La Odisea. Homer
Читать онлайн книгу.temeroso de los sempiternos dioses, no se lo proporcionó y entregóselo mi padre que le quería muchísimo—si, pues, mostrándose tal, se encontrara Ulises con los pretendientes, fuera corta la vida de éstos y bien amargas sus nupcias. Mas está puesto en mano de los dioses si ha de volver y tomar venganza en su palacio, y te exhorto á que desde luego medites cómo arrojarás de aquí á los pretendientes. Óyeme, si te place, y presta atención á mis palabras. Mañana convoca en el ágora á los héroes aqueos, háblales á todos y sean testigos las propias deidades. Intima á los pretendientes que se separen, yéndose á sus casas; y si á tu madre el ánimo la mueve á casarse, vuelva al palacio de su muy poderoso padre y allí le dispondrán las nupcias y le aparejarán una dote tan cuantiosa como debe llevar una hija amada. También á ti te daré un prudente consejo, por si te decidieras á seguirlo: Apresta la mejor embarcación que hallares, con veinte remeros; ve á preguntar por tu padre, cuya ausencia se hace ya tan larga, y quizás algún mortal te hablará del mismo ó llegará á tus oídos la fama que procede de Júpiter y es la que más difunde la gloria de los hombres. Trasládate primeramente á Pilos é interroga al divinal Néstor; y desde allí endereza los pasos á Esparta, al rubio Menelao, que ha llegado el postrero de los argivos de broncíneas lorigas. Si oyeres decir que tu padre vive y ha de volver, súfrelo todo un año más, aunque estés afligido; pero si te participaren que ha muerto y ya no existe, retorna sin dilación á la patria, erígele un túmulo, hazle las muchas exequias que se le deben, y búscale á tu madre un esposo. Y así que hayas realizado y llevado á cumplimiento todas estas cosas, medita en tu mente y en tu corazón cómo matarás á los pretendientes en el palacio: si con dolo ó á la descubierta; porque es preciso que no andes en niñerías, que ya no tienes edad para ello. ¿Por ventura no sabes cuánta gloria ha ganado ante los hombres el divinal Orestes, desde que mató al parricida, al doloso Egisto, que le había asesinado su ilustre padre? También tú, amigo, ya que veo que eres gallardo y de elevada estatura, sé fuerte para que los venideros te elogien. Y yo me voy hacia la velera nave y los amigos que ya deben de estar cansados de esperarme. Cuida de hacer cuanto te dije y acuérdate de mis consejos.»
306 Respondióle el prudente Telémaco: «Me dices estas cosas de una manera tan benévola, como un padre á su hijo, que nunca jamás podré olvidarlas. Pero, ea, aguarda un poco, aunque tengas prisa por irte, y después que te bañes y deleites tu corazón, volverás alegremente á tu nave, llevándote un regalo precioso, muy bello, para guardarlo como presente mío, que tal es la costumbre que suele seguirse con los huéspedes amados.»
314 Contestóle Minerva, la deidad de los brillantes ojos: «No me detengas, oponiéndote á mi deseo de irme en seguida. El regalo con que tu corazón quiere obsequiarme, me lo entregarás á la vuelta para que me lo lleve á mi casa: escógelo muy hermoso y será justo que te lo recompense con otro semejante.»
319 Diciendo así, partió Minerva, la de los brillantes ojos: fuése la diosa, volando como un pájaro, después de infundir en el espíritu de Telémaco valor y audacia, y de avivarle aún más el recuerdo de su padre. Telémaco, considerando en su mente lo ocurrido, quedóse atónito, porque ya sospechó que había hablado con una deidad. Y aquel varón, que parecía un dios, se apresuró á juntarse con los pretendientes.
325 Ante éstos, que le oían sentados y silenciosos, cantaba el ilustre aedo la vuelta deplorable que Palas Minerva deparara á los aquivos cuando partieron de Troya. La discreta Penélope, hija de Icario, oyó de lo alto de la casa la divinal canción, que le llegaba al alma; y bajó por la larga escalera, pero no sola, pues la acompañaban dos esclavas. Cuando la divina entre las mujeres llegó adonde estaban los pretendientes, detúvose cabe á la columna que sostenía el techo sólidamente construído, con las mejillas cubiertas por espléndido velo y una honrada doncella á cada lado. Y arrasándosele los ojos de lágrimas, hablóle así al divinal aedo:
337 «¡Femio! Pues que sabes otras muchas hazañas de hombres y de dioses, que recrean á los mortales y son celebradas por los aedos, cántales alguna de las mismas sentado ahí, en el centro, y oíganla todos silenciosamente y bebiendo vino; pero deja ese canto triste que me angustia el corazón en el pecho, ya que se apodera de mí un pesar grandísimo. ¡Tal es la persona de quien padezco soledad, por acordarme siempre de aquel varón cuya fama es grande en la Hélade y en el centro de Argos!»
