Simple-Mente un caballo. Marta Prieto Asirón

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Simple-Mente un caballo - Marta Prieto Asirón


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Martín, Miguel Fernández-Rañada y Enrique Salas, su apoyo incondicional a este insólito proyecto y seguramente a cualquier otro que se me ocurra; Adín, mi sorprendente profesor de equitación, un ejemplo de integridad, rectitud y trabajo; Susana Rico, mi increíble amiga bancaria-jinete, a mis incondicionales amigas del cole, Laura, María, Patricia, Inés y Adriana; y a tantos amigos que me inspiran y a los que quiero, Luis Martín, Luis Guerra, Rafa Mira, Eduardo Hermosa, Eduardo Gismera, Pablo y Blanca; a mi increíble hermano Rafael, a mis padres y a mi mano derecha, Carolina. Y por encima de todos a Paco, mi marido, en el que me ha bastado fijarme para poder describir los valores y la actitud del auténtico caballero y a mis hijos, cargados de inteligencia, fuerza y sensibilidad hacia los animales. Sin todos ellos nunca me hubiera atrevido a escribir este libro.

      En noviembre del 2010 me instalé en un pequeño hotel en la falda del Montseny en Barcelona, en medio de un espectacular paraje natural. Caía agua sin parar. Un chubasco fino, constante y silencioso que iba empapando los prados, los bosques, llenando los ríos y la piscina del hotel. Una lluvia otoñal que el campo agradecía. Los caballos movían sus grupas para colocarse en dirección contraria a las ráfagas de agua y esperaban dócilmente a que remitiera el temporal.

      El chaparrón traía un silencio ruidoso de gotas sobre las tejas. Las personas se recogían en el hotel a jugar a las cartas, a ver la tele o, como yo, a escribir. Al día siguiente empezaría el curso que me reuniría con un grupo de doce desconocidos de diversos países en una aventura fascinante hacia el centro de nosotros mismos.

      La borrasca seguía cayendo dócilmente. Al mirar por la ventana, vi el campo húmedo, las montañas, las nubes bajas, el bosque frondoso al fondo. Los caballos estaban esperándome, mojándose pacientemente hasta que les llegase su turno el día siguiente. No conocía esos caballos, ni tampoco a las personas a las que me había unido en una insólita búsqueda. Yo esperaba impaciente a ver qué sorpresas me deparaba el día después.

      Montseny, noviembre 2010

      1. Crisis, Cambio y Caballos

      “El hombre sabio creará más oportunidades que las que encuentra”

       Francis Bacon

      Capítulo 1. Crisis, Cambio y Caballos

      “El modo más efectivo de administrar el cambio es creándolo”

       Peter Drucker

      El mundo ha estado y estará siempre en constante evolución, aunque ahora sería más apropiado hablar de revolución. No hay más que pensar que un iPod contiene más tecnología que la que teníamos cuando el Apolo aterrizó en la luna y en cuánto hemos evolucionado en muy poco tiempo. Cada día presenciamos inventos extraordinarios. ¿Habéis oído hablar del “papel exterminador”, un nuevo material que combate las bacterias que causan el deterioro de los alimentos?, ¿o de un nuevo tipo de vidrio, creado por el Ministerio de Energía estadounidense, más fuerte y más resistente que el acero y que cualquier otro material conocido? Órganos sintéticos, televisiones inteligentes, biométrica, clonación, ingeniería inyectable de tejidos, sistemas informáticos capaces de simular y emular la capacidad del cerebro para sentir, percibir, actuar, interactuar y pensar, nanomáquinas, no son elementos de una película de ciencia ficción como Minority Report, sino que son algunas de las tecnologías más innovadoras de la últimas décadas. En pocos años, “la innovación tecnológica está haciendo posible una especie de segunda revolución industrial”. [2]

      La tecnología ya ha cambiado nuestra forma de vida para siempre y sigue creciendo a ritmo geométrico. Además, están pasando muchas otras cosas relevantes e inquietantes a la vez. Como explica Alvin Toffler en su libro El shock del futuro, “ningún otro período en la historia de la Humanidad puede compararse en grado, velocidad y complejidad global con los cambios y desafíos a los que nos enfrentamos en la actualidad”.

