La Odisea. Homer

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La Odisea - Homer


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y especialmente á la hija de Júpiter, la de los brillantes ojos. Y la nave continuó su rumbo toda la noche y la siguiente aurora.

      Néstor ha reconocido á Minerva, al partir esta diosa, y le ofrece un sacrificio

       Índice

      LO DE PILOS

      1 Ya el sol desamparaba el hermosísimo lago, subiendo al broncíneo cielo para alumbrar á los inmortales dioses y á los mortales hombres sobre la fértil tierra; cuando Telémaco y los suyos llegaron á Pilos, la bien construída ciudad de Neleo, y hallaron en la orilla del mar á los habitantes, que inmolaban toros de negro pelaje al que sacude la tierra, al dios de cerúlea cabellera. Nueve asientos había, y en cada uno estaban sentados quinientos hombres y se sacrificaban nueve toros. Mientras los pilios quemaban los muslos para el dios, después de probar las entrañas, los de Ítaca tomaron puerto, amainaron las velas de la bien proporcionada nave, ancláronla y saltaron en tierra. Telémaco desembarcó, precedido por Minerva. Y la deidad de los brillantes ojos rompió el silencio con estas palabras:

      14 «¡Telémaco! Ya no te cumple mostrar vergüenza en cosa alguna, habiendo atravesado el ponto con el fin de saber noticias de tu padre: cuál tierra lo tiene oculto y qué suerte le ha cabido. Ea, ve directamente á Néstor, domador de caballos, y sepamos qué guarda allá en su pecho. Ruégale tú mismo que sea veraz, y no mentirá porque es muy sensato.»

      21 Repuso el prudente Telémaco: «¡Méntor! ¿Cómo quieres que yo me acerque á él, cómo puedo ir á saludarle? Aún no soy práctico en hablar con discreción y da vergüenza que un joven interrogue á un anciano.»

      25 Díjole Minerva, la deidad de los brillantes ojos: «¡Telémaco! Discurrirás en tu mente algunas cosas y un numen te sugerirá las restantes, pues no creo que tu nacimiento y tu crianza se hayan efectuado contra la voluntad de los dioses.»

      29 Cuando así hubo hablado, Palas Minerva caminó á buen paso y Telémaco fué siguiendo las pisadas de la deidad. Llegaron adonde estaba la junta de los varones pilios en los asientos: allí se había sentado Néstor con sus hijos y á su alrededor los compañeros preparaban el banquete, ya asando carne, ya espetándola en los asadores. Y apenas vieron á los huéspedes, adelantáronse todos juntos, los saludaron con las manos y les invitaron á sentarse. Pisístrato Nestórida fué el primero que se les acercó, y asiéndolos de la mano, los hizo sentar para el convite en unas blandas pieles, sobre la arena del mar, cerca de su hermano Trasimedes y de su propio padre. En seguida dióles parte de las entrañas, echó vino en una copa de oro y, ofreciéndosela á Palas Minerva, hija de Júpiter que lleva la égida, así le dijo:

      43 «¡Forastero! Eleva tus preces al soberano Neptuno, ya que al venir acá os habéis encontrado con el festín que en su honor celebramos. Mas, tan pronto como hicieres la libación y hubieres rogado, como es justo, dale á ése la copa de dulce vino para que lo libe también, pues supongo que ruega asimismo á los dioses; como que todos los hombres están necesitados de las deidades. Pero á causa de ser el más joven—debe de tener mis años—te daré primero á ti la áurea copa.»

      51 En diciendo esto, púsole en la mano la copa de dulce vino. Minerva holgóse de ver la prudencia y la equidad del varón que le daba la copa de oro á ella antes que á Telémaco. Y al punto hizo muchas súplicas al soberano Neptuno:

      55 «¡Óyeme, Neptuno, que circundas la tierra! No te niegues á llevar al cabo lo que ahora te pedimos. Ante todo llena de gloria á Néstor y á sus vástagos; dales á los pilios grata recompensa por tan ínclita hecatombe y concede también que Telémaco y yo no nos vayamos sin realizar aquello por lo cual vinimos en la veloz nave negra.»

