Sujeto migrante. Isabel Edenburg

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Sujeto migrante - Isabel Edenburg


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festividades y aceptan las formas de pago ofrecidas por las tareas que realizan. En el transcurso, van conociendo el país en su geografía, así como en su despliegue cultural, religioso e histórico. Comparten los acontecimientos sociales en la vida cotidiana. Al mismo tiempo, aparece de distintas maneras en cada persona la necesidad de ir elaborando duelos por el alejamiento geográfico del país de origen y del entorno inmediato, con la consecuente pérdida de objetos significativos producida por el cambio de todo el entorno cultural e idiomático. El procesamiento es complejo y dificultoso.

      Sabemos que, según haya sido la historia individual y la forma en que fueron resueltas situaciones de separación y duelos anteriores, junto con los posicionamientos frente a estas vivencias, cada sujeto irá definiendo en cada situación las posibilidades de superación y de adaptación al cambio. Muchas veces se sienten enriquecidos con los aportes de la cultura israelí, pueden incorporar modalidades de resolución de problemas y disfrutar de las vivencias nuevas, tales como el lugar de la mujer y del varón en lo doméstico, la dignidad de la persona que trabaja, el derecho de las niñas y los niños a la protección, y el acceso a la salud y a la educación, aunque aún queda mucho por hacer en el campo de la legislación. Algunos pagan un precio muy alto por el sueño de adquirir la casa propia o de comprar un almacén de ramos generales. Se trata de inmigrantes que tienen, en su gran mayoría, la fantasía de volver a sus terruños. En el camino, se suscitan acontecimientos y vivencias que dejan fuertes marcas en cada uno de ellos y en los familiares que los esperan en los países de origen.

      Los que, además de realizar trabajos en el campo de la psicología y el psicoanálisis, intentamos prestar un servicio a este sector de la población, lo hacemos a la luz de las propias marcas en el proceso de adaptación a un nuevo medio. Luz que a veces ilumina, otras deslumbra y, por momentos, enceguece por la cantidad de estímulos de difícil decodificación y elaboración. En mi camino de aclimatación -tanto en lo personal como en el trabajo profesional en diferentes roles, incluso el de terapeuta de trabajadores migrantes- estoy aprendiendo a tomar las crisis desde la perspectiva de la oportunidad. Esto incluye afrontar riesgos difíciles, como el peligro de salidas catastróficas que pueden incluir descompensaciones neuróticas o psicóticas. Se torna factible intentar, en algunas situaciones planteadas como encerrantes, la posibilidad de trabajar en pos de un cambio de posición del paciente identificado o de intervenir en algún segmento intersubjetivo de los miembros involucrados en el vínculo que hace crisis.

      Para muchos, constituye una gran alegría encontrar, en este país extraño y tan distinto al de origen en Sudamérica, una escucha hispanoparlante, profesional y, a la vez, compañera imaginaria de travesías. Un mojón en el camino de estas excluidas y estos excluidos sociales que acuden a consulta para mitigar un dolor que, de distintas maneras y con diferentes connotaciones, los acompaña en sus estadías temporarias.

      La decisión de dirigirse a un país donde se puede conseguir trabajo implica renuncias, desarraigo, sensaciones de extrañeza, soledad, desconocimiento del idioma y de las costumbres, y un estatus de marginalidad que va más allá de tener los papeles en regla o tramitar las visas de estadía. También representa un intento de salir de la opresión que significa la falta de trabajo o la paga descalificante en los países de origen. En todos los casos, podemos decir que constituye una búsqueda arriesgada en pos de obtener un cambio cualitativo que produzca alguna mejoría en sus vidas.

      1 Expresión colombiana que significa “racionales”.

      Desarraigo y desamparo

      Los movimientos humanos desde unos territorios hacia otros son parte de la historia de la civilización. Desde los orígenes del tiempo social, los seres humanos se trasladan en busca de alimentos e intercambios con el medio. Al recorrer la historia de la humanidad, se advierte que las guerras y la falta de recursos básicos producen efectos recurrentes, entre los que se encuentra la salida -algunas veces programada y otras abrupta- de situaciones amenazantes. Se trata de movimientos migratorios o cambios de radicación, con sus consecuentes atravesamientos culturales. La falta de trabajo en los países de origen, la ausencia de recursos económicos sustentables, así como los enfrentamientos bélicos, entre otros factores, son causantes de las migraciones del siglo XXI. En tiempos de globalización, los movimientos migratorios se producen de distintas maneras y por diversas causas de índole ideológica, cultural, religiosa y económica. No se excluyen los movimientos de salida hacia nuevas tierras en busca de mejores posibilidades de vida, a causa de los éxodos producidos durante regímenes antidemocráticos, por el efecto expulsivo de cruentas guerras, o por hambre y desolación en situaciones de extrema pobreza.

      Cuando el intento de pasaje se da por falta total de otras opciones, las personas llegan a poner en riesgo sus vidas, como es el caso de los inmigrantes africanos que llegan a las costas de España en total estado de indefensión, o de los mexicanos agolpados en las fronteras y las caravanas que parten de países centroamericanos hacia Estados Unidos. Se trata de migrantes que son expelidos de sus propias tierras por falta de recursos, o bien refugiados provenientes de distintas guerras, como es el caso de los habitantes de Siria o Pakistán, que son ubicados en campamentos temporarios. Todos ellos constituyen movimientos itinerantes a partir de decisiones singulares, familiares y grupales, por efecto directo e indirecto de políticas nacionales y globales implementadas desde las distintas estructuras de poder. Cada uno de ellos, en sus intersecciones complejas, anuda a múltiples causas el deseo subjetivo de migrar.

      Desde una perspectiva psicosocial, toda migración incluye un procesamiento de las modalidades específicas de adaptación y generatividad. El cómo de cada emigración y posterior inmigración excede en su significación el punto de partida y el punto de llegada. El corte en la continuidad de todo el entorno conocido enfrenta al migrante con algo de “el dolor de ya no ser” en su desarraigo: aspectos del Yo que se sienten desprendidos, además de la pérdida real del entorno en sus particularidades identificatorias e identitarias. Tanto la presencia como la ausencia de resonancia entre las vivencias nuevas y las anteriores en un ensamblaje singular promueven distintos grados de tensión entre el sentimiento de inclusión y el de exclusión. Es preciso tener en cuenta la existencia de adscripciones a distintos grupos con anterioridad a tomar la decisión de migrar, a lo cual se suman los códigos sociales compartidos que un sujeto porta desde sus primeras experiencias de vida. La edad del inmigrante, su estado civil, su grado de inclusión familiar y social, y su motivación, tanto como la manera en que fueron elaborados los duelos previos darán también algunos indicios para comprender los modos singulares de adaptación, adopción, absorción y confrontación en el nuevo entorno. Los posicionamientos subjetivos en tanto sujeto deseante y la flexibilidad en el cambio de posición articularán de un modo diferente en cada migrante. La decodificación de gestos, inflexiones de voz, tonos y matices en los diversos campos de interacción con el medio no siempre coincide con lo aprendido en el medio de origen. En los traspasos geográficos, la vivencia de desarraigo, junto con el intento de echar raíces, tienden a generar vivencias complejas. Esto puede producir, entre otros efectos, sentimientos de soledad, incomprensión, heridas narcisistas o dolor psíquico.

      El sentimiento de desarraigo suele generar sensaciones de desamparo. El alojamiento no está asegurado. La sensación de sentirse alojado en el Otro no siempre se produce, aun cuando


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