Memorias de una época. Álvaro Acevedo
Читать онлайн книгу.oral debe reconocer, tal como lo enseñó Halbwachs, que las imágenes que un individuo pueda tener de su pasado personal y social forman parte de un marco de referencia no determinado por él, sino por la sociedad a la que pertenece: “los marcos sociales de la memoria son el resultado, la suma, la combinación de los recuerdos individuales de muchos miembros de una sociedad” –escribió Halbwachs–. El investigador debe entender también que la memoria es selectiva241.
Pese a que la memoria social suele ser selectiva, distorsionada e imprecisa, su relevancia está en que el recuerdo social es determinante en las representaciones de un grupo social. No es la exactitud de la memoria lo que interesa a los grupos, sino la verosimilitud de esta. Así pues, cuán verdadera puede ser para el individuo la memoria que se trasmite generacionalmente, y en este sentido, qué tanto de esta memoria logra identificar a un colectivo, son preguntas fundamentales para todo investigador.
La memoria no es apolítica ni aséptica, de hecho es manipulable y convenida generacionalmente para coincidir con las justificaciones de la existencia grupal o para ajustarse con las reivindicaciones colectivas. En un mismo tiempo coexisten memorias diferentes e incluso divergentes; aun estando en el mismo espacio y tiempo, la memoria no remite a un hecho objetivo: el sujeto reconstruye la memoria según las interpretaciones de su propia vitalidad.
Paul Ricoeur ha analizado esta selectividad de la memoria. Es indiscutible que hay una relación constante entre los abusos de la memoria y el exceso de olvido, y estos tienen tanto una representación fenomenológica como una política. Las conmemoraciones del Estado pueden considerarse como abusos de la memoria; el perdón de los crímenes de Estado son, a su vez, excesos de olvido. La memoria es política, entonces, no tanto por sus intenciones ideológicas sino por su propio carácter selectivo. Todo lo que la memoria escoja como recuerdo no es más que una acción creadora de sentido. La memoria social cumple una función importantísima como mecanismo de recuperación del sentido de un suceso. Si en este proceso la memoria hace que un suceso pueda pervivir hasta el día de hoy con la vista puesta en sus mitos originales, y de cierta manera con una visión de futuro arraigada en el pasado, no por ello es anacrónica y sí necesariamente histórica242.
En su obra La memoria, la historia y el olvido el filósofo Paul Ricoeur intenta develar el papel de la memoria y la imaginación en la filosofía occidental. En palabras del autor: “no tenemos nada mejor que la memoria para significar que algo tuvo lugar, sucedió, ocurrió antes que declaremos que nos acordamos de ello”243. Por su parte, Pierre Nora observa que cuando la memoria se asociaba a los individuos había una delimitación clara entre memoria e Historia: los individuos tenían su memoria, las colectividades su Historia. No obstante, la colectivización de la memoria ha invalidado este criterio cuando se afirma que la memoria ha tomado un sentido tan general e invasivo que tiende a reemplazar pura y simplemente el término “historia”, y a poner la práctica de la historia al servicio de la memoria. Para este autor, la memoria es fundamental en el sentido que comporta un carácter liberador a través de los testimonios de los grupos sociales, testimonios que les permiten a las comunidades alcanzar una identidad, una memoria y una historia que se puede recuperar. La memoria colectiva cobra desde esta perspectiva, una dimensión especial porque devela las condiciones de los pueblos, busca la reconstrucción de la Historia, de lo vivido y de lo recordado: recuerdo del dolor, de la opresión, de la humillación, del olvido, de la segregación, de las luchas, de los triunfos y las derrotas244.
