Sueño contigo, una pala y cloroformo. Patricia Castro

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Sueño contigo, una pala y cloroformo - Patricia Castro


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la maldita deconstrucción esa —ya estamos lo suficientemente rotos como para seguir destruyéndonos más—, pero todos los celos que tenía acabé por eliminarlos; era un continuo no saber o, en el fondo, saber que además del cornudo de David, yo también estaba en la lista de pardillas.

      La semana siguiente volvimos a coincidir en la redacción. Llevaba los labios pintados, una camiseta de las mujeres zapatistas mexicanas y estaba radiante. No dejó de clavar sus ojos en mí. Me sentía como en una película americana palomitera pero con protas raras que acababan enamorándose, manteniendo la misma relación de mierda que en las historias convencionales pero en versión cool indie. Cine para progres. Lo mío, vamos.

      Justo antes de trabajar charlamos un rato.

      —L’altre dia…

      —Se me fue mucho la pinza, tía, lo siento.

      —Si és això el que sents vas fer bé de dir-ho, cari.

      Entonces nos interrumpió Aleix, uno de los de mi sección, un tipo muy majo pero que por aquel entonces siempre andaba triste; nunca llegué a saber por qué.

      —¿Venís?

      —Todavía no, Aleix.

      —Vale, estamos en la sala. Tenéis 15 minutos.

      Júlia seguía allí, mirándome. Me apoyé en uno de los escritorios de la redacción. Colocó sus brazos sobre la mesa, rodeándome.

      —I què fem amb tot això?

      —No sé qué se hace en estos casos…

      —Ets idiota.

      —Claro, soy tu idiota.

      Tomó mi cara con sus dos manos. Sus ojos azules me traspasaron el alma.

      —Ara mateix em menjaria la boqueta aquesta tan preciosa que tens, Alexandra.

      Se me acercó aún más, se puso a milímetros de mi boca. El corazón me iba a estallar y el coño me palpitaba, frenético.

      —Júlia…

      —Et vull. Et vull menjar sencera.

      —I jo, m’agradaria dir-te tantes coses…

      —No crec que pugui aguantar-me fer-te un petó ara, ho sento.

      Sentía su respiración encima de mí y ya no sabía cómo ponerme para que no se notase mi excitación. Tenía los pezones tan duros que me dolían.

      —Esta gente no se entera de nada. Cómo se nota que son tíos.

      —Per què ho dius?

      —Porque nos vamos a comer la boca y siguen haciendo sus movidas. Ni nos miran.

      —Bueno, ya lo sabes, Alexandra, para ellos solo somos buenas amigas.

      Josep, el jefe, se acercó a darnos un toque.

      —Alex, vine ja, si us plau, que comencem. Júlia, et quedes?

      Había perdido la noción del tiempo y a punto estaba de perder también la cabeza.

      —Un minuto y voy.

      —Vale, pero date prisa.

      —Júlia, ¿te quedas hoy?

      Necesitaba verla a solas.

      —Avui no puc, cari, he d’anar a la uni ara mateix.

      —¿Cosas del máster?

      —Exacte.

      —Vale, pero necesito verte fuera de aquí.

      —Ens veiem demà. Vine al barri si vols.

      —Contaré las horas, Júlia.

      —Ets una ximpleta.

      Antes de irse me volvió a dedicar una de esas miradas que hacían que me corriese. Me dio un pico en los labios.

      —Fins demà, cari.

      Y desapareció.

      Siempre había más amantes, siempre estaban otros pululando por ahí. Nunca pude disfrutar tranquila de lo que era tener a Júlia en mis brazos. Sabía que en cuanto me diese la vuelta ya estaría mandando un mensaje al siguiente. Además de Adrià, el de los traumas no superados y Gerard Germà, al que cualquier día se le caería la polla a trozos, en la lista también había políticos con cierto recorrido, famosillos de izquierdas conocidos en el mundillo catalán y algún imbécil por el estilo.

      Júlia me lo contaba todo. Como cuando la secretaria de Javier Bertrán, senador del partido en el que militaba Júlia, un chulo prepotente versión charnega, le arreglaba las citas con sus ligues para que su mujer no se enterara. Alguna vez Júlia también había hablado con su secretaria para ir a un hotel un domingo por la tarde para follar con aquel anormal, mientras su mujer creía que estaba concediendo entrevistas. El mamonazo utilizaba su cargo para tirarse a todas las chavalas de las juventudes del partido. La estrella indepe al que todas las nenas iban detrás ¿Esperabais que un tío rechazaría aquello? Aún no nos tienen el suficiente miedo.

      Tiempo después vino otro imbécil, un pijo que iba de hippie, director de una productora de documentales que denunciaban la corrupción del país, lo único que hacía con algo de decencia y estilo. Salva Otero era un cincuentón con esposa e hijos que mantenía una relación abierta con su mujer para conocer a gente, como todos los aliados de la izquierda feminista. La expresión más prostituida en estos tiempos es conocer gente, ya sabéis, porque son unos moralistas que te dicen que está mal que tú tengas moral, pero luego no tienen el valor de decir claramente lo que hay en su subconsciente:

      —Cariño, me quiero follar a otras porque te estás haciendo vieja, te cuelgan las tetas y tu coño ya no es lo que era; además, me la chupas porque esperas que luego te coma el coño y prefiero a las chavalas de veinticinco años que me hacen caso en Twitter porque creen que soy Dios con mi productora pijo-progre. Espero que tú también encuentres a chavales de veinticinco años dispuestos a comerte tu coño seco. Te quiero cielo, esta tarde vas tú a recoger a los críos al basket porque yo he quedado con una chavala para tirármela y decirle que no sea tan posesiva, que la monogamia y los celos son muy patriarcales, que es mejor que seamos amigos pero que no se moleste en llamarme porque estaré muy ocupado pasándome por la piedra a otras; somos amigos en la distancia, cuanta más mejor.

      La red de curas es lo que tiene, que puedes ser un auténtico capullo y cumplir con tu código ético, que viene siendo el mismo que usa la Iglesia Católica para tapar los casos de pederastia.

      Júlia jode al resto, me jode a mí y se tortura sin sacar nada, solo el momento de placer al infligir tanto dolor, pero eso no le da felicidad, solo un pico de adrenalina como quien se mete un chute.

      Al día siguiente, tal como habíamos quedado, me planté en su barrio. Era casi mediodía y chispeaba; la lluvia fue una constante en nuestras citas, el perfecto telón de fondo dramático para toda nuestra película. Estaba esperándola en la salida del metro de Entença justo al lado de la cárcel Modelo. Había venido corriendo desde la universidad hasta allí para verla. Solo recuerdo ponerme a temblar sin poder controlar los nervios. Preocupada porque no venía, cogí el móvil para ver si me había dicho algo. Ni un mensaje suyo.

      Alexandra

      On ets?

      Le escribí pensando que ya se había echado atrás y no quería verme.

      Pasaron otros cinco minutos. Júlia seguía sin dar señales de vida. Sentí como alguien me abrazaba por detrás.

      —Hola, preciosa.

      El corazón se disparó y las bragas se empaparon. Era ella.

      —¿Cómo estás?

      Antes de que tuviera tiempo para pensar en si le daba dos besos o uno, o qué coño iba a hacer porque nunca había estado en una situación así, me dio un beso en la mejilla. Muy cerca de la boca.

      —Perdona que hagi trigat, plovia i estava


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