100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй Олкотт

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100 Clásicos de la Literatura - Луиза Мэй Олкотт


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Solamente negó con la cabeza.

      ―Pueden ocurrir dos cosas, más que probables. Que te enamores en Alemania o que te entusiasmes tanto con la música que olvides este amor que ahora tanto valoras. Además, también es muy posible que Daisy te olvide con el tiempo. Por eso os aconsejo que no os prometáis nada. Que ambos quedéis libres, como dos buenos amigos. Luego, el tiempo dirá.

      Nath levantó la mirada. En su expresión había tristeza e incredulidad.

      ―¿De verdad cree que las cosas van a suceder así? ¿Que se olvida cuando se ama de veras?

      Jo no se atrevió a afirmarlo, porque realmente no lo pensaba. El muchacho se animó ante aquel silencio.

      ―Entonces, si estuviera en mi lugar, ¿qué haría usted?

      Jo estaba desconcertada. No sabía qué decir, porque simpatizaba con aquel sentimiento.

      ―Te diré lo que haría en tu lugar. Diría: «La madre de Daisy me rechaza. Yo conseguiré que se sienta orgullosa de darme su hija. Seré un gran músico para y por ella». Eso haría. Y si a pesar de intentarlo con todas las ansias no lo conseguía, algo habría logrado: ser mejor, valer más.

      ―Eso es lo que pensaba hacer. Lo que haré. Pero me gusta oírselo a usted. Es como una puerta abierta a la esperanza. Me doy perfecta cuenta de lo que sienten por mí. No olvidan que fui recogido por caridad, que mi padre fue músico ambulante; que pedía limosna. Pues bien, si antes fuimos ricos y por los reveses de la fortuna nos vimos en tal situación, ningún Blake cometió nunca nada deshonroso. Y no voy a cometerlo yo, pase lo que pase. De eso pueden estar todos muy seguros.

      Nath hablaba con un calor y una energía extrañas en él. Jo pensó si estarían todos algo equivocados con él. Tal vez ese amor fuese el acicate que el muchacho necesitaba para salir de su indolencia.

      Pero estaba ya tan excitado que procuró calmarle:

      ―Hazlo así, Nath. Nadie podrá negar entonces tu mérito y estoy convencida que mi hermana te verá con otros ojos. ¡Ánimo, muchacho! Alégrate. Escríbeme semanalmente. Yo te contaré todo cuanto pase en este lugar. Y, cuando escribas a Daisy, ya sabes, como a una amiga. Lo demás debes ganarlo a pulso.

      ―Lo ganaré. Trabajaré sin descanso.

      ―Pero no vayas a enfermar.

      ―Descuide. Tengo en cuenta sus consejos. ―Y el muchacho señaló el libro de consejos que Jo le había dado la víspera.

      La señora Bhaer aún añadió otros de palabra. Luego se interrumpió al ver llegar a Emil.

      ―Bueno, ya nos hemos desahogado, ¿eh, Nath? Ahora quisiera hablar un momento con el «Comodoro». Puedes ir a hablar un ratito con Daisy.

      Nath no se lo hizo repetir. Salió corriendo.

      Emil estaba de broma, como siempre.

      ―¿Por qué no vienes conmigo, tía? A bordo estarías como en casa. Cuando atracásemos, verías otros países.

      ―Yo ya estoy anclada aquí. Soy un barco viejo.

      ―¿Viejo? ¡Ni soñarlo! Pero ¿sabes? Una cosa me gusta. Eso que no estropeas las despedidas con lágrimas.

      ―¿Para qué? ―bromeó Jo―. Las lágrimas son gotas de agua salada. Y un marino ve tantas que ya no les prestaría atención. Cuando tengas un barco propio, efectuaré un viaje contigo. Lo deseo de verdad.

      ―Si llego a tener un barco, su nombre será Jovial Jo. Tú serás la madrina y presidirás el primer viaje.

      ―Siempre he soñado con un viaje por mar. También en vivir un naufragio en un mar embravecido…

      ―Si ése es tu gusto procuraremos complacerte. El capitán dice que le traigo la suerte y el buen viento. Será cuestión de esforzarse para proporcionarte una tormentita.

