Memorias de una época. Álvaro Acevedo

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Memorias de una época - Álvaro Acevedo


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nacional, máxime ahora que en casi todos los países se está haciendo énfasis en el estudio de las historias regionales, aceptando que las historias nacionales son el resultado de la integración de aquellas, tal como las partes constituyen e integran el todo, y no propiamente a la inversa. Refiriéndose a esta tendencia de la historiografía contemporánea, Manuel Tuñón de Lara escribe en Porqué la Historia lo siguiente:

      En otros tiempos se creía que las evocaciones del pasado de una ciudad o de una comarca eran cosa del erudito local, sin mayor relevancia. Hoy no; ya no se escriben generalidades, sino verdaderas síntesis históricas. Y una síntesis no es posible sin apoyarse en una previa elaboración monográfica con base documental. De no ser así, la historia se reduce a la del poder central en cada uno de los niveles. Un especialista en historia regional, el aragonés Eloy Fernández Clemente, me decía, y con razón: “la historia global que pretendemos hacer no es posible hasta que no se hayan realizado suficientes monografías de historia regional”235.

      Y las obras que al respecto han puesto la pauta son las que la historiografía francesa y sobre todo Annales hicieran famosas: Los campesinos del norte durante la Revolución francesa, de Georges Lefebvre; Felipe II y el Franco-Condado, de Lucien Febvre, y sin duda Montaillou, aldea occitana de 1294 a 1324, de Emmanuel Le Roy Ladurie. La microhistoria italiana también ha sentado precedentes: El queso y los gusanos, el cosmos según un molinero del siglo XVI, de Carlo Ginzburg, o El regreso de Martin Guerre, de Natalie Zemon Davis.

      No hay que desconocer que la tradición oral y los testimonios pueden convertirse en fuentes históricas de difícil manejo, pues en un breve acercamiento se percibe que los hechos transmitidos por estos medios son a veces deformados o magnificados por la sociedad, la cultura y los individuos; una razón para tomarlos con prudencia, para aplicarles todos los principios de la crítica histórica y así establecer sus niveles de veracidad, sus defectos y, en fin, su valor histórico. Quien desee emprender una aventura investigativa a través de fuentes orales puede seguir las siguientes recomendaciones, adecuadamente resumidas por Eduardo Santa:

      1 Para que un hecho histórico sea trasmitido por tradición oral, y esta se tome como fuente en su investigación se requiere que haya tenido origen en la oralidad de un protagonista del mismo o, al menos, en uno o varios testigos presenciales, cuyos nombres se deben registrar en el escrito, al igual que las circunstancias de lugar, tiempo y modo en que sus versiones fueron emitidas.

      2 Cuando la versión del suceso histórico haya sido del conocimiento público, sin que se pueda precisar quiénes fueron testigos del mismo, ni se conozca su origen, siendo por lo consiguiente parte de ese anonimato colectivo que hace su presencia en expresiones tales como “se dice”, “se comenta”, etc., hay que ser en extremo cautelosos y confrontar con rigor la versión popular con otras pruebas o indicios, y hacerlo constar como mera hipótesis o como simple rumor sin ninguna comprobación ni respaldo probatorio.

      3 Se requiere, además, que el acontecimiento o su versión histórica haya sido trasmitido por lo menos durante la vigencia de dos generaciones. Se considera que en ese tiempo, los hechos trasmitidos en forma oral han podido ser desmentidos válidamente por otros testimonios de mayor peso o por el descubrimiento o aporte de nuevas pruebas de mayor validez.

      4 Los hechos trasmitidos oralmente, en la forma antes señalada, deben tener plena credibilidad y, de ser posible, haber sido confrontados con otras fuentes primarias y secundarias y con el contexto general del problema planteado.

      5 En todo caso, la tradición oral, en cualquier momento, así hayan pasado muchos años de haber sido consignada en algún escrito o investigación, está sujeta a su examen y análisis, siempre dispuesta al cotejo con las nuevas versiones o pruebas que vayan apareciendo con el trascurso del tiempo. La estabilidad de la tradición oral siempre es relativa y su validez siempre está condicionada a otras pruebas de mayor credibilidad, especialmente de carácter documental236.

