Sujeto migrante. Isabel Edenburg

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Sujeto migrante - Isabel Edenburg


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especificidades en los procesos migratorios, con especial énfasis en las incidencias psicológicas y sociales, podría decirse que hay otro corte de continuidad requerido, y es el que se refiere a cada sujeto migrante, con su propio histórico-social. Esto incluye aconteceres en el campo del sujeto y en el interjuego de los lazos sociales que promueven articulaciones posibles de distintos imaginarios sociales de conjuntos comunitarios diferentes. No debe soslayarse, sin embargo, la herida narcisista que supone la renuncia a preservar modalidades internalizadas que no consuenan ni resuenan con las del nuevo entorno. Si tomamos a modo de ejemplo los grupos identitarios, se observan en ellos predominancias que los caracterizan y que insisten no solo desde la lógica subjetiva, sino también desde otras lógicas, tales como la que posibilita un análisis psicosocial. Desde esta perspectiva, emerge la insistencia, siempre parcial, de aquello que hace que un colectivo anónimo fluya de una determinada manera y no de otra.

      Cornelio Castoriadis (1993), en su conceptualización en el terreno de lo histórico-social, considera la noción de imaginario social como producción de un conjunto de significaciones que se precipitan en cada situación. Se trata de significaciones en diversos órdenes, tales como lo económico, lo familiar, lo comunitario o lo nacional, que tienen aspectos cerrados en tensión con un continuo devenir. Estas significaciones son inmanentes a cada sociedad, sostienen y son sostenidas por un imaginario compartido y por sus expresiones diversas en la producción social de cada conjunto identitario. La creatividad en cuanto movimiento que condiciona y orienta el hacer y el representar sociales, “es un río abierto del colectivo anónimo, aquello que hace que cada sociedad sea lo que es” (p. 219). En este sentido, difiere del concepto de “representación psíquica” ampliamente desarrollado por Sigmund Freud (1926) y del de “imaginario” como registro desarrollado por Jacques Lacan (1953). Se trata de distintos planos de análisis, donde converge lo subjetivo desde lo más profundo de un sujeto singular con los efectos de sentido, atravesados estos por un imaginario social compartido. Castoriadis (1993) recurre a un ejemplo particularmente atractivo en relación con el imaginario social de los judíos y la elección del candelabro de los siete brazos. Explica el autor que no alcanzaría con una conceptualización funcionalista que buscara la razón de ser de este objeto en la necesidad de alumbrar. Ese no-sé-qué de que sean siete, y no tres ni nueve, representa el mito compartido, el aspecto que no cede a ninguna explicación clausurante. Es lo que daría cuenta del imaginario social de un conjunto identitario, es decir, ese no-sé- qué de los códigos internalizados y compartidos que emergen, por ejemplo, en un símbolo identificante.

      En la vida de un sujeto migrante, el cambio de radicación no deja de hacer mella en su imaginario social. Es más, apunta a un crucial desafío de adaptación crítica a la nueva realidad. Se trata, ni más ni menos, que de un cambio de conjunto identitario, una herida en su imaginario radical que lo fue constituyendo en el país de crianza y en las expresiones del imaginario colectivo de todo un acervo cultural. En definitiva, se ponen en juego devenires mucho más complejos que el propio acto de pasar de un país a otro. Advienen procesos de afrontamiento continuo que incluyen significaciones sociales desconocidas para un sujeto que porta un histórico-social compartido con otros sujetos en otras coordenadas. El devenir migrante incluirá ensamblajes de nuevas codificaciones a aprender, más allá de los estudios formales de idiomas y costumbres. Se impone un trabajo de incorporación -no sin rechazos- de aspectos provenientes del imaginario colectivo del país de elección en tanto persona singular estableciendo lazos sociales, procesando su migración. No solo se despliega una actitud creativa, sino también devenires que fluyen a la manera de un “pensamiento nómada” al decir de Gilles Deleuze y Félix Guattari (1997). Se trata de aperturas sin las cuales el síntoma, la enfermedad o el aislamiento arrinconan la posibilidad de promover la elaboración del duelo y una adaptación activa a la realidad, tal como lo formuló Pichón Rivière (Zito Lema, 1985). En el mundo de las expresiones culturales, insiste la tensión entre lo conocido y lo pasible de conocer, en tanto condiciones de posibilidad, ya sea gestando nuevas modalidades subjetivas o, como suele decirse en Israel, “pensando por fuera de una caja”. Se activa un interjuego entre lo que está normativizado y aquellas expresiones de colectivos en construcción que apelan a sus imaginarios compartidos y a la creatividad en sus acciones. En este sentido, la creatividad se constituye como reverso o conjugación con un síntoma.

