100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй Олкотт

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100 Clásicos de la Literatura - Луиза Мэй Олкотт


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conocidos de John. Salimos a remar. La verdad es que lo estábamos pasando bien. De repente, ¡el chapuzón! Involuntariamente causé la caída de Dora al agua. Creí morirme del susto. Afortunadamente es una buena nadadora y todo terminó en un remojón y un bonito vestido echado a perder.

      ―Debió ser todo un espectáculo.

      ―Sí, lo fue. Como es natural nos quedamos un día para saber si el incidente había tenido otras consecuencias. La visité y me recibió muy bien. La verdad, no estaba preparado para ser tan bien tratado. Acostumbrado a los desplantes y chascos de Nan me encontré a gusto con Dora. Me sonreía, se alegraba cuando iba y se entristecía cuando me marchaba. Me escuchaba, daba importancia a todo cuanto yo decía… Eso halaga. Uno se siente un hombre importante y no un tonto que hace el ridículo tras una chica cerril.

      Jo le escuchaba, contenta de que las cosas hubieran terminado así.

      ―No te falta razón. Yo, en tu lugar, me dedicaría definitivamente a Dora y olvidaría esta obcecación. Porque no te quepa duda que es obcecación y no otra cosa lo que tenías. Pero, dime, ¿cómo llegaste a declararte?

      ―Fue como consecuencia de un accidente. No tenía intención de hacerlo, pero el burro se metió de por medio…

      ―Oye, oye, Tom. ¿A quién te refieres al decir burro?

      ―A un burro, naturalmente, ¿a quién había de ser? En el grupo causaron sensación las bicicletas que John y yo traíamos. Como es natural, procurábamos lucirnos con ellas. Todas querían que les diésemos un paseo. Estaba paseando a Dora cuando se cruzó un burro ante nosotros. Yo pensé que se apartaría y seguí adelante. Cuando quise frenar viendo que no se apartaba ya era demasiado tarde. Chocamos contra el pollino que se defendió propinando un par de coces a la bicicleta. Dora y yo rodamos por el suelo. Me llevé un susto tremendo pensando que podía estar herida de consideración.

      ―¿Lo estaba?

      ―No, afortunadamente. Como consecuencia del susto tuvo un ataque de nervios. Reía y lloraba al mismo tiempo. Me conmoví. Me atolondré. La llamé «paloma mía», «querida mía», ¡qué se yo! Le pedí perdón por mi torpeza y me sorprendió quitándole importancia con una gentileza encantadora. Entonces ya no me contuve y me declaré. Y lo que es peor… ¡me aceptó!

      La compungida expresión de Tom venció a Jo, que ya hacía rato estaba pugnando por dominar sus ganas de reír. Las carcajadas de la señora Bhaer fueron un alegre colofón a aquel cómico relato.

      ―No se ría por favor. Ahora me encuentro con Dora, que está anunciando a los cuatro vientos nuestro noviazgo, y con las promesas de amor eterno que le he hecho a Nan durante años. Además, no son sólo promesas. También la quiero de verdad.

      ―No sigas por este camino. Estás diciendo tonterías. Ahora te aferras a lo de Nan, porque te humilla reconocer que todas aquellas promesas no tenían base para ser hechas. Pero la realidad es que te gusta Dora. Te encuentras bien a su lado. Te sientes fuerte, capaz de muchas empresas y grandes cosas, ¿verdad? ¿Por qué crees que sucede eso?

      ―Yo creo que…

      Jo interrumpió a Tom. Deseaba convencerle del todo ahora que era el momento oportuno.

      ―Sucede simplemente porque estás enamorado. Y no le des más vueltas. No se puede estar enamorado de dos personas a la vez, eso, es seguro. ¿No te parece?

      ―Pero ¿qué dirá Nan en cuanto se entere?

      ―¡Eso es lo que te preocupa! ¿Pues qué ha de decir? Pero no tardaremos en saberlo, porque ahí viene precisamente.

