Revolución y guerra. Tulio Halperin Donghi

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Revolución y guerra - Tulio Halperin Donghi


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el Virreinato) se orientaban hacia el comercio, lo mismo que una pequeña industria de sebo y jabón. La tejeduría doméstica, recurso de la población campesina, no alcanzaba a satisfacer las necesidades locales ni aun en lienzos ordinarios, que se importaban en parte del Perú.

      En esta región desesperadamente pobre, mientras los hombres abandonaban la tierra, las mujeres tejían lana en telares domésticos. Para los consumidores locales, en primer término; y luego para la venta en el Litoral; la cercanía, pero también la pobreza reinante, hacía que Santiago –y la serranía cordobesa– pudiese competir en ese mercado con los productos de los obrajes indígenas peruanos, ofreciendo para los más pobres telas y ponchos cuyo mérito principal era la baratura. Esa producción, como la recolección de las zonas marginales, se hallaba por entero dominada por los comerciantes de la ciudad de Santiago, muy frecuentemente propietarios en las zonas rezagadas (donde la propiedad está sin embargo demasiado dividida para que emerja una clase rural hegemónica). Estos comerciantes dominan por otra parte los lucros (modestos si los comparamos con los obtenidos por otras ciudades de la ruta, pero importantes en el marco local) que derivan por hallarse Santiago en el camino del Perú.

      La sierra cordobesa es –como Santiago– una tierra de emigración; hemos de encontrar a sus hijos en toda la campaña de Buenos Aires, en sus pueblos carreteros pero también en sus centros agrícolas.

      La clase alta que domina con su superioridad mercantil las serranías, que es dueña de las mejores tierras ganaderas en la llanura, domina también en la ciudad; las familias rivales se disputan tenazmente las magistraturas laicas y eclesiásticas, los cargos universitarios; envuelven en tupidas redes de intriga a intendentes y obispos. Esa hegemonía se ha afirmado sobre todo luego de la expulsión de los jesuitas; sin duda otras órdenes han sido rescatadas gracias a ella de una total insignificancia, pero su ascenso no basta para llenar el hueco dejado por los expulsados; declina en particular con su ausencia la explotación agrícola en escala considerable y de abundantes recursos, que habían practicado en sus estancias con numerosos esclavos. La expulsión anticipa así transformaciones que en otras partes del país se darán más tardíamente. Una clase dominante muy rica y a la vez muy pobre –rica en tierras, pobre en dinero– en cuya existencia un estudioso de nuestros días ve uno de los rasgos más originales de la historia argentina del ochocientos, y que en efecto dará sus modalidades propias al Litoral ganadero, se insinúa ya ahora en Córdoba.

      Aquí la ruta peruana entra por fin en el Litoral. Esa ruta y sus tráficos son los que han hecho nacer a ese sector oriental del Interior. En la medida en que ese comercio no desaparece a causa de la reordenación económica que implica la introducción del comercio libre dentro del imperio español, la región logra conservar indemne su prosperidad hasta 1810. Sin duda esta continuidad oculta mal los signos de futuro peligro: cada vez más el Interior mercantil es intermediario entre el Perú y el puerto atlántico; cada vez más la exportación y comercialización de los productos locales es dejada en segundo plano; el comercio libre es en parte responsable de la aceleración de ese proceso. Pero no parece dudoso que a la vez intensifica el comercio interregional, y con ello asegura en lo inmediato un nuevo plazo de vida al sector del Interior tan vinculado con ese comercio.

      Muy distintas eran las consecuencias del comercio libre en la zona occidental del Interior, que eslabonaba, al pie de los Andes y las sierras precordilleranas,


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