, más conocidas y requeridas que las demás y están unidas en su aspecto exterior, útil y conveniente fue proceder más bien por ese camino que por el otro; que igualmente se viene a conocimiento de las abejas, razonando por el fruto de la cera, cormo por el fruto de la miel, puesto que uno y otro de ellas proceden.

      XVIII

      En el capítulo precedente se ha determinado cómo toda virtud moral procede de un solo principio, es decir, buena y habitual elección, y tal dice el texto presente hasta aquella parte que comienza: Digo que la nobleza en su razón. En esta parte, pues, se procede por vía probable para saber que toda virtud susodicha, singular o generalmente considerada, procede de nobleza, como efecto de su causa, y fúndase sobre una proposición filosófica que dice que cuando acaece que dos cosas se juntan en una, ambas se deben reducir a una tercera, o la una a la otra, como el efecto a la causa; porque una cosa tenida primero y por sí no puede serlo sino por uno, y si ambas no fueran efecto de una tercera, o la una de la otra, ambas tendrían aquella cosa primeramente, y por sí, lo cual es imposible.

      Digo, pues, que nobleza y tal virtud, es decir, moral, tienen de común que una y otra llevan consigo la alabanza de aquel a quien se les atribuye, y esto, cuando dice: porque en el mismo dicho convienen ambas y en el mismo efecto; es decir, alabar y creer ensalzado a quien dice pertenecer.

      Y luego concluye tomando la virtud de la proposición antedicha, y dice que por eso es menester que la una proceda de la otra o ambas de una tercera, y añade que más bien se ha de presumir que la una proceda de la otra, que las dos de una tercera, si se ve que la una tanto como la otra vale y aún más, y dice así: Mas si la una lo que la otra vale. Donde se ha de saber que aquí no se procede por demostración necesaria, como sería el decir que el frío engendra el agua y nosotros vemos las nubes; significa bella y conveniente inducción; porque si en nosotros hay muchas cosas de alabar y en nosotros reside el principio de nuestras alabanzas, es de razón deducir éstas a tal principio, y aquel que comprende más cosas, es de razón que sea tenido por principio de ellas y no ellas por principio de aquél. Y así el tronco del árbol que a todas las demás ramas comprendes debe llamársele principio y causa de éstas y no de aquél; y así la nobleza, que comprende toda virtud -como la causa comprende el efecto- y otras muchas obras nuestras de alabar, debe tenerse por tal que la virtud se reduzca a ello, antes que a otra tercera que en nosotros resida.

      Por último, dice que lo que se ha dicho -es decir, que toda virtud moral procede de una raíz y que tal Virtud y Nobleza convengan en una cosa. como se ha dicho más arriba, y que por eso es menester reducir la una a la otra o ambas a una tercera, y que si la una vale lo que la otra y más procede de ella y no de otra tercera- todo está presupuesto, es decir, ordenado y preparado, para lo que antes se pretende. Y así termina este verso y esta parte.

      XIX

      Pues que en la parte precedente se han tratado tres cosas determinadas, que eran necesarias para ver cómo se puede definir esta cosa de que se habla, hay que proceder a la segunda parte, que comienza: Hay nobleza donde quiera que hay virtud. Y ésta


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