Todo al Vuelo. Rubén Darío

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Todo al Vuelo - Rubén Darío


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no será, de ninguna manera, el diputado por la Guadalupe, Legitimus, que ha pasado ya los años de la alegre juventud; no será, sobre todo, el estupendo Johnson, que desquijarró a Jeffries en Yanquilandia y cuyo retrato y «sonrisa de oro» han popularizado las gacetas. ¿Quién será, entonces, este negrito pintiparado que camina en se dandinant; y dodelinant de la tête? A veces va solo; a veces con otros compañeros de color, pero que no tienen sus manifestaciones de holgura ni su cándido jipijapa; a veces, en compañía de una moza pizpireta del quartier, una de esas trabadas calipigias que andan hoy por la moda en perpetua gymkana.

      Como no estamos en los Estados Unidos, la muchacha jovial que ama los oros no gradúa ni los relentes ni los inconvenientes de la mayor o menor cantidad de betún de su acompañante. Hay un hecho innegable por su apariencia: ese negrito es rico. Debe quizá poseer cañaverales en alguna Antilla; o bien su bien provista cantina en tal ciudad del Congo; o bien sencillamente será algún banquero, esto es, un negro tratante en blancas para Colón, para Jamaica o para Trinidad. ¡Vaya usted a saber! Mas lo que llama la atención es su suficiencia, su aplomo y un mirar y un sonreir donjuanescos... Niger sum sed formosus... Pasan los amarillos, casi siempre de dos en dos o de tres en tres, con o sin sus amiguitas respectivas. Un buen conocedor podría distinguir a los chinos de los japoneses. Parecidas son sus caras pálidas, sus ojos más o menos circunflejos, saltones o perdidos en una adiposidad o como insuflamiento de fluxión, serios o risueños, con rasgos huyentes o definidos como los de las máscaras de su tierra. Les hace falta el kimono, o la blusa extremoriental, pues los jaquetes o las americanas les quedan siempre arrugados y flojos, gritando su origen de la Belle Jardinière o de la Samaritaine. Y en el coro de las peripatéticas del Barrio se ve que no echan de menos ni sus chinitas, sus congais o sus musmés y geishas. Pasan los turcos, griegos, levantinos, con aspectos sudamericanos, y van a comer su pilaf, su kiebab, su baklava y su leche cuajada a los comedores de un franco veinticinco que hay en la rue des Écoles. Y las parisienses estudiantófilas van con todos contentas, a cambiar su fácil amorío por esos amoríos de distintos colores, olores y sabores, pues el yen y la dracma se funden en el áureo luis de Francia.

      Pero entre todos los exóticos que pasan, el negrito del panamá se lleva la palma.

       Índice

      Eugenio Garzón, el platense de Le Fígaro, debe estar contento, pues le han vuelto a poner de actualidad a su famoso archiduque. Como se ha solicitado en la corte austriaca que se declare oficialmente el fallecimiento del misterioso y romántico desaparecido, tornan a referirse las viejas historias y leyendas. ¿Se hundió en el mar en la Sainte Marguerite el príncipe aventurero? ¿Vive aún en alguna parte de América o del Asia, como se sospecha? Es el caso que muchos no creen en su muerte, que hay quienes le han visto y hablado con él, gentes que viven en Francia, en Bélgica y en el Río de la Plata. La última carta que se recibiera de Jean Orth, o sea del archiduque Juan Nepomuceno Salvador, fué escrita en la Ensenada, en el estuario del río de la Plata, y en ella manifestaba el príncipe que se dirigía a Valparaíso por el cabo de Hornos. No se supo de él más. Se ha creído que una tempestad hundió en el mar el velero y sus tripulantes, y al Habsburgo soñador y a su mujer la bailarina vienesa Milley Stubel. «Algunas consideraciones—dice Raymond—Perraud, apoyan esta hipótesis. Parece cierto que hubo ciclones que desolaron aquellas regiones allá por el fin de julio de 1890. El Temps de 5 de noviembre de 1890 publicó un telegrama según el cual un navío sueco que llegó a Chile había encontrado en su derrota tres restos de barcos cuya nacionalidad no había podido conocer. Se sabe, por otra parte, que Jean Orth había estudiado, de 1887 a 1889, lo preciso para obtener su título de capitán mercante, lo que implicaría su voluntad decidida de adoptar la carrera de marino. En fin, es extraño que ningún hombre de la tripulación, suponiendo a éstos sanos y salvos, no haya dado nunca señal de vida. Sin embargo, justo es reconocer que la investigación seguida de 1899 a 1900, en la Argentina misma, por Eugenio Garzón, ha llevado a éste a una conclusión diametralmente opuesta». Esto lo acabo de leer en el Paris Journal. Hay que advertir que el tono literario y la forma elegante del libro de Eugenio Garzón han hecho creer a muchos que se trataba de una exposición novelesca y que aun la documentación y los nombres pertenecían al imperio de la fantasía.

