La alhambra; leyendas árabes. Fernández y González Manuel

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La alhambra; leyendas árabes - Fernández y González Manuel


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rey? dijo otro: nosotros podemos ahorcarle, ¿acaso no es un ladron armado? ¿no sabeis que el que coje á un ladron armado puede ahorcarle allí donde le pille?

      – Pero yo no he hecho resistencia: esclamó el príncipe.

      – ¿Y quién sabe si la has hecho ó no? ¿lo dirás tú despues de muerto?

      – Si vosotros me ahorcárais, mi padre os descuartizaria vivos, contestó con altivez el príncipe.

      – Es que nosotros tenemos un padre que nos defenderá del tuyo por poderoso que sea: porque nuestro padre es el poderoso y justiciero rey Nazar.

      – Pues bien de rodillas ante su hijo el príncipe Mohammet, dijo con altivez el jóven.

      – ¿Tú el príncipe Mohammet, el valiente y virtuoso hijo del rey Nazar? dijeron los rústicos: no puede ser; ¿qué tiene que buscar nuestro buen príncipe por estos sitios y á estas horas?

      – Es un mal caballero que miente por salvarse.

      – Un burlador de la justicia del rey y de nuestra honra.

      – Un libertino.

      – Un infame.

      – Ahorquémosle.

      – No; casémosle con la muger que vendrá á buscar y que sin duda es hija de uno de nosotros.

      – Yo no conozco á vuestras hijas: os repito que soy el príncipe Mohammet.

      – Pues bien; te llevaremos al rey, y el rey dirá si eres príncipe ó no.

      Y arremetiendo á él, y sin que el príncipe pudiera valerse, le arrastraron consigo, le llevaron al otro lado del rio, y por el camino y la puerta de Guadix le metieron en el Albaicin.

      X

      LA TORRE DEL GALLO DE VIENTO

      Aun velaba el rey la misma noche en que habia dado audiencia á Yshac, cuando un esclavo, el mismo que le habia anunciado la llegada del astrólogo, le anunció que unos labradores traian preso al príncipe Mohammet.

      Porque el príncipe habia sido reconocido en el alcázar, y se habia detenido á los labradores, que estaban aterrados por su torpeza en haber preso al príncipe.

      Nublóse el semblante de Al-Hhamar.

      Era el primer disgusto que le daba su hijo.

      Mandó que introdujesen al príncipe y los labradores.

      El príncipe se presentó confuso.

      Los labradores aterrados se arrojaron á los pies del rey Nazar.

      – Perdon, señor, perdon, esclamaron: nosotros no conocíamos al esclarecido príncipe, tu hijo.

      – El nos dijo quien era.

      – Pero nosotros no le creimos.

      – Porque los caballeros de Granada se entran de noche en nuestros cármenes.

      – Y nos roban las flores…

      – Las flores de nuestra alma.

      – Nuestras esposas y nuestras hijas.

      – Y creimos que el príncipe fuera uno de estos ladrones.

      – Porque le encontramos dentro de nuestros cármenes.

      – Que están cercados.

      – Que están guardados.

      – Nosotros no sabiamos que era el príncipe.

      Impuso el rey Nazar silencio á los labradores, que hablaban á un tiempo y en coro, impulsados por el miedo, y preguntó á su hijo:

      – ¿Es cierto lo que estos dicen?

      – Me han encontrado en los cármenes, señor, contestó el jóven.

      – ¿De noche y armado?

      – Si señor.

      – ¡Idos! dijo el rey á los labradores.

      Estos no esperaron á que el rey repitiese su mandato, y salieron en tropel como una jauria espantada, no sin sufrir algunos latigazos de los esclavos y de los soldados en su tránsito por el alcázar.

      El rey Nazar se habia quedado solo con el príncipe, y le miraba ceñudo.

      – ¿No estabas en mi castillo real de Alhama? dijo al fin Al-Hhamar.

      – Si señor, constestó el príncipe.

      – ¿No te habia mandado que no vinieses á Granada?

      – Si señor.

      – ¿Por qué has venido? ¿qué causa grave tienes que alegar en tu disculpa?

      El príncipe sabia que su padre estaba enamorado de Bekralbayda, y no se atrevió á confesar la verdad.

      – Tu hijo no tiene disculpa ninguna, poderoso sultan de los creyentes, contestó.

      – Si uno de tus walíes abandonase un gobierno que tú le hubieses encomendado, si su gobierno estuviese en la frontera enemiga, ¿qué harias?

      – Mandaria cortar la cabeza al walí, contestó con mesura, pero con firmeza el príncipe.

      – ¿Porque el walí habria sido traidor y rebelde?

      – Si señor.

      – ¿Tú eres príncipe: tú eres mi compañero en el mando? tú eres casi el sultan de Granada: tu culpa por lo mismo es mayor. ¿A qué has venido á Granada?

      – Estaba triste en Alhama.

      – ¿Y tienes aquí tu alegría?

      – Si señor.

      – ¿Y… tu alegría cómo se llama?

      – Mi alegría no tiene nombre.

      – ¿Pero por qué has venido á Granada desobedeciéndome? ¿por qué has abandonado mi estandarte en la frontera?

      – Por respirar las auras de la noche en los cármenes del Darro.

      – ¡Oh! yo sabré tu secreto, dijo el rey.

      Y llamando á dos de los mas ancianos y prudentes de sus wazires23 les mandó que encerrasen al príncipe en lo mas alto de la torre del Gallo de viento.

      Esta antiquísima torre, cuadrada, alta, maciza, en la cual no se veia mas que estrechas saeteras y una ventana en cada frente, junto á las almenas, estaba largo tiempo hacia inhabitada y protegida por el terror supersticioso que inspiraba.

      Decíase que habitaba en ella el alma del rey Aben-Habuz el sabio.

      Esta torre estaba situada en el centro de un patio del palacio á que daba nombre, y en su parte inferior no tenia puerta. Entrábase en ella por su altura media, por un pasadizo cubierto, en forma de puente que la unia con uno de los lados del patio.

      Aquel pasadizo tenia una puerta de hierro macizo y mohoso, cuyos cerrojos y candados era fama que no se habian abierto en centenares de años. Despues de aquel pasadizo y en el corazon de la torre, que parecia maciza tambien, se retorcia una estrecha escalera de caracol, iluminada apenas por la escasa claridad que penetraba cansada por estrechas y profundísimas saeteras, y en lo mas alto de la torre terminaba la escalera, en una cámara de ocho pies en cuadro, baja de bóveda y envejecida mas que por el tiempo por el humo de un hornillo que se veia como escondido en uno de los rincones.

      En esta cámara á nivel del pavimento resquebrajado y sucio, una compuerta de hierro cerraba la escalera, y cuatro ventanas semicirculares se abrian en direccion á los cuatro puntos cardinales.

      Además del centro ó clave de la bóveda descendia hasta la parte media de la altura de la cámara un eje de hierro, del que estaba suspendido un pequeño ginete de hierro tambien, con el caballo en actitud de correr y con la lanza baja.

      Aquel eje se volvia obedeciendo á la veleta de la parte superior, y la punta de la lanza del caballero señalaba á la parte donde iba el viento.

      Contábanse


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<p>23</p>

Wacir, y sus semejantes alvazil, alvazir, alvasir, aluazir, aluacir, significaban entre los árabes de España, ministro de estado: esta voz unia en aquellos tiempos á la significacion anterior, la esclarecida de gobernador ó presidente de un pueblo ó territorio, de capitan general, gefe de justicia y magistrado supremo, que en muchos casos tenia una potestad independiente de la del califa.