      ―Todo lo tomas a broma, Emil, y eso es bueno en ocasiones. Pero ahora vas a embarcarte como oficial. Tu deber será mandar, no sólo obedecer. ¿Estás preparado debidamente? Mandar cuesta más. Es de mayor responsabilidad. No debes permitir tampoco que el poder te convierta en un tirano.

      ―Pierde cuidado. Ya tengo experiencia en viajes anteriores. Procuraré conseguir que me quieran, no que me teman.

      ―Obedece al capitán. No hacerlo sería insubordinarte y por este camino nunca llegarías a serlo tú.

      ―Descuida, tía. Seré un buen oficial. Más adelante un buen capitán. Y te llevaré. Queda decidido.

      ―Otra cosa quiero decirte. Leí en algún lugar que todas las cuerdas de los barcos de la armada británica llevan trenzado un cordelito rojo que las identifica dondequiera que estén. La virtud, la honradez, el valor y la buena reputación, o sea, todo lo que forma el carácter de una persona, es ese cordelito encarnado que señala al hombre bueno dondequiera que se encuentre. Trata de que se te conozca por tu conducta en todas partes y en todas las ocasiones. La vida del mar es dura, ya lo sé. Pero siempre se puede ser un caballero. Tanto como tu cuerpo, cuida de tu alma. Y cumple tu deber hasta el fin.

      Emil oyó aquellas palabras completamente serio. De pie ante Jo, con la gorra en la mano, casi firme. Luego contestó con acento seguro:

      ―Así será, si Dios quiere.

      Poco después la señora Bhaer terminó con Emil para aprovechar la circunstancia de que Dan se acercaba.

      ―Ven aquí, Dan. Después de tu paseo te vendrá bien sentarte un rato.

      ―No quisiera molestar. En realidad no estoy cansado en absoluto.

      ―Tengo ganas de charlar. Como buena mujer…

      ―Como guste. ¿Sabe una cosa? Llega el momento de la marcha y no parece alegrarme demasiado. Como si no lo desease.

      ―Te estamos civilizando, Dan. Ésa es la causa. Llegará el momento en que desearás echar raíces.

      ―Eso pienso también. Parece que me canse de estar siempre solo. Incluso pienso si no me habré equivocado desechando los libros por sistema. Ahora tendría una cultura. En cambio…

      La señora Bhaer tuvo dificultades en disimular su sorpresa. Porque sorprendente era ese súbito afán de Dan por los libros y la cultura.

      ―Ahora lo ves así, Dan, porque vas cambiando. Pero un tiempo atrás, lo que realmente precisabas era expansionar tu caudal de energía, dar suelta a tu inquietud. Lo que pasa es que ahora vas viendo las cosas de otra manera. Tiempo llegará en que estaré absolutamente orgullosa de ti.

      A Dan le agradó aquella afirmación, pero no lo creía posible y lo dijo sinceramente.

      ―No creo que llegue ese día. Aún soy medio salvaje. Intento establecerme, pero termino cansándome del ocio y emprendiendo una nueva aventura. No me extrañaría nada que cualquier día ocurriese algo.

      Jo se inquietó.

      ―Imagino que habrás tenido alguna aventura peligrosa, Dan. No quiero preguntarte si tú no me lo cuentas por propia iniciativa. Pero si pudiera ayudarte en algo…

      ―No hay que darle demasiada importancia ―se excusó Dan―. Aunque confieso que Frisco no es precisamente un nido de ángeles.

      ―Ese dinero que has traído, ¿lo has ganado en el juego?

      ―No. En el juego gané mucho dinero. Pero acabé por perderlo todo. Éste que he traído lo gané especulando, que no deja de ser un juego, pero de categoría. El otro juego lo dejé antes de que fuese demasiado tarde. Las cartas son mala compañía.

      ―Gracias doy a Dios porque lo decidiste. No vuelvas a jugar. Si sintieras esa tentación, aléjate a tus praderas, a tus montañas. Ésa es una pasión que lleva a todo lo peor.

      ―Por este lado no hay cuidado. Ya estoy bien escarmentado. Lo que realmente me preocupa es mi carácter. Cuando me excito, no me contengo. Bien está que uno se lie la manta a la


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