      Así era, en efecto. Nan se acercaba con elástico y firme paso. Tom hubiera deseado fundirse en aquel momento…

      Ahora se daba cuenta de las ridiculeces que había dicho a la muchacha durante años, y se avergonzaba de tener que confesar que bastó la oportunidad de pasar unas vacaciones lejos de ella, para que se enamorara de otra.

      ―Hola, Nan ―saludó Jo, deseosa de terminar las cosas pronto―. Tenemos noticias.

      ―Ya las imagino. Que Tom ha decidido dejarse crecer la barba, ¿no?

      ―No te burles. Nan. Acaba de llegar con John, y no ha tenido tiempo de asearse. Ha venido corriendo a darme la buena nueva.

      ―Algo importante será. ¿De qué se trata?

      ―Durante las vacaciones, Tom se ha prometido.

      ―¿De verdad?

      Había tanta sorpresa e incredulidad en aquella pregunta, que Jo temió. Pensó que tal vez Nan en el fondo estuviese también enamorada de Tom y…

      Pero la muchacha reaccionó con presteza.

      ―¡Cuánto me alegro, Tom! Me ha sorprendido de veras, pero me da una gran alegría.

      Tom respiró ya más tranquilo, pero seguía sin atreverse a mirar a la joven.

      ―¿Y quién es la víctima, Tom? ―preguntó con sorna.

      ―Es Dora, tú ya la conoces. ¿Verdad, Nan? ―Sí, la conozco. Y me alegro por ti. Es muy buena muchacha y muy bien dispuesta. Ahora supongo dejarás tu tontería de estudiar medicina. Te aconsejo que te asocies a tu padre. En el fondo, siempre has sido un comerciante. Prosperarás y tendrás una vida plácida y feliz.

      ―Sí, creo que será lo mejor para mí…, bueno para nosotros.

      Viendo que la cosa había sido bien acogida por Nan, Jo se atrevió ya a bromear sobre aquel noviazgo.

      ―Ya lo ves, Nan. Tu gusano se ha decidido a crecer y dejar de ser tu esclavo.

      ―Nadie se alegra más que yo. Tom es un buen chico y vale. Ahora lo demostrará en la forma que puede demostrarlo. Como médico habría sido una auténtica calamidad.

      Con un sincero saludo, los dos jóvenes se desearon las mejores cosas. Luego Tom se alejó, contento de haber terminado aquella escena que había estado temiendo, aunque un poco molesto por la satisfacción que Nan había demostrado al saber que estaría libre de su asedio. A él le hubiera gustado que ella lamentase un poquitín aquel noviazgo.

      Por su parte, Nan estaba contentísima. Ahora se veía libre del asedio de Tom. Ella apreciaba al muchacho, aunque no se lo demostraba porque cualquier atención o amabilidad le envalentonaba y le hacía más pesado e insistente. En el futuro, Nan tendría en Tom un buen amigo sin tener que tratarle con chascos y desplantes.

      Cuando Jo quedó sola meditó un poco:

      ―Esto se extiende como el sarampión. Primero Franz. Luego el enamorado Nath. Ahora el caso fulminante de Tom. A John también le he observado algo raro. No sé, no sé. El amor ha irrumpido en este rincón de mundo como una epidemia.

      Mientras así monologaba; sonrió al recordar lo que Teddy le había dicho la tarde anterior:

      ―«Mamá yo también tengo deseos de tener novia. Aún no me he decidido bien. Me gusta Jossie, pero está tonta con sus comedias y dramas. Tendré que pedir a algún amigo que me busque una».

      Jo sonrió. Los años no pasan en vano. La vida sigue su curso y los niños estaban en trance de ser hombres. Era lo lógico.

      Incluso el «león» quería serlo ya con su ímpetu característico.

      CAPÍTULO X

      JOHN ENCUENTRA EMPLEO

      John sorprendió a Meg con su deseo.

      ―Necesito hablar contigo a solas de algo importante, mamá.

      Ella se inquietó, temiendo algo malo, como es habitual en todas las madres.

      ―Ahora mismo. No serán malas noticias, ¿verdad?

      John sonrió para tranquilizarla.

      ―No, no lo son, Incluso creo que es la noticia que deseas.

      Una vez se aposentaron en el


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