Los años que dejamos atrás. Manuel Délano
Читать онлайн книгу.nosotros también habíamos sido parte muy importante de la transición”.
–Pero la UDI, con mucha astucia, no coincidió con ese propósito... Fue una jugada astuta de la UDI, particularmente de Guzmán –agrega Allamand.
Zaldívar tenía un comodín en su mano, que el resto de los jugadores en la partida desconocía. Era su carta ganadora si no lograba el apoyo de RN, el partido mayoritario de la derecha.
Con discreción, se había conseguido el voto de un senador designado por Pinochet, el ex general director de Carabineros (1964-1970), Vicente Huerta. Explica Zaldívar que tenía una muy buena relación con Huerta, porque durante el gobierno de Frei Montalva, cuando fue ministro de Hacienda, le había entregado a Carabineros los recursos para la compra de aviones policiales, que el entonces general director quería para su institución.
–Tenía comprometido el voto de Huerta. Yo le había pedido: “Pero no le diga a nadie... calladito, que no sepa nadie” –recuerda Zaldívar con orgullo.
Las reglas no escritas de las negociaciones políticas suelen ser misteriosas para quienes no han incursionado en estos pasillos enrevesados. Protagonista de la política en primera fila desde los 26 años, cuando fue uno de los dirigentes que elaboró el programa con el que Frei Montalva llegó a la presidencia en 1964, Zaldívar las domina con maestría. Combinaba este conocimiento con un despliegue de energía que a sus interlocutores les hace pasar por alto su estatura. Fue subsecretario y ministro de Economía y después de Hacienda de Frei Montalva, senador en 1973, exiliado por la dictadura, presidente de la Internacional Demócrata Cristiana, y ya de regreso en Chile, timonel de la DC entre 1988 y 1990.
Al conseguir Zaldívar el voto de Huerta, la ventaja de la derecha en el Senado, incluidos los designados, que era de 25 a 22, se redujo de 24 a 23. Era su secreto y del exuniformado.
Todavía faltaba conseguir más votos de la derecha o de los designados que se inclinaran por un candidato de la Concertación para ganar, o al menos se abstuvieran. Si RN no estaba disponible para entregarlos, solo quedaba conseguirlos en la UDI.
Pero la UDI era el partido más cercano a la dictadura saliente.
A Jaime Guzmán también le rondaba la idea de lograr un acuerdo con la Concertación. Era la única forma que tenía el partido de conseguir algún protagonismo y mostrar credenciales legítimas de que podían actuar en democracia, y no solo con la tutela militar. Aunque RN casi los había duplicado en las urnas en 1989, en esta colectividad se sentían los herederos legítimos del gobierno saliente, los encargados de defender su legado, y creían que su voz debía ser escuchada. Guzmán sabía que para todo esto tener tribuna en el Parlamento era importante.
Corría el cálido febrero de 1990, recuerda el entonces diputado electo de la UDI Juan Antonio Coloma, cuando lo llamó por teléfono el senador electo Guzmán, líder de este partido y uno de los padres de la Constitución de 1980.
Guzmán fue directo al punto, como solía hacerlo cuando una idea bullía en él.
–Tú que conoces más a la gente de la Concertación, ando con una idea que puede ser decisiva –le dijo.
–¿Qué idea? –preguntó Coloma.
Guzmán estaba enterado que, desde hacía años, Coloma asistía a reuniones periódicas en la opositora revista Hoy, cercana a la DC. Habían partido organizadas por el periodista Emilio Filippi, director del semanario. A los encuentros asistían algunos periodistas del semanario y dirigentes políticos como Gutenberg Martínez (DC) y Ricardo Núñez (PS renovado), entre otros. Después que Filippi emigrara a formar el diario La Época con el editor de la sección Política de Hoy, Ascanio Cavallo, el nuevo director de esta revista, Abraham Santibáñez, que ascendió desde su cargo de subdirector, continuó las reuniones y se incorporó en ellas el periodista y sociólogo Alejandro Guillier, que redactaba la principal nota política semanal de esa publicación. En las tertulias discutían sobre la coyuntura política y los escenarios posibles. Coloma asistía con regularidad. Él dice que lo habían invitado para que los análisis que hacían fueran “un poquito más equilibrados”.
