La transición española. Eduardo Valencia Hernán
Читать онлайн книгу.plena Edad Moderna, la ocupación de Barcelona por las tropas borbónicas el 11 de septiembre de 1714, ha constituido otra nueva afrenta del Estado español hacia todo lo que representa Cataluña, siguiendo a la perfección los principios antes comentados, dando la sensación de haber calado hondo en buena parte de la ciudadanía catalana. Ello demuestra nuestra vulnerabilidad ante los medios de comunicación que ante la impasibilidad de los gobernantes de uno y otro lado nos llevó a una crispación nada deseable. Una agresividad y un fanatismo inesperado por un bando y una espiral de silencio por el otro, queriendo evitar la confrontación como única salida al conflicto creado.
Por aquel entonces ya formaba parte del Consell Nacional del Partido de los Socialistas Catalanes. Hacía meses que había preparado ese paso en el escalafón representativo del partido porque sospechaba que este nuevo movimiento identitario dirigido desde la Asamblea Nacional de Cataluña (ANC) y sustentado por el ente económico y conspirativo, más que cultural, denominado Ómnium Cultural, se pondría tarde o temprano a la cabeza de la reivindicación independentista. Esta vez, el mensaje victimista del independentismo calaría a la perfección en una masa desencantada de ver políticos corruptos y contemplar en los medios de comunicación el injusto reparto de la riqueza.
Solo los socialistas —pensaba yo—, como representantes de la clase trabajadora catalana podrían romper la unanimidad del frente nacional catalanista que se estaba fraguando. Por eso, era necesario, y aún estoy convencido de ello, que unir las voces del socialismo no identitario dentro del partido sería necesario para impedir en lo posible la deriva nacionalista que venía fraguándose en su dirección escondida bajo el engaño y la exigencia de un derecho a decidir concedido mediante referéndum a una parte de la población española y negándosela al resto.
Los primeros contactos con la cúpula dirigente socialista fueron esporádicos; sin embargo, poco tiempo transcurrió para poder darme cuenta de que el discurso ideológico que defendía el partido chirriaba en mi interior, sobre todo en lo relacionado con la deriva identitaria.
Recuerdo que lo primero que pensé fue: ¡Qué bien que lo ha hecho el Honorable Jordi Pujol en estos últimos veinte años! Por fin consiguió que dejáramos de sentirnos ciudadanos de Cataluña como nos hizo creer su anterior en el cargo, Josep Tarradellas, para convertirnos en catalanes, o más bien «los otros catalanes» como decía Candel.
Tras el fracaso de la intentona golpista , muchos creen que la vuelta a la conllevancia social y política en Cataluña descrita por el filósofo Ortega y Gasset en los años treinta es la salida más factible al conflicto generado. O sea, volver al statu quo anterior hasta que de nuevo ruja la marabunta. Yo soy partidario de lo contrario . El mismo Ortega nos enseña el camino a la esperanza cuando afirmaba que cuando dos sociedades o más diferenciadas entre sí y que conviven en un mismo territorio, estas, no tienen como fin solo el estar juntas, sino el hacer algo juntas. Solo los objetivos comunes que las satisfagan tendrán el éxito deseado por el pueblo. Entonces, busquemos esos objetivos comunes.
Desafortunadamente, queridos lectores, la estupidez humana es prácticamente insondable y solo es comparable por su magnitud con las distancias y medidas estelares2. Solo nos queda la esperanza que finalmente, la razón y el espíritu de lucha y supervivencia de los españoles conseguirá vencer todos los obstáculos que se van presentando. Aún queda un largo camino por recorrer y dudo, ojalá me equivoque, que las nuevas propuestas federalizantes sirvan para dar solución a este conflicto. La idea es acertada, pues ello implicaría más justicia e igualdad entre los españoles, pero por desgracia poco creíble entre los que, precisamente, lo que buscan es la diferencia.
