Todo al Vuelo. Rubén Darío

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Todo al Vuelo - Rubén Darío


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trenes, cuenta paquetes de cartones, apunta números en calepines, acaricia lápices y perforadores. No le perturba ninguna inquietud. Llega a las horas fijas de su empleo y se retira cuando han cesado sus funciones. Tiene asegurados los huevos al plato y la coteleta, gracias a la administración. Fuera de su ropa diaria, tiene la menos modesta dominical y de los días excepcionales. ¿Es casado? ¿Es soltero? No me ha interesado el averiguarlo. De todas maneras, debe portarse correctamente y cumplir con sus obligaciones. Creerá en los beneficios de la república, tendrá su mira puesta en un ascenso y obtendrá quizás pronto las palmas académicas. Todos los años, en una fecha fija, sabe que es obligación suya reunirse en un café de barrio, con unos cuantos hombres y mujeres que dicen discursos y versos a la memoria de su padre, y que comen por tres o cuatro francos, en fraternal ágape, con la locuacidad de los hombres de letras. Él llena su misión sin comprender muy bien lo que se dice. Vagamente sabe que hay algo que le debe dar cierto orgullo y algo que le debe dar cierta vergüenza. Lo que es un hecho es que es un buen empleado, que merece el elogio de sus superiores y que nadie tiene que hacerle el menor reproche en su conducta.

      Es un hombre relativamente feliz. Ignora las angustias del ajenjo, de la lujuria y de la gloria. Es el faunida, es el hijo de Paul Verlaine.

       Índice

      ¿Quién la llama la nueva Cenicienta? El que sabe que ella se ha logrado un príncipe con un sombrerito, así como la otra Cenicienta se lo ganó con un zapatito. El cable os ha de haber llevado el caso, pero los detalles son muy sabrosos.

      Mademoiselle Liane de Pougy es una célebre peripatética, cuyas glorias medio mundanas han cantado conspicuos aedas. Entre ellos el principal fué su amigo Jean Lorrain, que en paz descanse. Famosa por sus hazañas amorosas como por sus trajes y sus joyas, hace ya tiempo que su nombre es pronunciado como se chupa un bombón en el mundo de los que se divierten. Sus amantes han sido variados y de distintos países, como los de tal Emiliana eclipsada o los de cual Carolina en su ocaso. Todo esto quiere decir que no está ya en la primavera de la vida.

      Se ha dedicado en momentos de desencanto, o de ocio—otium cum negotio—a las bellas letras. Como en estos casos, siempre la murmuración ha asegurado que sus cuentos, sus novelas y sus versos, no son de ella. Pero parece que, en verdad, tiene un temperamento literario, que es fina y no dice palabrotas como la Otero. Más aún, al ser suyos los versos siguientes, que se han publicado con su firma, quedaríamos en que es una aventajada discípula de Maeterlink; la poesía se titula «Inutilement»:

      Et si son regard te cherchait,

      Et si son regard t'implorait,

      Saurais-tu comprendre?

      Non! Je dirais: «Il se souvient

      D'une heure qui lui parut tendre!»

      Et si son désir te voulait

      Et si son désir t'appelait

      Voudrais-tu permettre?

      Non! Doucement, je sourirais

      Comme au destin qui fut mon maître.

      Et si son coeur te regrettait,

      Et si son coeur te suppliait,

      Resterais-tu forte?

      Je me dirais: «C'est un retour

      Près de la tombe d'une morte!»

      Et si tout son être souffrait,

      Si son être se torturait,

      Sans épouvante,

      Je me dirais: «Le voilà prêt,

      Pour le bonheur de d'une autre amante!»

      Esto, si no nos acerca un poco a Aspasia, nos da idea de las buenas relaciones intelectuales que ha podido tener la aplaudida sacerdotisa.

      La cual tiene un castillo espléndido, lleno de mármoles y flores, en Saint-Germain-en-Laye, cerca del conde de Noailles, y una negrita de compañía, casi siempre vestida de verde y que se llama Jesús.