Una segunda precaución se relaciona con la naturaleza de la lengua. Somos lo que hablamos, ha dicho Juan Ignacio Alonso245. Y en efecto, en la recopilación de testimonios orales, el investigador puede ver que el entrevistado es, mientras habla, lo que recuerda. Pero el arte de hablar es también el arte de persuadir, decía Manuel Seco y también lo afirman autores como Chaim Perelman y Habermas, entre otros. La claridad en la expresión es un recurso poderoso capaz de mover el mundo. La lengua y el habla no son únicamente un vehículo de comunicación, son el medio para configurar y estructurar las ideas, los pensamientos y estados de ánimo, lo cual significa que estos no existen separados del lenguaje. Tal como lo señalara Unamuno, “[...] la lengua no es la envoltura del pensamiento, sino el pensamiento mismo: no es que se piense con palabras [...], sino que se piensan palabras”246. La lengua no es pasiva, no es la expresión llana de la realidad; el lenguaje produce y construye realidades en las significaciones, acuerdos, figuras –como lo señala Roger Chartier–. El lenguaje no es una simple herramienta ni un dispositivo para expresar el pensamiento; las representaciones sociales, que es la manera como cada cultura o pueblo se asume y comprende en el mundo, no son estáticas, sino que son productoras de lo social; el lenguaje y el habla, que son su materia prima, son también creadores de lo social y en tanto productos, son la expresión de condiciones materiales de relaciones de poder247.
Será necesario que el lector mantenga vivas estas precauciones con el fin de ubicar en su justo lugar los testimonios orales aquí presentados para que su imbricación en la historia general del movimiento estudiantil cumpla con su fin último: vivificar su historia. Las páginas que siguen procuran dar cuenta de otro ángulo en la necesaria pero olvidada construcción sobre el movimiento estudiantil en Colombia entre los años sesenta y ochenta del siglo pasado. Para ello, se decidió organizar en ocho capítulos una serie de entrevistas recogidas a lo largo de más de tres lustros de investigación, a partir de la recurrencia temática de experiencias de los entrevistados como líderes estudiantiles o en su condición de testigos de una época vertiginosa, como se trató de argumentar páginas atrás. Desde la vida en la educación secundaria en los años cincuenta, pasando por las acciones de protesta, los vínculos con las agrupaciones de izquierda e incluso la lucha armada, hasta llegar a rescatar voces sobre las autoridades universitarias, algunos líderes estudiantiles y las organizaciones gremiales, este trabajo intenta compartir con el lector un coro vívido de una época que para algunos representó la flor de la edad; para otros, un bache en sus vidas por haber creído en la utopía de la revolución para luego desencantarse con la aplastante realidad.
En cualquier caso, se invita al lector de estas páginas a que se sumerja en estas instantáneas de algunas décadas atrás, cuya entrada no obliga a seguir ningún orden riguroso. Guardando todas las diferencias del caso y el debido respeto y admiración por una de las obras más importantes de la literatura latinoamericana precisamente de estos años –Rayuela, de Cortázar–, la ruta la construye cada quien, con sus expectativas, temores, ansiedades y certezas de un acontecer que está muy presente en los diálogos de paz, en las protestas de la universidad, en las elites académicas y políticas y en el devenir de la nación y de muchos ciudadanos.
1 Estas nociones han sido trabajadas desde muchas orillas teóricas; luego un abordaje exhaustivo de estas rebasa los objetivos de este capítulo introductorio. Ahora bien, los postulados de Sidney Tarrow, Alain Touraine y Alberto Melucci sobre los movimientos sociales permiten pensar en la posibilidad de reflexionar más ampliamente sobre este agente social.
2 RESTREPO, Luis Alberto. El potencial democrático de los movimientos sociales y de la sociedad civil en Colombia. Bogotá: Corporación Viva la Ciudadanía, 1993. pp. 15-32.
3 RESTREPO, Luis Alberto. “Relación entre la Sociedad Civil y el Estado”. En: Análisis Político, No. 9 (ene.-abr. 1990); pp. 53-80.
4 Ibíd., pp. 53-80.
5 Ibíd., pp. 53-80
6 VILLAFUERTE VALDÉS, Luis Fernando. Participación política y democracias defectuosas: El Barzón, un caso de estudio. Veracruz 1993-1998. Veracruz: Universidad Veracruzana, 2008, pp. 99-116.
7 Ibíd., pp. 99-116.
8 Ibíd., pp. 99-116.