Violencias en la educación superior en México. Angélica Aremy Evangelista García

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Violencias en la educación superior en México - Angélica Aremy Evangelista García


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las actividades escolares presenciales en todos los niveles educativos.

      Manifestaciones de acoso escolar en la educación, ¿asunto de género?

      María del Rosario Ayala Carrillo

      Emma Zapata Martelo

      Resumen: Hombres y mujeres participan de distinta manera en las dinámicas de violencia que se presentan en las instituciones educativas; las formas en que ejercen o reciben vio­lencia unos y otras, así como los tipos de violencia, son diferentes. En este trabajo se analizan diversas manifestaciones de violencia experimentada y ejercida por el alumnado de instituciones de educación superior en los estados de Sinaloa, Chiapas, Estado de México y Ciudad de México. Se encuestó a 1073 estudiantes (581 hombres y 492 mujeres), y con un enfoque de género se analizaron las formas en que los estereotipos e identidades genéricas intervienen en las expresiones de violencia escolar. Los resultados muestran que, en general, a lo largo de su vida estudiantil (desde la educación primaria hasta la universidad) los hombres ejercen y sufren más violencia, como golpes con objetos, empujones o jaloneos, mientras un mayor número de mujeres reportó acoso sexual y piropos ofensivos, ello debido a que en las escuelas la socialización tiene como referente una cultura patriarcal basada en la estimulación de estereotipos relacionados con las masculinidades hegemónicas.

      Palabras clave: violencia, acoso escolar, educación, género.

      Introducción

      La violencia o acoso escolar ¿puede considerarse violencia de género? El que los hombres reporten violencia con mayor frecuencia en las instituciones educativas, ¿tiene que ver con las relaciones de género? Estas son preguntas que nos planteamos inicialmente, sobre todo porque otras investigaciones coinciden en que los hombres sufren y ejercen más violencia escolar que las mujeres en los diferentes grados educativos.

      Es necesario tener presente que en los planteles escolares se establecen relaciones de poder y que las interacciones sociales se realizan entre personas sexuadas con identidades genéricas establecidas, además de que vivimos en una sociedad patriarcal en la que el género marca inequidades y desigualdades, principalmente para las mujeres, aunque los mandatos de masculinidad para los hombres también los violentan. Al respecto, Carrillo (2015a) se pregunta si no son ellos también víctimas de una educación, heredada de antaño, que los hace victimarios pese a su voluntad; así como las mujeres son educadas para cumplir con los estándares sociales, los hombres también lo son debido a que la cultura patriarcal hereda costumbres y creencias que no son consensuadas ni cuestionadas, sino reproducidas de forma casi automática.

      Las identidades de género que se reproducen en las escuelas generan y perpetúan desigualdades entre mujeres y hombres, y casi siempre conducen a relaciones de violencia, la cual surge de los roles e identidades establecidos en estructuras patriarcales que contribuyen al mantenimiento de la posición de superioridad masculina y a la subsistencia de las diferencias y desigualdades en la cultura sobre la que se han construido (Bonino, 2008). Díaz Aguado considera que se relaciona estrechamente con la división ancestral del mundo en dos espacios: el público, reservado a los hombres, y el privado, para las mujeres. Esta dicotomía enseña a cada persona valores, formas de ver y actuar ante la vida, modos de convivencia, maneras de resolver los problemas y conflictos, y las formas en que se apropian y desenvuelven en los espacios:

      […] a los hombres [se les obliga a identificarse] con la violencia, la falta de empatía, la tendencia al dominio y al control absoluto de otras personas; y a las mujeres con la dependencia, la debilidad, la sumisión y la pasividad. Para favorecer esta dualidad (de espacios, valores y problemas), se separaba a los niños y a las niñas en contextos educativos diferentes (Díaz, 2009: 33).

      Bourdieu (2000) también menciona que el varón es educado para dominar, realizar trabajos pesados y ser emocionalmente inamovible, mientras las mujeres son educadas para ser dóciles y serviciales, y se les capacita en trabajos relacionados con el hogar y la crianza.

      Por tanto, las identidades marcan las formas de relacionarse entre mujeres y hombres (Ruiz y Ayala, 2016), y son generadoras de conflicto y luchas constantes al reafirmarse y reconocerse como parte de un grupo social (Carrillo, 2015a). En las relaciones de género, las identidades y pertenencias están definidas por esquemas y relaciones que conducen al modelo de dominio/sumisión subyacente al sexismo y a la violencia de género, el cual motiva relaciones en las que una persona con más poder o fuerza intenta someter o somete a otra más débil. En el caso de la violencia contra las mujeres, la desigualdad de estas con respecto a los hombres se encuentra en el origen del problema (Díaz, 2009). Al respecto, Bonino afirma:

      […] la violencia de género no es un problema “de” las mujeres, sino un problema “para” ellas, un problema del que sufren sus efectos, un problema de una sociedad aún androcéntrica y patriarcal que las inferioriza y se resiste al cambio, [pero también es un] problema de los hombres, que son quienes la ejercen para mantener el “orden de género”, la toleran y la legitiman con mayor frecuencia […] son generalmente ellos quienes la ejercen de diversos modos y en diferentes ámbitos (Bobino, 2008: 17).

      En las escuelas, frecuentemente las mujeres se hallan en desventaja frente a los hombres. Como señala Osborne (1995), en las universidades sigue existiendo un contexto desfavorable para ellas; se las devalúa y margina en mayor medida, e incluso el acoso sexual y la misoginia pueden manifestarse con normalidad en los currículos académicos y en las discusiones y debates en las aulas, por lo que se convierte en un mecanismo de subordinación y opresión hacia ellas.

      La violencia de género se expresa en distintas formas de segregación, discriminación, acoso o falta de estímulo por parte de docentes, compañeros, compañeras y familiares hacia las estudiantes, especialmente en carreras con predominio masculino (Guevara y García, 2010), a través de segregaciones en áreas de estudio, exclusión en los salones de clase y actividades


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