Violencias en la educación superior en México. Angélica Aremy Evangelista García

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Violencias en la educación superior en México - Angélica Aremy Evangelista García


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En todos estos espacios las estudiantes fueron agredidas por desconocidos, pares, docentes, hombres de las localidades e incluso familiares.

      Ellos [compañeros y docentes] como que les vale […] les convenía llegar más rápido acá [a la UI] Y ya pues me bajé. Una compañera me dijo: “Pues con cuidado y me avisas cuando llegues a tu casa porque sí está como muy feíto aquí”. Porque hay solamente como dos casas que parece que están abandonadas y una tienda, y así en frente una cancha y luego una escuela primaria, pero pues ya habían salido los maestros de ahí […] allá no hay señal [de celular], allá está como de que si te pasa algo pues ya valiste, ¿no? Ahí estuve parada un buen rato esperando combi (Estudiante, UI, Tabasco).

      Las agresiones perpetradas fueron de tipo físico, psicológico y sexual, pero para los propósitos de este proyecto destacó la discriminación por ser mujeres expresada en actos como rechazar sus proyectos de vinculación, ni siquiera permitirles presentarlos, negarles información, no tomarlas en serio y negarse a participar en las actividades que ellas organizaban, excepto cuando las acompañaba un varón. Es decir, cuando un compañero integra el equipo de trabajo entonces sí las atienden y les prestan atención. Además, son víctimas de acoso sexual callejero, pero también de acoso sexual perpetrado por las propias autoridades comunitarias e incluso por familiares con cargos de autoridad en la localidad o sin ellos.

      En la vida personal y colectiva de las mujeres se identificaron las consecuencias de la violencia comunitaria que, aunque se perpetra de manera directa sobre los cuerpos de las mujeres, afecta también los cuerpos social y político entrelazados con sus cuerpos (De la Cruz, 2008). En el cuerpo individual las consecuencias se manifiestan en la pérdida de la libertad, la seguridad y la autoestima; en la restricción de la movilidad y en la consecuente dependencia (real o virtual) de figuras masculinas o de aparatos por medio de alarmas, aplicaciones, etcétera. Las jóvenes universitarias agredidas viven con temor, miedo, humillación, coraje, impotencia, ansiedad y culpa. La violencia en su contra tiene efectos sobre su salud física y psicológica; además, en muchos casos es un factor de deserción e interrupción de trayectorias escolares (Gamboa, 2019).

      […] por ahí debe de haber una nota periodística que hablaba de la “universidad sexosa”, así le habían puesto. Entonces muy fuerte la situación, y todo eso de alguna manera la problemática que se venía era la cuestión de los indicadores de ingresos, porque cómo siendo una zona maya donde los valores… cómo iban a permitir… si de por sí era muy difícil que las mujeres accesaran [sic] a la educación, o sea, se les permitiera la educación por parte de estas cuestiones de costumbres y todo de que al final se casan y las mantiene su marido, y entonces para qué les sirve el estudio. Imagínate con estas noticias, así pues, sí era como la “manchota”. Y pensar que los padres con eso ni para qué dejarlas venir, ¿no? O sea, entonces en vez de decir que vayan a estudiar, nada, vas a enamorar o que el maestro las enamore (Trabajadora, UI, Quintana Roo).

      Patrones de violencia en las IES

      A manera de síntesis, las mujeres en las IES estudiadas en ambos proyectos experimentan una amplia y variada gama de actos violentos conectados entre sí en un continuo de menor a mayor severidad, que se experimentan a nivel interpersonal pero que tienen sus bases culturales y sistémicas en el nivel estructural y con expresiones de violencia institucional mediando entre un nivel y otro. Además, como ya se mencionó, la violencia se experimenta en todos los ámbitos. No se presenta como un acto, sino como un continuo desde niveles macroestructurales hasta microsociales, desde manifestaciones físicas y corporales hasta simbólicas, desde episodios extraordinarios y graves hasta cotidianos, leves, escurridizos y, por lo tanto, naturalizados y normalizados (Castro, 2012; Mingo y Moreno, 2015) (ver Figura 1).

      Figura 1. Patrones de la violencia en las IES

      Fuente: Elaboración propia como síntesis de las reflexiones en ambos proyectos.