      Todo el planeta está viviendo el vértigo de los cambios actuales. Los que alcanzamos a vivir otra era más tranquila, y no digamos nuestros padres o abuelos, todavía sentimos cierto estupor ante acontecimientos con los que jamás hubiéramos soñado. En general, creo que nos ha tocado vivir una época única y maravillosa. Por ejemplo, los nuevos dispositivos tecnológicos nos permiten hacer muchas cosas de otra forma inalcanzables, y acceder a un conocimiento inagotable, y, gracias a ellos, alguien como yo puede ocuparse de su familia de cuatro hijos mientras desarrolla una intensa y variada actividad profesional; un verdadero lujo inasequible a nuestras antepasadas!

      Pero nuestros descendientes, que han nacido con todas estas ventajas, probablemente nunca experimentarán el mismo agradecimiento ni mucho menos el mismo desasosiego hacia los prodigios de hoy sino, muy al contrario, los considerarán un punto de partida y serán consumidores extremadamente exigentes e insaciables en la búsqueda de novedades. Ellos y también nosotros, estamos perdiendo la capacidad de asombrarnos. Películas como La guerra de las Galaxias o Armagedón, nos parecerán cada vez menos fantásticas. Mi hija de trece años me contaba el otro día que la tecnología para mantener vivo el cerebro después de la muerte (que aparece en la película Avatar) ya es una realidad. ¡Y ni siquiera hablamos de ello más de cinco minutos!

      Los cambios son tan intensos que forman ya parte de todos nosotros. Los jóvenes y niños de esta era no conocerán productos ni inventos que perduren; la normalidad para ellos será un ritmo de cambio rápido y continuo que vivirán con creciente impaciencia. Además, tendrán alternativas infinitas de ocio, conocimiento y estilo de vida, lo que probablemente hará de ellos expertos en tomar decisiones de forma rápida y constante. Lo cual no quiere decir necesariamente que vayan a tomar las mejores decisiones[3].

      Muchas cosas han ocurrido en el último siglo. Durante este corto espacio de tiempo en la Historia, la Humanidad se ha esforzado en extremo en transformar su entorno de todas las formas posibles: hemos conseguido cambiar el clima del planeta, alargar significativamente la duración de nuestras frágiles existencias, transformar la sociedad en la que vivimos, nuestros gustos y nuestra forma de relacionarnos, nuestra manera de divertirnos, el acceso a la información. En poco más de cien años lo hemos cambiado casi todo. Tanto éxito hemos tenido cambiando, que hemos hemos superado el punto de no retorno y desencadenado un proceso imparable en el que todo lo que nos rodea se mueve a un ritmo acelerado e impredecible que ahora nos abruma.

      No siempre los cambios han tenido los mejores resultados posibles. Al impacto sobre el cambio climático, habría que añadir nuestra incapacidad manifiesta de atender las necesidades básicas de la explosión demográfica, la incertidumbre sobre la capacidad de abastecimiento futuro de las fuentes de energía tradicionales, la inestabilidad política en vastos territorios del mundo, la pérdida de valores tradicionales y, demasiadas veces, del propósito personal, los altos índices de pobreza y el analfabetismo de gran parte de la población mundial, los continuos vaivenes y crisis económicas. Estos son algunos de los frentes que requieren un reajuste drástico y urgente. Nuestra responsabilidad personal y colectiva hoy es enorme.

      Sin embargo, no hemos sido capaces de evolucionar como individuos ni como organizaciones en la misma medida que los cambios que hemos provocado a nuestro alrededor. Nuestros sistemas educativos y nuestra forma de enseñar y aprender siguen anclados en fórmulas inventadas por nuestros antepasados con raíces en la Edad Media y nuestras organizaciones siguen fieles a los métodos y a la orientación que dos generaciones atrás idearon nuestros bisabuelos para resolver las necesidades sociales y económicas de su época. Una situación paradójica y preocupante considerando que ya hemos superado la era industrial y estamos saltando rápidamente de la era tecnológica a la era del conocimiento.

      Así, muchas organizaciones siguen volcadas en el desarrollo y perfeccionamiento del conocimiento técnico y de los procesos que les funcionaron durante el último siglo. Como resultado, empresas que lo hicieron muy bien durante décadas, hoy están atrapadas en rígidas y burocráticas estructuras y han caído en la trampa de su propia complejidad, lo que obstaculiza su capacidad de adaptarse a la nueva vorágine del mercado. La consecuencia es un escenario de profundos conflictos


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