Todo al Vuelo. Rubén Darío

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Todo al Vuelo - Rubén Darío


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que no hayan filosofado sobre mi caso. Todo el mundo ha reído, me dicen, menos cierto periodista de un diario, quien, no habiendo comprendido, expresó palabras severas. Esto no me disgustó, pues es bueno en una fiesta contar con un hombre furioso, pues su cólera intempestiva aumenta la hilaridad de los otros. Cierto crítico ha querido compararse con Homero, cosa que me ha complacido. Otro crítico ha escrito que prefiere mi pintura a la de Turnes, cosa que me ha sorprendido. Ya sé ahora en qué consiste la pintura para muchas gentes: consiste en colocar en un cuadro, de preferencia dorado, una tela untada de colores variados. Siempre se encuentra un público que admire. Los embadurnadores que llenan el Salón des Indépendants y ahogan con sus producciones, que se podrían atribuir a geómetras dementes, las obras notables con que justamente se enorgullece esta exposición, han hecho mal en enojarse. No había entre ellos sino un asno más». Y agrega el humorista, que habiendo empezado a andar el jumento, le preguntó:

      —¿A dónde vas, Boronali?

      —«Voy a juntarme en la historia gloriosa de los hombres, con el caballo negro de Boulanger».

      Hubiera podido agregar que con la burra de Balaam, con su colega de Turmeda, con el asno de Kant, con el de Víctor Hugo. Y, para no ir tan lejos, a la Porte-Saint-Martin, a hacer figura entre los animales de Chantecler.

       Índice

      Acompaño al caballero que lleva a respirar el aire sano de mi predilecto jardín del Luxemburgo, a sus dos hijos, lindos como flores, un niño y una niña, ambos de cabellos castaños y oscuros, y ojos tan grandes, dulces y brillantes, que agregan alegría al día.

      Pasamos cerca del monumento hace poco inaugurado, en memoria y honor de la señora de Segur, nacida Rostopchine, a la que tanto debe la imaginación y la complacencia de varias generaciones de niños.

      —Ya no se leen esos cuentos, casi—dijo mi amigo.

      Le contesté que si no leen tanto como antaño, la culpa es de los padres, que han sustituído a los amables personajes de los cuentos viejos con los héroes de aventuras policiales de Conan Doyle y otros Lupines de París. Los niños saben ahora de cotillones, de partidas de bridge, de aeroplanos, y se interesan en los puñetazos yanquis del negro Johnson y del blanco Jeffries.

      —No los míos—me contestó mi amigo—. Sin que yo les deje de dar una instrucción que les mantenga al tanto de los adelantos de su tiempo, ellos conocen bien su Perrault, sus Mil y una noches, su madame Leprince de Beaumont. Y las historias tan sabrosas y honestas de esta señora, cuyo busto acabamos de ver en ese rincón apacible rodeado de verdores. Ahora que estudian inglés, quisiera yo encontrar un libro de cuentos como aquéllos.

      —Los hay—le dije—y preciosos y sabrosos. Cómpreles usted esos admirables álbumes que ilustraron artistas ingeniosos y aun geniales, que pusieron sus almas en contacto con las almas infantiles y supieron interpretar gráficamente las creaciones de los soñadores. Los ingleses han ofrecido a sus niños las prosas y los versos sencillos y graciosos, con las imágenes que son el encanto de los ojos. Cómpreles usted The Three Jovial Huntsmen, con las figuras ligeras y humorísticas de Caldecott y verá cómo se perfeccionan en su inglés sonriendo. Cómpreles The baby's opera o The baby's own Aesop, en los que Wálter Crane ha fabulizado con el lápiz. Verán las cosas de Esopo armoniosas y claras. Así, como cuando las ranas piden rey:

      The frogs prayed to Jove for a king,

      Not a log, but a livelier thing.

      Jove sent them a Stork

      Who did royal work

      For he gobbled them up did their king.

      Y allí está la cigüeña coronada tragando ranitas, a orillas del charco. Pero, si quieren ver a las ranitas alegres y danzantes, entonces,

      «O! there is sweet music on yonder green hill, O!