      En la clínica, los procesos migratorios que tienen lugar en sociedades multiculturales requieren un trabajo de acomodamiento recíproco que, en este caso, incluye tanto el país de proveniencia del analista como el país de proveniencia del paciente o el de sus padres. Se pondrán de manifiesto el acervo cultural explícito e implícito, más el imaginario social radical e instituyente que los atraviesa en tanto analizante y analista, portando imágenes de distintos confines de la tierra con manifestaciones desconocidas entre sí. El campo que los implica incluye un resto que inevitablemente quedará sin decodificar en lo que respecta a lo que cada uno porta en su imaginario de conjunto, originado en un “allí y entonces” de donde cada uno proviene. Los psicoanalistas migrantes solemos tener recorridos diversos, y por lo tanto nos singularizamos en la complejidad. Sin embargo, independientemente de las habilidades profesionales de cada uno y de su aplicada formación, hay momentos en los que, quizás desde una fantasía de cuidar lo propio frente al extranjero, el hecho de que el analista sea migrante llevaría a que, más de una vez, ciertos analizantes se retiren abruptamente de los tratamientos. Esto podría deberse a una insoportabilidad en la diferencia expresada en la lengua, el habla, la memoria social o las decodificaciones implícitas. Concomitantemente a ello, otras veces aparece una expectativa jerarquizante en el hecho de analizarse con alguien que viene de afuera, una especie de privilegio. Así es como, en sesión, los imaginarios sociales de los países de origen y de arribo devienen transferencia en el espacio compartido de un análisis, y de este modo promueven eso irrepetible que produce efectos inesperados, entre otros, el de la cura. Esta conceptualización parte desde la perspectiva de que lo que trae a alguien a consulta es siempre algún padecer, algo que produce dolor o sufrimiento, y en este sentido podríamos decir que reviste un carácter universal. Ese alguien, en cuanto sujeto singular, estará buscando alivio al acudir a un análisis donde prima la palabra. Se trata de incluir los puntos de intersección en la escucha, referidos no solo a los imaginarios convergentes y/o divergentes, sino también a las caídas de discurso en los atravesamientos de la intertextualidad. Tanto en sus aspectos conscientes como en lo que permanece inconsciente, los contenidos a analizar formarán parte de lo que insistirá como repetición o de lo que no puede tramitarse bien: dolores de migrante buscando incluirse en la cultura de un país diferente o en tensión con sentimientos de rechazo que pueden llegar hasta el repudio. Darán cuenta de ello expresiones verbales y corporales, síntomas, sueños y actos fallidos que en la asociación libre por parte del paciente, así como en los señalamientos e interpretaciones aportados por el analista, adquirirán nuevos sentidos. El análisis transcurrirá en el trabajo que apunte a desentrañar el sentido de los síntomas, así como también en las interfaces de los encuentros y los desencuentros, encarnado en una tarea que se propone terapéutica, compleja y proactiva.

      Vivencias de los excluidos

      Trabajadores migrantes

      Según la definición de las Naciones Unidas (1990), los trabajadores migrantes son todos aquellos que realizan o han realizado una actividad remunerada en un Estado que no es el de la propia nacionalidad. Según datos de 2018 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), las estimaciones globales actuales indican que existen 232 millones de migrantes que se ganan la vida trabajando en países que no son originalmente los suyos (esto equivale al 3,1 por ciento de la población mundial). Las mujeres representan casi el 50 por ciento de la totalidad de migrantes. La globalización de la economía produce muchos efectos, algunos lentos, difícilmente medibles en el corto plazo, otros inmediatos, inesperados y de resultados catastróficos. Uno de ellos es la exclusión social por falta de trabajo, que trae aparejadas consecuencias tales como la disgregación familiar, la pobreza, el desarraigo y el padecimiento psíquico.

      En ciertos países donde se registra un bajo nivel de producción y una escasa oferta laboral, la exportación de mano de obra barata que brindan los trabajadores migrantes es incentivada por la entrada de divisas que esto genera en su país de origen a través de las remesas de dinero que envían a sus hogares, lo cual contribuye


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