Todo al Vuelo. Rubén Darío

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Todo al Vuelo - Rubén Darío


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of silver and quite a number of emeralds all of which were taken away from them by the Spaniards». Y así fueron las cosas, como lo sabe muy bien Sonny. Y se cuenta de los galeones que iban cargados con grandes riquezas que los gobernadores españoles enviaban para los reyes de España. Y de cuando en cuando aparecían en el mar unas tropas de piratas, de aquellos bravos piratas cuya historia ha contado Oexmelin en su rara historia de la piratería. Y de los combates de las gentes del rey con los piratas. Y de un gran galeón de tres palos que iba a traer a los monarcas de Madrid el oro, la plata, las esmeraldas y las perlas que estaban en Cartagena de Indias. Y cómo ese barco regio debía también cargar muchos productos de la tierra ardiente, plátanos o bananas, cocos, ñames, mandioca, piñas, pájaros parlantes y otras cosas más que eran de maravillar a los hombres europeos. Y cómo el mar se alborotó y hubo naufragio. Y el mar se tragó el tesoro, que han querido después buscar los buscadores de tesoros. Y el tesoro está en el mar Caribe, entre Cartagena de Indias y la isla Trinidad.

      Y la otra narración refiere How the chimp family went to town. Y son sucedidos muy graciosos, pues se trata de una familia de monos o niños. Y hay que ver a los monitos cómo los pinta la ilustradora Dorothy Furniss, que tiene de los intencionados animalistas ingleses y que agradaría a Benjamín Rabier. Y para concluir está una historia como para escrita en versos; porque tiene tanto de poesía que hasta en el comienzo de esta narración, que está hecha para un niño, parece dicha en un inglés de verso: «This is the story of the Prince who covered his body with golden dust—in a far off land, in a far off day—whom the Spaniards called «El Dorado».

      «And this is the story of the Great Cataract that even to-day, in that distant land, rushes and thunders, in memory of what took place long, long ago». Y es la historia de «El Dorado» con toda su primitiva belleza. La historia del pueblo Chibcha, de ese pueblo tan fabuloso como el de los antiguos troyanos, y tan real como ellos, pues en el Museo de Madrid se pueden admirar sus mitras de oro, sus máscaras de oro, sus mil cosas de oro, pues «El Dorado», que cubría su cuerpo desnudo con polvo de oro, era como el dios viviente del oro. Y parece Bochica, el gran dios de los indios chibchas, que tiene cetro jupiterino y a quien sus adoradores, si hubiesen sabido latín, hubieran aplicado el horaciano:

      Cuelo tonantum credidimus jovem Regnare...

      Y es admirable la tradición del Cacique Áureo, del dios primitivo y del Lago Místico. Sonny debió de quedar encantado. Y con él todos los niños que sepan inglés y lean el librito Tales to Sonny, de Santiago Pérez Triana.

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      París—¿quién lo hubiera antaño creído?—ha pasado algunos días preocupado con el famoso match del blanco y el negro. Por lo menos, el París novelero y sportivo. Aunque es verdad que esa pasajera ultramericanización no indica una transformación del carácter nacional, es un hecho que la Prensa se ocupó largamente en el asunto y los retratos y biografías de los dos fuertes animales norteamericanos se publicaron en todas las hojas. Jeffries y Johnson lograron popularidad parisiense. Aquí tiene el box sus aficionados y partidarios, entre algunos sportsmen y snobs. Se han visto y se ven pugilatos públicos a que ha concurrido un público de clases diferentes. Pero la cosa no ha pasado a más. La repercusión que tuvo la performance norteamericana ha sido seguramente causada por lo elevado de las apuestas, por los cachets que han cobrado los rivales, y por ser un negro y un blanco, como en las damas, los elementos del juego. Y hubo quiénes apostaran al blanco y quiénes al negro. La victoria de éste fué alegremente comentada, y las atrocidades que en Norte América siguieron a ella lo fueron también.

      —¡Que se venga a París el negro!—decían algunos.

      Y con razón. En París los negros o mulatos con dinero no tienen por qué quejarse. Hay muchos de ellos que, en los Estados Unidos o en ciertos círculos de las aristocracias hispanoamericanas serían rechazados, y que aquí viven tan lindamente, dándose gusto y hasta viendo su nombre en los periódicos. No hace mucho que se habló de un banquete a dos poetas negros, creo que haitianos. Y en honor de ellos hablaron dos poetas blancos, aunque de segundo orden. Monsieur Gregh y Dorchain... Y los negros continúan y hacen bien.