      And you shall be a dancer, a dancer in yellow,

      All in yellow, all in yellow!»

      Said the crow to the frog, and then, O!

      «All in yellow, all in yellow,»

      Said the frog to the crow again, O!

      Y Wálter Crane hace bailar a una ranita, y otra ranita toca la bandola y otra la pandereta. Y en otro cuaderno, el mismo artista les hará ver «cuando estos chanchitos van al mercado», y cuando «este chanchito grita: wee! wee!» Y otros cuantos cuadernos más en que hay cosas de bella caballería y cuentos de abuelas. Y si se trata de las donosuras que pintara el inolvidable Kate Greenaway, allí está la Guirnalda para el jubileo de la reina Victoria, o Mother Goose o A day in a child's life donde hay versos de cantar con música de Foster:

      March, march away!

      March, march away!

      To the play-ground lead the way!...

      Pues ¿y Sing a Song for six pence, con los niños y pájaros dibujados por Caldecott? ¿Y las cosas de hadas de Anuing Bell?

      Y luego le digo a mi amigo que busque para sus niños un librito, que escribiera en excelente inglés una pluma hispanoamericana Tales to Sonny, por Santiago Pérez Triana. He allí un joyel pueril, unas cuantas páginas que un escritor de diplomacias y asuntos de estado, que es también un poeta y un culto espíritu, escribiera en idioma de papá, dedicadas a un su Santiaguito bautizado Sonny en el hogar, según tengo entendido, por su madre norteamericana.

      Era en tiempo en que se arrancaban la vida rusos y japoneses allá por la Manchuria, y en el apacible Retiro madrileño, el padre y el niño hermoso de largos cabellos, conversaban. El padre le hacía cuentos tal el dios Hugo a sus nietos.

      Y el niño los oía en el inglés maternal, que su padre conoce y habla como su propia lengua. Esos cuentos fueron después escritos y publicados en Londres por Anthony Treberne Co. Ltd., ilustrados con gracia por Dorothy Furniss, y con cuatro palabras de prefacio del autor.

      Son seis la narraciones: The little stream of water habría hecho sonreir de complacencia a San Francisco de Asís, puesto que en él dialogan un niño y la hermana agua en su forma de arroyuelo. Y la palabra del arroyuelo enseña a Sonny algo de la filosofía del mundo y mucho de la grandeza de Dios sencillamente. Minnie and Billie trata de dos niños-pájaros que vuelan y hablan. Billie es el pajarito y Minnie la pajarita.

      Hablan como saltando de rama en rama.

      «What is your name?»

      «My name is Minnie.»

      «Oh! what a pretty name!»

      «Do you think so?»

      «Indeed I do.»

      Así hablan. Y luego, con la inocencia natural, tratan de fabricar un nido. Y el nido se hace, no en la casa de la escuela, no en la torre de la iglesia, sino en un árbol, junto a otros árboles que tienen otros pájaros. Y luego se sabe que de los huevos salen los pajaritos. Así, cuando una tarde vuelve Billie a su nido, encuentra, de cuatro huevos, cuatro pajaritos that just could call him papa. Y tuvo mucho contento en su corazón.

      En Mrs. Lyon's party animales diversos parlan como en las antiguas fábulas. Tal se expresan las ocurrencias de Mr. Fox, de Mr. y Mrs. Bull, de Mr. Ox, de Mr. Rhinoceros, de Mr. Tiger, del siempre ilustre Mr. Ass. Es una variante ingeniosa del famoso cuento de los Músicos de Bremen.

      El narrador pone también su lección histórica en la amenidad del divertimiento. De este modo en The galleon trata de la antigua ciudad de Cartagena de Indias, grata al poeta Heredia. Y cuenta de sus cuarenta y ocho fortalezas, llenas de cañones y de su hermosa bahía. Y dice de los buenos españoles del descubrimiento y de los rapaces que les robaban a los indios sus oros y sus piedras ricas. «Those Indians had a great


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