      Avino, pues, que una tarde, paseábase no lejos de su mansión, en el lindo pueblo, la ilustre cortesana, en compañía de otra no menos ilustre y de un joven amigo, por el cual padecía el amable mal que aquí llaman béguin. El joven, casi un efebo, es nada menos que príncipe. Príncipe más o menos valaco, servio o rumano, pero príncipe; con una cara como la de Kubelik, y un significativo tupé. ¡Y el otro tupé! Iba, pues, Liane de Pougy en su compañía, luciendo entre otras cosas un sombrero que, por lo diminuto, parecía un sombrero de muñeca. En esto, aparecen en una bocacalle dos damas burguesas con un excelente señor burgués.

      Una de las burguesas, verdaderamente asombrada y regocijada, al ver el sombrerito de la amorosa, se echó a reir con todas ganas, como corresponde a una burguesa.

      Entonces el joven príncipe, en defensa de su amiga bella, dijo a la mujer que reía:

      —Cuando se tiene una gueule como esa, no se debe reir:

      —¡Gueule ha dicho!—exclamó indignada la burguesa dirigiéndose a su marido. Al mismo tiempo que daba a la Thais un nombre de simpático pájaro que ignoro por qué toman aquí por un insulto: «Grulla».

      Cuando el príncipe menos lo pensó, el hombre republicano le dió un par de sonoras bofetadas.

      —¡Caballero!—gritó.

      Y el otro le dió entonces otro par. Luego cada cual se fué a su casa.

      El príncipe, naturalmente, no mandó los padrinos al hombre inferior, sino que le entabló demanda. Y Liane lamentaba a su príncipe deteriorado a causa de ella. Ello no tuvo grandes consecuencias. Sino que, al poco tiempo la negra Jesús preparó su más papagayesco vestido verde, para asistir a la boda de la nueva princesa, que con su título queda convertida en sobrina de la reina Natalia de Servia. Esta se ruborizará de la méssaliance. ¡Si viviese el rey Milano! Y como parece que la renta que antes servía a su joven preferido la cortesana, se ha aumentado con la ceremonia nupcial, dicen, con cierto eufemismo, malignos como el político Géraut-Richard: «Si nos arrière-grands-oncles virent des rois épouser les bergères, nous voyous, nous, des princes épouser le troupeau et des sirenes séduites par de brillants mais minuscules hôtes de l'onde». Y otros irónicos: «Es en efecto cierto que celebrando el pacto conyugal, entrando en la categoría de las esposas legítimas, mademoiselle Liane de Pougy se déclasse definitivamente. Se aparta de la deliciosa galería de las grandes cortesanas, la que fué en nuestros tiempos morosos el más espléndido adorno. Aspasia y Lais, Marióu Delorme, Ninón, Manón Lescaut, Cora Pearl y Anna Deslions, tenían en Liane una continuadora tan bella como ninguna de ellas lo fué jamás. Ella mantenía, no diremos el pabellón, pero sí la bandera de las ilustres hetairas y de las suntuosas vendedoras de olvido. Era una gran figura, la alta significación de un ideal eterno. Pues, si son maldecidas por los burgueses y abominadas por los profesores, las grandes cortesanas tienen de su parte a los poetas, a los artistas, a los que dan la inmortalidad. Y mademoiselle Liane de Pougy renuncia a todo eso. Pone su dimisión de diosa. Se pierde entre la muchedumbre. Llega al matrimonio como un bello bajel que acaba de correr mares encantados y que, abandonando sus bellas velas, vuelve al puerto comercial, se resigna al dique polvoroso cerrado de esclusas, limitado por cadenas, rodeado de funcionarios. ¡Qué caída!»

      Y se insiste en el tupé principesco. Qué tupé. ¿Sábese—dice otro maldiciente—que la princesa está condecorada con el Águila Negra del Benin? Una condecoración africana, como veis. Condecoróla el rey negro Tofa, que fué un admirador fervoroso de sus encantos.

      «El recuerdo de su belleza lo perseguía en las regiones tropicales y le obsedía a tal punto, que el buen monarca, que sabía algunas palabras de francés, siempre hablaba de ella cuando charlaba con oficiales amigos.

      —Comment


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