      Sin embargo, nada más real que las averiguaciones del eminente periodista. Es una lástima que el jefe de Policía del departamento de Concordia, señor José Roglich, no haya sido más explícito, o que su información no haya sido llevada a mayores detalles. El señor Nino de Villa Rey, por su parte, ha contribuído a que se aumente el misterio con su silencio o sus reticencias respecto al amigo a quien acompañase a la colonia Yeruá. Lo último que se averiguó en la Argentina es que Jean Orth y su mujer se internaron en las soledades del Chaco paraguayo. Mas luego resulta que se le ha visto después en la Argentina, en diferentes fechas posteriores, y lo que es más interesante aún, hay quienes han hablado con él en París nada menos que en los días del recién pasado febrero. El Courrier Européen publica una carta del doctor Albert Ferenez, que asegura saber «de origen muy seguro», que el archiduque vive en la Argentina, «donde posee una real y hermosa fortuna», que no hace mucho estuvo en París y en Londres. Los detalles abundan. Jean Orth se hospedó en el Grand Hotel, con el nombre de barón Otto. Vino a hacer una consulta judicial, para lo cual habló con los abogados Douhet, francés; Lapuya, español, y Cassoretti, italiano. Luego partió para Nueva York, en donde tuvo una entrevista con un conocido jurisconsulto y diplomático, Mr. Everett. «Entre las personas que han visto al barón Otto, y reconocido en él al archiduque Juan Nepomuceno Salvador—dice el doctor Ferenez—puedo citar al conde Marulli, antiguo chambelán y secretario del conde de Caserta, que lo vió en Londres, y al doctor Nadal, antiguo profesor en la corte de Viena, que tuvo ocasión de encontrarle en París. Agregó que M. de Cassoretti estuvo recientemente en Viena. Hecho significativo: ese paso por Viena del abogado particular del barón Otto ha coincidido con el despertamiento de la historia de Jean Orth, es decir, con la satisfacción acordada por el gran mariscalato de la corte de Austria al archiduque José Fernando, heredero de los derechos de la corona de Toscana, quien dentro de seis meses obtendrá la declaración de la muerte legal de su tío. Pero he aquí un detalle extraordinariamente interesante. Monsieur de Cassoretti no desaprueba de ninguna manera la decisión tomada por la corte de Viena, por la buena razón de que Jean Orth, hoy barón Otto, no piensa de ninguna manera en protestar contra la declaración de su muerte. En fin, debo declarar que mis informes no se limitan allí y que no se ha perdido la pista del barón Otto, desde el último abril, fecha de su última permanencia en Nueva York, y de su entrevista con el jurisconsulto Everett».

      Por su parte, el redactor del Figaro M. André Nodel, habló con el abogado francés M. Doullet, el cual ha dado a entender, si no lo ha confesado claramente por el secreto profesional, que en efecto, en febrero pasado fué consultado, en unión de sus colegas Cassoretti y Lapuya, por el barón Otto.

      Un redactor del Journal publica las declaraciones de M. Henry Cénac, antiguo comerciante, oficial francés que habita en la Argentina desde hace veinte años. Este señor asegura haber encontrado a Jean Orth por el río Negro, bajo el nombre de don Ramón. El hecho fué conocido, y afirma que se ocupó de él Caras y Caretas. Esto aconteció en 1901. Asimismo, cree haber tratado a Jean Orth, por parajes argentinos, el comandante Lecointe, que fué en la expedición de la Bélgica.

      Por último, el cónsul argentino en Viena afirma la existencia del rico propietario barón Otto en la Argentina; pero dice que, no interesándole el asunto, nunca se preocupó de averiguar si bajo ese nombre se ocultaba el novelesco archiduque.

      Después de todo, ¿no existe en Buenos Aires ningún Sherlock Holmes? La pesquisa es de trascendencia y el folletín de universal interés.

       Índice

      En una estación del Metropolitano, o del metro, como aquí se rebana. Un hombre, en cuya cara se


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