100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй Олкотт
Читать онлайн книгу.el arrepentimiento; debes hacerte el firme propósito de corregir esta terquedad.
―Sí, mamá. Estoy dispuesto a dominarla.
―Yo te ayudaré. También a mí me costó lograrlo.
Valerosamente, Ted se dirigió a sus padres.
―Podéis imponerme el castigo que queráis, que lo aceptaré de buen grado. Pero perdonadme como ya me perdonó Rob.
―Ya has sido bastante castigado por la preocupación. No hace falta otro castigo.
Sin darse cuenta, los cuatro terminaron abrazados, gozosos de que lo que podía haber sido una desgracia irreparable pudiese atraer, como paradoja, un bien para uno de ellos.
Jo, como siempre, estuvo en todo.
―Me ha admirado también el comportamiento de Nan. Es una gran muchacha con un magnífico carácter. ¿Qué podría hacer para demostrarle mi extraordinaria gratitud?
Teddy explotó:
―Es muy fácil. Procura que Tom la deje en paz.
―No es mala idea ―añadió Rob―. La atormenta a todas horas con su insistencia. Apenas la deja estudiar.
―Me parece excelente. Nadie tiene derecho a estorbarla en su firme propósito de ser médico, para lo que tantas virtudes posee. Ella podría ceder en un momento de cansancio y entonces, ¡adiós carrera! Veremos qué es lo que podemos hacer.
Pero la intervención de Jo no fue necesaria. Sabido es que en materia de amor las intervenciones ajenas tienen poca efectividad.
CAPÍTULO VIII
LA SIRENITA ACTRIZ
Mientras que los dos hermanos habían pasado tan mal trago, Jossie se divertía extraordinariamente en Rocky Nook. Los Laurence sabían convertir el descanso veraniego en algo atractivo en grado sumo.
Bess adoraba a su primita. Por otra parte, Amy estaba decidida a pulirla por considerar que tanto si llegaba a ser actriz como si no, una perfecta educación social le sería muy conveniente.
Jossie y Bess estaban pasando unos días maravillosos. Juegos, excursiones por las vecinas montañas, baños en el mar, largas galopadas y animadas reuniones se sucedían sin interrupción.
Todo el mundo las colmaba de atenciones. Era lógico que no deseasen nada más.
Sin embargo, Jossie estaba interiormente inquieta. La causa estribaba en la señorita Cameron, su famosa e inaccesible vecina.
La señorita Cameron era una actriz de primera categoría. Una auténtica gloria de la escena que después de una cargadísima temporada, y, según se decía también, a causa de un desengaño amoroso, se había recluido a descansar en una magnífica torre cercana a la de los Laurence.
Los tíos de Jossie la conocían bien, pero sabían de su deseo de aislarse, y lo respetaban escrupulosamente. Pero Jossie ardía de, impaciencia por conocerla.
―Tengo que hablar con ella. Deseo conocerla.
―Pero ¿no ves que no desea tratar con nadie?
―Es igual, Bess. Si me las ingenio, tratará conmigo. Por ejemplo, podría subirme a aquel pino que está junto a su verja y dejarme caer en su jardín. O tal vez…, ¡eso!, pasar galopando y hacer que el caballo me derribe ante su puerta. Seguro que me asistiría.
―Pero, Jossie, debes tener juicio.
Jossie continuaba sus fantasías.
―No sería mala idea simular que me ahogo cuando ella vaya a bañarse. Pero no. A lo mejor mandaba un bañista a que me salvase. Y yo deseo entrar en contacto con ella.
―No precipites los acontecimientos ―aconsejaba juiciosamente Bess―, probablemente se presentará alguna oportunidad.
Mientras así hablaban paseaban tranquilamente por la playa, esperando la hora del baño que aquel día tomarían por la tarde, porque por la mañana estuvieron de pesca.
―Podemos ir hacia la roca grande. Allá es donde menos gente hay. Especialmente por la tarde estará casi desierto.
Se encaminaron hacia allá. Jugaron un rato en la arena y después se zambulleron en las transparentes y quietas aguas.
De repente, Jossie se movilizó. Emocionadísima, indicó a su prima:
―Mira, Bess. Allá está. ¿No la ves?
―¡Es la señorita Cameron!
―En efecto, ella misma. ¡Qué suerte! Ahora podré estudiarla detenidamente y ver cómo anda y se mueve. ¡Qué elegancia! ¡Qué finura!
―No debieras escrutar así; Jossie. Eso no es correcto. Menos aún sabiendo que desea aislarse de la gente ―dijo Bess, con su habitual delicadeza.
―¡Pero es que se trata de una oportunidad única! Mira, mira, ahora se acerca a las rocas. Está melancólica, ¿no te parece? Mira como observa las olas. ¡Yo voy hacia allá!
―¡Espera, Jossie, por favor! No debes ser indiscreta.
―No te preocupes. Disimularé.
No muy segura de la prudencia de su prima, Bess la siguió. Jossie fue bordeando la orilla saltando de roca en roca. Estaban en una pequeña enseñada rocosa que por carecer casi de playa era muy poco frecuentada. Precisamente por este motivo la eminente y bella actriz estaba allí: porque no había gente.
Con distintos motivos, las dos muchachas se fueron acercando. Estaban a pocos metros cuando la señorita Cameron dejó escapar una exclamación de sorpresa y disgusto:
―¡Oh, qué lástima!
Bes susurró:
―¿Te das cuenta? Ya nos ha visto y se ha molestado.
―No. Mírala. No es por nosotras. Parece que le ha caído algo al agua ―replicó Jossie, que no perdía de vista a su ídolo.
En efecto. La señorita Cameron escrutaba las aguas con inquietud, como buscando alguna cosa.
―¿Ha perdido algo, señorita?
La actriz miró hacia la muchacha que tal cosa preguntaba.
―En efecto. Descansaba en esta roca y me ha caído una pulsera. Representa mucho para mí. Desde aquí parece que se ve.
Era la oportunidad deseada por Jossie. Y con su natural viveza y decisión la aprovechó.
―Yo la atraparé.
Hecha esta afirmación se lanzó de cabeza al agua, y desapareció en ella.
―¡Oh no, puede correr peligro! ―dijo la actriz.
―No se preocupe por Jossie. Nada como un pez.
Jossie apareció jadeando por el esfuerzo. Sacó la mano del agua y al abrirla salieron una serie de piedrecitas.
―¡He fallado! Pero no se preocupe. La encontraré.
Aspiró con fuerza y se zambulló nuevamente. Desde arriba podía vérsela nadar con soltura, rastreando el fondo. La señorita Cameron miró a Bess. Como se parecía tanto a su madre le preguntó:
―Usted es la hija del señor Laurence, ¿verdad? Está muy crecida ya. ¿Cómo están todos en casa?
―Muy bien, muchas gracias.
―Dígale a su papá que iré a verlos. No deseo visitas ni recepciones, pero naturalmente con ustedes debo hacer una excepción. Y la haré con muchísimo gusto.
―A mamá y a papá les encantará también recibirla. Y en cuanto a mi prima, se volverá loca de alegría.
En aquel momento afloraba nuevamente Jossie. Además de unas piedras había atrapado unas algas. Las tiró con disgusto y se dispuso a continuar su labor.
―¡Por