1 Rosa Alentorn llegó a ser vicepresidenta de la ANC.
2. Nota del autor: Esta reflexión se atribuye a François Marie Arouet, más conocido como Voltaire.
ORIGEN HISTÓRICO DE LA ASAMBLEA NACIONAL DE CATALUÑA
1.1. De la derrota republicana al fin de la II Guerra Mundial (1939-1945)
«Nunca el Estado español había sido lo bastante fuerte para realizar una política descentralizadora y las regiones seguían conservando sus particularidades y características. Lo curioso es que en el siglo XIX los liberales fueron centralistas, mientras que sus contrarios, los carlistas, habían defendido, sobre todo en las Vascongadas y en Cataluña, los fueros locales. La Primera República había sido también centralista y se hundió en gran parte, por la insurrección de los cantonales, que desde la izquierda introducían por primera vez el federalismo. Durante la Restauración, los industriales catalanes y vascos acrecentaron mucho su potencia económica, y exigían del gobierno de Madrid una protección aduanera que les asegurase su mercado principal, que nunca fue otro que el resto de España, entrando así en conflicto con los agricultores y terratenientes de las otras regiones, que veían amenazadas sus clásicas exportaciones de productos del campo. Como Cataluña y el País Vasco incluían las más ricas provincias españolas, contribuían más con sus impuestos y luchaban por administrar ellas mismas esas fuentes tributarias para su propio beneficio. Este era el fondo económico de la disputa, aunque el problema se hubiera agriado, por la posición poco amigable de los gobiernos monárquicos ante las manifestaciones lingüísticas, culturales y folklóricas, que fueron muchas veces reprimidas, sobre todo durante la dictadura de Primo de Rivera. Esto lo demuestra el que el mayor enemigo de la autonomía del País Vasco fue una de sus provincias, Navarra, que no se había industrializado y donde predominaban los campesinos pequeños y medios. Asimismo, las regiones limítrofes a Cataluña, ligadas a ella históricamente, como Aragón y Valencia, pero de estructura económica distinta, asistieron con la mayor indiferencia a la lucha de aquella por el Estatuto, dando al traste con la idea de hacer resurgir la “Gran Cataluña”. En cambio, la autonomía gallega se planteaba de un modo muy diferente, no había estridencias, no despertaba sospechas, no encontraba enemigos. Galicia, región poco desarrollada económicamente, no entraba en contradicción con las otras regiones, pedía simplemente respeto a su lengua, a su literatura, a sus costumbres y a su tradición.»3
Cualquiera que lea estos párrafos seguramente no se habrá sorprendido por su contenido pensando que es otra interpretación del llamado «problema histórico» entre España y sus comunidades denominadas históricas. Lo sorprendente es que su autor dejó la vida terrenal hace más de cuatro décadas. Su nombre, Manuel Tagüeña (1913-1971), uno de tantos exiliados de la Guerra Civil española que con 25 años llegó a dirigir un Cuerpo de Ejército republicano en la Batalla del Ebro con más de 70.000 hombres bajo su mando.
Como tantos otros ilustres personajes de nuestra historia contemporánea, pues no todos lo fueron de un bando, este militante del Partido Comunista y doctorado en Matemáticas seguramente será recordado como un brillante militar con una carrera meteórica en tan corto espacio de tiempo; sin embargo, después de haber leído sus memorias, descubrí otra faceta interesante de su vida, aunque no la más conocida, sobre todo cuando reflexiona sobre los grandes acontecimientos políticos y sociales que le tocó vivir. Leyendo sus palabras nos devuelve otra vez al origen de un conflicto interminable que ni la última guerra civil hizo desaparecer.
A comienzos del siglo XX, en Cataluña surgieron diversos movimientos políticos de carácter burgués y conservador cuyo fin iba encaminado en la búsqueda de una reafirmación catalanista contraria al centralismo de los gobiernos monárquicos. El partido político Solidaritat Catalana encabezó dicho movimiento identitario4.
La Mancomunidad Catalana a principios del siglo XX.
Esta organización se convirtió con posterioridad en la Lliga regionalista de Francesc Cambó5, transformada en la Lliga catalana durante la II República Española.
Finalizada la Guerra Civil, los años que transcurrieron entre 1939 y 1943 fueron muy duros para los movimientos políticos y sociales antifranquistas, siendo el desorden y la desunión su característica principal. A la represión ejercida por el régimen franquista en el