      62 Tal fué su ruego, y ella misma cumplió lo que acababa de pedir. Entregó en seguida la hermosa copa doble á Telémaco, y el caro hijo de Ulises oró de semejante manera. Asados ya los cuartos delanteros, retiráronlos, dividiéronlos en partes y celebraron un gran banquete. Y cuando hubieron satisfecho el deseo de comer y de beber, Néstor, el caballero gerenio, comenzó á decirles:

      69 «Ésta es la ocasión más oportuna para interrogar á los huéspedes é inquirir quiénes son, ahora que se han saciado de comida: ¡Forasteros! ¿Quiénes sois? ¿De dónde llegasteis, navegando por los húmedos caminos? ¿Venís por algún negocio ó andáis por el mar, á la ventura, como los piratas que divagan, exponiendo su vida y produciendo daño á los hombres de extrañas tierras?»

      75 Respondióle el prudente Telémaco, muy alentado, pues la misma Minerva le infundió audacia en el pecho para que preguntara por el ausente padre y adquiriera gloriosa fama entre los hombres:

      79 «¡Néstor Nelida, gloria insigne de los aqueos! Preguntas de dónde somos. Pues yo te lo diré. Venimos de Ítaca, situada al pie del Neyo, y el negocio que nos trae no es público, sino particular. Ando en pos de la gran fama de mi padre, por si oyere hablar del divino y paciente Ulises; el cual, según afirman, destruyó la ciudad troyana, combatiendo contigo. De todos los que guerrearon contra los teucros, sabemos dónde padecieron deplorable muerte; pero el Saturnio ha querido que la de aquél sea ignorada: nadie puede indicarnos claramente dónde pereció, ni si ha sucumbido en el continente, por mano de enemigos, ó en el piélago, entre las ondas de Anfitrite. Por esto he venido á abrazar tus rodillas, por si quisieras contarme la triste muerte de aquél, ora la hayas visto con tus ojos, ora te la haya relatado algún peregrino, que muy sin ventura le parió su madre. Y nada atenúes por respeto ó compasión que me tengas; al contrario, entérame bien de lo que hayas visto. Yo te lo ruego: si mi padre, el noble Ulises, te cumplió algún día la palabra que te hubiese dado; ó llevó á su término una acción que te hubiera prometido, allá en el pueblo de los troyanos donde tantos males padecisteis los aquivos; acuérdate de ello y dime la verdad de lo que te pregunto.»

      102 Respondióle Néstor, el caballero gerenio: «¡Oh amigo! Me traes á la memoria las calamidades que en aquel pueblo sufrimos los aqueos, indomables por el valor, unas veces vagando en las naves por el sombrío ponto hacia donde nos llevara Aquiles en busca de botín y otras combatiendo alrededor de la gran ciudad del rey Príamo. Allí recibieron la muerte los mejores capitanes: allí yace el belicoso Ayax; allí, Aquiles; allí, Patroclo, consejero igual á los dioses; allí, mi amado hijo fuerte y eximio, Antíloco, muy veloz en el correr y buen guerrero. Padecimos, además, muchos infortunios. ¿Cuál de los mortales hombres podría referirlos totalmente? Aunque, deteniéndote aquí cinco ó seis años, te ocuparas en preguntar cuántos males padecieron allá los divinos aqueos, no te fuera posible saberlos todos; sino que, antes de llegar al término, cansado ya, te irías á tu patria tierra. Nueve años estuvimos tramando cosas malas contra ellos y poniendo á su alrededor asechanzas de toda clase, y apenas si entonces puso fin el Saturnio á nuestros trabajos. Allí no hubo nadie que en prudencia quisiese igualarse con el divinal Ulises, con tu padre, que entre todos descollaba por sus ardides de todo género, si verdaderamente eres tú su hijo, pues me he quedado atónito al contemplarte. Semejantes son, asimismo, tus palabras á las suyas y no se creería que un joven pudiera hablar de modo tan parecido. Nunca Ulises y yo estuvimos discordes al arengar en el ágora ó en el consejo; sino que, teniendo el mismo ánimo, aconsejábamos con inteligencia y prudente decisión á los argivos para que todo fuese de la mejor manera. Mas tan pronto como, después de haber destruído la excelsa ciudad de Príamo, nos embarcamos en las naves y una deidad dispersó á los aqueos, Júpiter tramó en su mente que fuera luctuosa la vuelta de los argivos; que no todos habían sido sensatos y justos, y á causa de ello les vino á muchos una funesta suerte por la perniciosa cólera de la deidad de los brillantes ojos, hija del prepotente padre, la cual suscitó entre ambos Atridas gran contienda. Llamaron al ágora á los aquivos, pero temeraria é inoportunamente—fué al ponerse el sol y todos comparecieron


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