Coloma era el político de la UDI que mejor conocía cómo pensaban los concertacionistas.
Por eso Guzmán lo había llamado por teléfono. El líder de la UDI creía que el papel de los nueve designados debía ser el de “articuladores de acuerdos” entre la Concertación y la derecha para dar estabilidad a la transición. Era su proyecto.
Guzmán estaba preocupado por el efecto político de deslegitimación que se produciría si los senadores de la derecha votaban en bloque junto con los designados para elegir la testera de la Cámara Alta.
–Esto no será aceptable –le dijo a Coloma, relata este último–, una cosa es que tengamos los votos, y otra muy distinta es que, este mecanismo, que está destinado a ser un articulador, pase a ser decisivo. ¿Por qué no negociamos que nosotros como UDI vamos a dar los votos para que alguien de ellos sea presidente?
Ellos eran los concertacionistas. La idea era entonces como intentar mezclar el aceite y el agua.
–¿Te volviste loco? –replicó Coloma, uno de los pocos que podía abordar con este nivel de confianza a Guzmán–. ¿Cómo vamos a votar por ellos?
Guzmán insistió.
–El presidente del Senado tiene que ser alguien con la personalidad suficiente, debe ser con un compromiso, que el compromiso está en la Constitución, y comprender el rol histórico de la transición.
Coloma no estaba muy convencido. Guzmán remachó.
–El que yo creo que lo puede hacer mejor es Gabriel Valdés...
–¡¿Pero cómo?! –interrumpió Coloma, estupefacto.
En esa época, para Coloma, Valdés era la antítesis de la UDI, aunque sostiene que posteriormente llegaron a ser amigos. Pero Guzmán creía que el dirigente democratacristiano podría dar brillo al cargo. Reconocía su peso intelectual.
En 1982, al regresar desde el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Nueva York, del que fue subdirector tras su experiencia como ministro de Relaciones Exteriores de Frei Montalva, Valdés se hizo cargo de la dirección de la DC en vísperas de las protestas nacionales, donde se terminó de forjar la reconciliación y unidad del centro y la izquierda socialista. Encabezó el llamado sector chascón de la DC, el ala más progresista de ese partido, cuyos adversarios eran los guatones, los más conservadores, encabezados por Aylwin. En ese periodo de intensas movilizaciones, Valdés fue el líder de la oposición. Muchos creían que después iba a encabezar la transición. Pero en no pocas ocasiones procesos de esta intensidad devoran a sus protagonistas. La historia chilena y de otros países es abundante en ejemplos.
Valdés tenía mayor liderazgo que Aylwin, más aceptación en la izquierda, estatura internacional y había prohijado varios de los principales think tanks opositores. Fue decisivo en el acercamiento que hubo entre el centro y la izquierda socialdemócrata en dictadura. Hablaba idiomas, era culto, refinado, conocía el mundo y, a ojos de los militantes democratacristianos de base, parecía algo distante; más que querido era en cierto modo envidiado por estas características suyas. Su cercanía con la izquierda era considerada con suspicacias entre los guatones. Era llamado el Conde, por su estilo aristocrático. Pero tras su derrota en la ruda disputa con Aylwin por la presidencia de la DC, un cargo que constituía el pasaporte indispensable para erigirse como el candidato presidencial de la Concertación y el casi seguro primer Presidente de la República en 1990 después de la dictadura, ya no fue el líder enérgico y corajudo de comienzos y mediados de los ochenta, en que incluso encabezó una manifestación en Plaza Italia, que fue reprimida y terminó con él víctima del carro lanzaguas y de gases lacrimógenos29, ni el dirigente detenido en dictadura por convocar a protestas pacíficas. Tal como otros líderes políticos lo hicieron entonces, Valdés sacrificó sus legítimas ambiciones personales en aras de conseguir que finalizara la dictadura y después de la derrota en las internas de la DC no ahondó las diferencias con Aylwin y, sobre todo,