Todo al Vuelo. Rubén Darío

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Todo al Vuelo - Rubén Darío


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Lian' Paougi! Lian' Paougi!

      Y al decir esto, el buen rey de Benin sacudía su bicornio emplumado y las charreteras de cabo que adornaban sus espaldas desnudas.»

      Maldad, se dirá, murmuraciones, envidias. Pero es el caso que el príncipe servio debe de saber toda esa colección de anécdotas y ocurrencias que han aparecido en los periódicos con motivo de su sonado casamiento.

      Los parisienses, de todas maneras, se han enorgullecido de ella.

      —Es—dice uno—la más célebre de nuestras demi-mondaines y la más rica. Su lujoso hotel de la rue de la Neva encierra una fortuna. Más de cien mil francos de bibelots están amontonados en la chimenea, y una vitrina de vientre dorado contiene por un millón de joyas. La dueña monta a caballo, toca guitarra, toca piano, recita y conoce la pantomima. Su gloria se realza con algunas resonantes tentativas de suicidio.

      Ya veis que toda su persona es lo que se llama completamente parisiense. Y que en tiempos en que se endiosan a los histriones y cortesanas, ella está the right woman in the right place.

      Cuando en la alcaldía el funcionario le preguntó por su edad, ella confesó, con cierta vacilación encantadora, treinta y tanto años. En cuanto a su nombre verdadero, le fué preciso revelar un patronímico harto vulgar. En su anterior estado de casada se llamaba madame Purgre.

      ¿No dicen que se llama D'Annunzio Rapagnetta? ¿Y Anatole France simplemente Thiébaut?

      Pero ya oigo a Unamuno exclamar en su francofobia: ¿Pero en eso se ocupan los franceses?—¡En eso, mi buen amigo, y en otras cosas más!

       Índice

      Cuando uno ha habitado la ciudad de París por algún tiempo, se convence de que, desde luego, vale más que una misa. Se padece fuera de París la enfermedad de París. No da uno un paso sin recordar a propósito de cualquier cosa el ambiente y el encanto parisienses, y la nostalgia se acentúa de manera que hay que volver lo más pronto posible. Es que hay una especie de brujería en la villa divina e infernal que posee y no suelta jamás. ¿Una misa? Todo el ritual romano lo dais por retornar al imperio de París y de la parisiense.

      El florido anciano de antaño que echaba a volar sus canciones en París como gorriones, cantaba:

      Ris et chante, chante et ris;

      Prends tes gants et cours le monde;

      Mais, la bourse vide ou ronde,

      Reviens dans ton Paris;

      Ah! reviens, ah! reviens, Jean de Paris.

      Sí, Béranger tenía razón. Para el verdadero parisiense de París, la bolsa más o menos provista es cosa secundaria. El rastacuero no comprenderá eso. El parisiense de París sabe acomodarse. Sabe que la gran ciudad, al que llega a conocerla bien y a amarla de veras, le enseñará el arte de servirse, con igual relativa satisfacción, tanto del franco como del luis.

      Toujours, dit la chronique ancienne,

      Jean sur son grand sabré a santé,

      Quand de leur ville avec la sienne

      Des sot, comparaient la beauté.

      Proclamant sur son âme,

      En prose ainsi qu'en vers,

      Les tours de Notre-Dame

      Centre de l'Univers.

      El parisiense de París, como Jean de Paris, cuya crónica tradujese o modernizase Jean Moreas, que padecía gozosamente de parisitis, no admite comparación alguna. Apenas os reconocerá paridades retrocediendo en lo pasado, y si nombráis a Roma o Atenas, y esto con una clara condescendencia, y porque no puede haber celos posibles al tratarse de ciudades muertas. Mas los Londres, las Vienas, los Berlines y las Romas, no son admitidos sino como lugares secundarios. El «quien no ha visto a Sevilla, no ha visto maravilla» y el «ver Nápoles y morir», no hacen sino sonreir vagamente al verdadero parisiense de París.

      S'il franchit la grande muraille,

      S'il cocufie un mandarin,

      Du peuple magot s'il se raille,

      A Paris s'il revient grand train,

      L'espoir qui le domine

      C'est, chez son vieux portier,

      De parler de la Chine

      Aux badauds du quartier.

      Anatole France en Buenos Aires, como Charcot en el polo, como Voltaire en el infierno, tened por seguro que no están preocupados sino de su París. Si algo hacen es por esperar un recuerdo o una sonrisa de la diosa tutelar. La urbe coronada de torres, con su barca que flota y no se sumerge, es el ideal de sus pensamientos y de sus acciones. Volver a París y contar lo que se ha hecho y lo que se ha visto, ese es el objetivo del parisiense de París que se ausenta, personaje, por otra parte, no común, pues el neto parisiense de París no sale de su ciudad sino para su villégiature. En tiempo del segundo imperio, se decía que no salía de los bulevares, y que nunca había pasado a la orilla izquierda del Sena. Y la canción os lo seguirá explicando mejor:

      Je veux de l'or beaucoup et vite,

      Dit-il, au Pérou débarquant.

      A s'y fixer chacun l'invite:

      Me prend-on pour un trafiquant

      Loin de mes dix maîtresses,

      Fi de ce vil métal!

      Je préfère aux richesses

      Paris et l'hôpital.

      El parisiense no es colonizador ni emigrante. No se trasplanta, no se desarraiga. No le importa el resto del mundo. No es el francés, sino el parisiense de París, el famoso monsieur condecorado, que ignora la geografía. Ahora empieza a saber algo, y Buenos Aires está en su lección, por lo cual debéis regocijaros.

      Je préfère aux richesses

      Paris et l'hôpital.

      Se dirá que eso está dicho por Verlaine, si no se supiese lo que amaba les ors el pobre Lélian. El parisiense, no por ser tan apegado a su terruño y tan amigo de los placeres que en el couplet anterior se señala con indiferencia diez queridas, deja de ser gentil, entusiasta y valiente.

      A la guerre gaiement il vole

      Pour la croix ou pour Saladin,

      Se bat, jure, pille et viole,

      Puis à Paris écrit soudain:

      Que ma gloire s'étende

      Du Louvre aux boulevards,

      Qu'un ramoneur y vende

      Mon buste pour six liards.

      En Perse, il prétend qu'une reine

      Lui dit un soir: Je te fais roi,

      —Soi! répond-il; mais pour ma peine,

      Jusqu'au Pont-Neuf viens avec moi;

      Pendant huit jours de fête,

      Tout Paris me verra

      Montrer, couronne en tête,

      Mon nez a l'Opéra.

      Jean de Paris, dans ta chronique,

      C'est nous qu'on peint, nous francs badauds.

      Quittons-nous cette ville unique,

      Nous voyageons Paris à dos.

      Quel amour incroyable,

      Maintenant et jadis,


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