      No todas las expresiones de violencia documentadas en ambos proyectos fueron sexuales, ni siquiera en el proyecto en el que específicamente se indagó sobre el hostigamiento y el acoso sexual. En este sentido, coincido con Moreno y Mingo (2020), quienes advierten que si solo nos concentramos en este tipo de violencia perdemos de vista expresiones del desprecio con que los hombres suelen tratar a las mujeres, en tanto mecanismos de expulsión, exclusión, disciplinamiento y humillación, que tienen el propósito de devolver a las mujeres al ámbito doméstico como el “lugar donde pertenecen”, para así perpetuar el orden genérico. Es decir, para las autoras mencionadas, los mecanismos de imposición del orden de género no siempre recurren a la violencia sexual ni al ejercicio de la fuerza bruta.

      Ser universitaria constituye en sí mismo un acto que trastoca el sistema sexo-género para muchas jóvenes de la región sur-sureste de México; por lo tanto, es el origen de múltiples formas de violencia contra ellas, algunas sutiles, otras manifiestas y graves, pero siempre invisibilizadas por los agresores y naturalizadas por las propias mujeres. Los diferentes actos de violencia que en particular viven las mujeres universitarias tienen el objetivo de imponer las normas de subordinación y obediencia a las que “deben” someterse, orillándolas a abandonar el ámbito público para replegarse al espacio doméstico, lugar donde se gesta en su primera socialización el proyecto social de domesticación y sometimiento a las reglas de dominación masculina (Castro, 2012).

      Las consecuencias que provocan las experiencias de violencia de las mujeres universitarias están a la vista, se pierden la libertad, la seguridad y la autoestima. Se vive en soledad, temor, miedo, humillación, coraje, impotencia, ansiedad y culpa porque se suelen silenciar los incidentes de violencia. El mayor riesgo es el abandono del proyecto escolar, sobre todo para aquellas mujeres que llegaron a la universidad superando muchas adversidades.

      […] no se lo conté desde el principio a mi papá. Una fue por la forma en cómo yo sé que iba a reaccionar […] Y entonces dije: “No, si yo se lo cuento ahora, le voy a hacer mucho daño, porque no puede hacer nada, está muy lejos” […] era la primera cosa que yo pensé para decirle a mi papá. Y la otra es que hace tiempo él quería que yo me regresara. Estaba muy lejos de casa y me había costado, de alguna manera, un tiempo y muchas circunstancias que habían pasado en mi vida que me habían costado, y que mi papá sabía y que siempre me dijo: “Regrésate”. Y llegó un momento, antes de este incidente, que me dijo: “Regrésate, regrésate, regrésate”. Y yo le dije que no me iba a regresar; y ahora con esto le daba automáticamente razones a mi padre para poder regresarme.

      Pero, en ese momento, cuando yo se lo cuento, sí él me lo expresó, que no quería que me quedara, y de alguna manera comencé a sentir un rencor por las personas que habían hecho ese tipo de cosas… Pero yo le dije que no se preocupara, que yo estaba bien, y que siempre iba a tomar las acciones necesarias para no volver a vivir ese tipo de circunstancias, e iba a tomar lo que fuera necesario. Y ya no me volvió a insistir en que me regresara, pero como dices, sí, los papás lo primero que piensan es: “Regrésate, regrésate o salte de ahí”, porque primero que nada, siempre van a ver la seguridad, la seguridad de nosotros (Estudiante, UI, Chiapas).

      Es decir, la violencia de género hacia las mujeres no es un suceso personal y aislado que solo involucra al agresor y a la víctima; es estructural porque todo el orden social, llámese patriarcado, sistema sexo-género o de dominación masculina, al estar basado en el privilegio y la supremacía masculina “está orientado a operar oprimiendo a las mujeres y reproduciendo regularmente esta opresión” (Castro, 2012: 19) para doblegar la voluntad de las mujeres y cercenar sus deseos de autonomía (De Miguel, 2005: 239).

      Al abandonar la universidad como espacio público, las estudiantes pierden libertad y se restringe su tiempo y espacio. Se trata de un efecto muy parecido al provocado por el miedo a la inseguridad y la violencia social y criminal (Segovia, 2017), y actualmente por el temor y miedo al contagio del SARS-CoV-2 y la enfermedad de la COVID-19. Las estudiantes se confinan en el ámbito doméstico donde, a las tareas de la universidad en casa, se suman los trabajos de cuidados (doble y triple jornada). Además, para muchas jóvenes el hogar constituye


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