345 Replicóle el prudente Telémaco: «¡Madre mía! ¿Por qué quieres prohibir al amable aedo que nos divierta como su mente se lo inspire? No son los aedos los culpables, sino Júpiter que distribuye sus presentes á los varones de ingenio del modo que le place. No ha de increparse á Femio porque canta la suerte aciaga de los dánaos, pues los hombres alaban con preferencia el canto más nuevo que llega á sus oídos. Resígnate en tu corazón y en tu ánimo á oir ese canto, ya que no fué Ulises el único que perdió en Troya la esperanza de volver; hubo otros muchos que también perecieron. Mas, vuelve ya á tu habitación, ocúpate en las labores que te son propias, el telar y la rueca, y ordena á las esclavas que se apliquen al trabajo; y de hablar nos cuidaremos los hombres y principalmente yo, cuyo es el mando en esta casa.»
360 Volvióse Penélope, muy asombrada, á su habitación, revolviendo en el ánimo las discretas palabras de su hijo. Y así que hubo subido con las esclavas á lo alto de la casa, echóse á llorar por Ulises, su caro consorte, hasta que Minerva, la de los brillantes ojos, le difundió en los párpados el dulce sueño.
365 Los pretendientes movían alboroto en la obscura sala y todos deseaban acostarse con Penélope en su mismo lecho. Mas el prudente Telémaco comenzó á decirles:
368 «¡Pretendientes de mi madre, que os portáis con orgullosa insolencia! Gocemos ahora del festín y cesen vuestros gritos; pues es muy hermoso escuchar á un aedo como éste, tan parecido por su voz á las propias deidades. Al romper el alba, nos reuniremos en el ágora para que yo os diga sin rebozo que salgáis del palacio: disponed otros festines y comeos vuestros bienes, convidándoos sucesiva y recíprocamente en vuestras casas. Mas si os pareciere mejor y más acertado destruir impunemente los bienes de un solo hombre, seguid consumiéndolos; que yo invocaré á los sempiternos dioses, por si algún día nos concede Júpiter que vuestras obras sean castigadas, y quizás muráis en este palacio sin que nadie os vengue.»
381 Así dijo; y todos se mordieron los labios, admirándose de que Telémaco les hablase con tanta audacia.
383 Pero Antínoo, hijo de Eupites, le repuso diciendo: «¡Telémaco! Son ciertamente los mismos dioses quienes te enseñan á ser grandílocuo y á arengar con audacia; mas no quiera el Saturnio que llegues á ser rey de Ítaca, rodeada por el mar, como te corresponde por el linaje de tu padre.»
388 Contestóle el prudente Telémaco: «¡Antínoo! ¿Te enfadarás acaso por lo que voy á decir? Es verdad que me gustaría serlo, si Júpiter me lo concediera. ¿Crees por ventura que el reinar sea la peor desgracia para los hombres? No es malo ser rey, porque la casa del mismo se enriquece pronto y su persona se ve más honrada. Pero muchos príncipes aquivos, entre jóvenes y ancianos, viven en Ítaca, rodeada por el mar: reine cualquiera de ellos, ya que murió el divinal Ulises, y yo seré señor de mi casa y de los esclavos que éste adquirió para mí como botín de guerra.»
399 Respondióle Eurímaco, hijo de Pólibo: «¡Telémaco! Está puesto en mano de los dioses cuál de los aqueos ha de ser el rey de Ítaca, rodeada por el mar; pero tú sigue disfrutando de tus bienes, manda en tu palacio, y jamás, mientras Ítaca sea habitada, venga hombre alguno á despojarte de los mismos contra tu querer. Y ahora, óptimo Telémaco, deseo preguntarte por el huésped. ¿De dónde vino tal sujeto? ¿De qué tierra se gloría de ser? ¿En qué país se hallan su familia y su patria? ¿Te ha traído noticias de la vuelta de tu padre ó ha llegado con el único propósito de cobrar alguna deuda? ¿Cómo se levantó y se fué tan rápidamente, sin aguardar á que le conociéramos? Dado su aspecto no debe de ser un miserable.»
412 Contestóle el prudente Telémaco: «¡Eurímaco! Ya se acabó la esperanza del regreso de mi padre; y no doy fe á las noticias, vengan de donde vinieren, ni me curo de las predicciones que haga un adivino á quien mi madre llame é interrogue en el palacio. Este huésped mío lo era ya de mi padre y viene de Tafos: se precia de ser Mentes,