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      ¿Y el Congreso universal de la Poesía? Ya hablaremos luego. Ahora os hablaré de su organizador, del que ha sido su alma y que tiene en él muchas nobles ilusiones y muchas grandes esperanzas. De Val es un hombre admirable. ¡Admirable! El poeta Amado Nervo le dice: «¡Tú, que todo lo puedes!» En verdad, Mariano Miguel de Val, que también es poeta, y que quiere el bien de los poetas, está en todo, es múltiple, es complejo, es universal, y si no fuese que en él prevalece sobre todo algo del caballeresco ensueño tradicional hispano, merecería ser yanqui... En las proporciones de esta villa del oso y del madroño, tiene este varón, de cuerpo fino y faz de hidalgo antiguo, una variedad de actividades rooseveltianas que desconcierta en la gran urbe de la famosa Puerta del Sol. Mariano Miguel de Val es terrateniente, mundano, abogado, ex secretario del Ateneo; de la familia de Castelar, ex secretario de Moret; amigo del rey, de los infantes; redactor en varios periódicos, director de un diario de provincia, director de la respetable revista Ateneo, director y editor de la biblioteca Ateneo; pertenece a la Legación de Nicaragua; fué iniciador del Romancero de los sitios; colabora en Caras y Caretas, de Buenos Aires; en El Fígaro, de la Habana; ¡inicia, realiza y colabora en cien cosas más! No tiene aún automóvil; va a comprar uno pronto; pero no hay que temer, este poeta no es futurista. Tiene un santo en su familia ancestral. Tiene un castillo en Zaragoza. Es lírico de paz y de hogar. Tiene una bella esposa y unos lindos niños. Su padre era republicano. En su casa se conspiraba. Llegaba allí el tío Emilio y hacía discursos de música. El niño Mariano oía todo eso, observaba, tras los cortinajes. El niño creció, y el hombre es hoy monárquico, católico; y, cuando se va a veranear, para que diga la misa en la capilla de su castillo, tiene un capellán. De Val es cuerdo.

      Su gabinete de trabajo está adornado de libros, retratos, autógrafos, medallas. Sus íntimos son sabios catedráticos, políticos, periodistas y uno que otro autor de los llamados modernistas. No se le creía un combativo. Sin embargo, un día se halló en pleno ardor polémico. El enemigo era temible: la condesa de Pardo-Bazán. La polémica fué sobre los novelistas en el teatro, y el joven aeda se batió ardorosamente con Pentesilea. Una vez vistos los argumentos de uno y otro, confieso que me coloqué al lado de doña Emilia. Muchos novelistas ha habido y hay que son excelentes autores dramáticos, y una facultad no es privativa de la otra.

      De Val, que parece tan grave, tan serio, y que lo es, ¡indudablemente! ha pagado el matritense tributo a la literatura jovial, y, aunque sin su nombre, ha hecho imprimir cierto pecador volumen de castizos chistes, que habían regocijado a aquellos honestos y nada complicados rimadores que se llamaban Teodoro Guerrero, Ricardo Sepúlveda y demás compañeros del tiempo del Pleito del matrimonio. Después llevó la risa a las tablas, escribió para el teatro cosas jocosas. Mas en donde quiso poner la flor armoniosa de su juventud fué en su volumen Edad dorada. Son cosas de galantería y elegancia, madrigales apasionados, idealismo y carne, inspiraciones momentáneas y filosóficas amatorias; versos del alma y versos de salón; declaraciones y baladas. Gentiles maneras y decires que complacían a las damas antes de la introducción del bridge, del pastime-puzle y del popintaw.

      De Val adula rítmicamente a la mujer, y señala sus varios encantos y modos de hechizar. Celebra la juventud, optimista y amigo del placer y de la gloria. Celebra la fe, el entusiasmo, el amor, la mujer siempre, ¡y hace bien! Y dice al final de su canto:

      Dejad, pues, que la planta favorecida

      de su corto reinado goce abstraída,

      y aliente los afanes de su amorío

      y realice sus sueños en el estío,


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