      Los especialistas en memoria social recomiendan que a la hora de utilizar tradiciones orales y testimonios individuales sobre eventos puntuales de la historia es posible recurrir a los argumentos que los fundadores de la historiografía ya habían señalado: no utilizar ningún dato que no supere la crítica de fuentes más severa y juiciosa, tal como lo dijera Tucídides: “en cuanto al relato de los acontecimientos de la guerra, para escribirlo no me he creído obligado a fiarme ni de los datos del primer llegado ni de mis conjeturas personales; hablo únicamente como testigo ocular o después de haber hecho una crítica lo más cuidadosa y completa de mis informaciones”.

      En esta investigación conviene advertirle al lector que preste atención a la naturaleza peculiar de la fuente oral. Indudablemente, el uso de los testimonios orales ha traído al mundo de la historiografía tanto beneficios como dificultades. Hacer visibles a aquellos sectores sociales y comunidades relegadas por la historiografía –ya porque carecen o porque no usan con mucho esmero la comunicación escrita– es el beneficio más importante del uso de los testimonios orales. Las dificultades metodológicas que su empleo suscita y las disputas ideológicas que evidencia son, por su parte, algunas de las principales dificultades. Mercedes Vilanova señala que, en efecto, “las fuentes orales [...] contribuyen a equilibrar la balanza entre el tiempo largo y corto, entre las estructuras y quienes les dan vida, porque a las grandes síntesis oponen lo único y contradictorio; porque a la historia entendida según un planteamiento cronológico lineal oponen emoción, sentimiento y superposición de recuerdos [...]”237.

      Parafraseando a Ranahit Guha, el especialista hindú en el estudio de la historia de los grupos subalternos, Mauricio Archila señala que:

      […] el problema de las voces silenciadas por la Historia es triple: ante todo, hay un problema de conocimiento, por la exclusión de gentes de carne y hueso que nos niega una relación más adecuada entre presente y pasado. En segunda instancia, esto tiene consecuencias metodológicas, pues ese silenciamiento no es solo un asunto de escogencia por parte de los sectores dominantes, es también responsabilidad de los historiadores a la hora de investigar sobre el pasado. Y tercero, y muy importante, hay implicaciones políticas y éticas en las narraciones históricas238.

      El uso del testimonio oral está muy ligado a las disputas historiográficas e ideológicas que se empezaron a vivir con el surgimiento de la “historia desde abajo”, esa modalidad de la historiografía que se preocupó, desde Edward Palmer Thompson, por escribir la historia de las clases que hasta ese entonces no tenían cabida en la historia. La preocupación por “los de abajo” no era nueva, pues el marxismo y las demás corrientes filosófico-políticas radicales del siglo XIX ya la habían manifestado. No obstante, los estudios de los marxistas británicos, entre los cuales Thompson era figura señera, pusieron el tema a la vanguardia. El aspecto más importante de esta nueva mirada de la historia social era, sin embargo, que abría nuevas posibilidades investigativas, y sobre todo, nuevas maneras de comprender las fuentes. A partir de entonces los testimonios orales y la historia del tiempo presente empezaron a gozar del merecido reconocimiento historiográfico.

      El testimonio oral se convirtió en “[…] una forma de acercamiento al mundo popular contemporáneo” que “pluralizaba la realidad al incorporar más voces” en el coro de la historia: la de los subalternos239. Abierta ya esta nueva veta de investigaciones, nuevas y viejas temáticas, nuevos y viejos problemas encontraron en el testimonio oral una fuente indispensable. La historia de los movimientos sociales, en general, y del movimiento estudiantil, en particular, que en principio venían siendo abordadas mediante fuentes periodísticas y de archivo, tras el giro que fomentaran los defensores de la historia de las clases y grupos subalternos, hicieron del estudio de los testimonios orales una tarea ineludible240.

      Los trabajos que se proponen rescatar el testimonio oral de los actores históricos han de tener presente las siguientes precauciones con respecto a los problemas que suscitan los conceptos de imaginario histórico, memoria individual y memoria colectiva. Sin ellas no lograrán entender qué papel juegan los testimonios en la construcción de representaciones históricas e identitarias.

       Saúl Meza. Donde hay memoria y hombres, no hay fantasmas. Archivo personal Saúl Meza. 2003. Bucaramanga


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