Historia de la Revolución Rusa Tomo II. Leon Trotsky

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Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon  Trotsky


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en toda la línea. Tsereteli afirmaba: «La coalición es el único camino de salvación». A pesar de la ruptura formal, continuaban los cabildeos entre bastidores. Para precipitar el desenlace, Kerenski, evidentemente de acuerdo con los kadetes, recurrió a una medida puramente teatral, esto es, completamente en consonancia con su política, pero, al mismo tiempo, muy eficaz para sus fines: presentó la dimisión y se marchó al campo, dejando a los conciliadores entregados a su propia desesperación. Miliukov dice a este propósito: «Con su salida demostrativa... hizo ver, tanto a sus enemigos y competidores como a sus partidarios, que, fuera cual fuera la opinión que les mereciesen sus cualidades personales, en aquel momento era necesario por la situación política de mediador que ocupaba entre los dos bandos beligerantes». La partida estaba ganada. Los conciliadores se arrojaron en brazos del «compañero Kerenski», con imprecaciones sofocadas y súplicas ostensibles. Ambas partes, los kadetes y los socialistas, impusieron sin dificultad al ministerio decapitado el acuerdo de eliminarse a sí mismo, cediendo a Kerenski la facultad de formar un nuevo gobierno según su criterio personal.

      Para amedrentar definitivamente a los miembros de los comités ejecutivos, ya suficientemente asustados sin necesidad de acudir a este recurso, facilitan los datos más recientes sobre el empeoramiento de la situación en el frente. Los alemanes aprietan a las tropas rusas. Los liberales aprietan a Kerenski, Kerenski aprieta a los conciliadores. Las fracciones de los mencheviques y socialrevolucionarios, sumidas en la más desoladora impotencia, permanecen reunidas toda la noche del 23 al 24 de julio. Al fin, los comités ejecutivos, por una mayoría de 147 votos contra 46 y 42 abstenciones —oposición nunca vista hasta entonces—, sancionan la entrega del poder a Kerenski sin condiciones ni limitaciones. En el congreso de los kadetes, que se estaba celebrando simultáneamente, resonaron voces en favor del derrumbamiento de Kerenski, pero Miliukov hizo callar a los impacientes, proponiendo que, de momento, no se fuera más allá de la presión. Esto no significa que Miliukov se forjara ilusiones con respecto a Kerenski, sino que veía en él un punto de apoyo para las fuerzas de las clases poseedoras. Después de librar de los soviets al gobierno, no ofrecía dificultad alguna librarlo de Kerenski.

      Entretanto, los dioses de la coalición seguían teniendo sed. El acuerdo de detener a Lenin precedió a la formación del gobierno transitorio del 7 de julio. Ahora era necesario marcar con un acto de firmeza la resurrección de la coalición. El 13 de julio apareció ya en el periódico de Gorki —la prensa bolchevista ya no existía— una carta abierta de Trotsky al gobierno provisional, en la cual se decía: «No podéis tener ningún motivo lógico para excluirme de los efectos del decreto en virtud del cual deben ser detenidos los compañeros Lenin, Zinóviev y Kámenev. Por lo que se refiere al aspecto político de la cuestión, no podéis tener motivo alguno para dudar de que yo sea un adversario tan irreconciliable de la política general del gobierno provisional como los mencionados compañeros». La noche en que se estaba constituyendo el nuevo ministerio, fueron detenidos en Petrogrado Trotsky y Lunacharski, y, en el frente, el teniente Krilenko, futuro generalísimo de los bolcheviques.

      El gobierno que salió a la luz después de una crisis de tres semanas, tenía un aspecto harto inconsistente. Componíase de figuras de segunda y tercera fila, seleccionadas de acuerdo con el principio del mal menor. Como sustituto del presidente fue nombrado el ingeniero Nekrasov, kadete de izquierda, que el 27 de febrero proponía la entrega del poder a uno de los generales zaristas para que sofocara la revolución. El escritor Prokopovich, sin partido ni personalidad, situado entre los kadetes y los mencheviques, fue ministro de la Industria y del Comercio. Zarudni, hijo del ministro «liberal» de Alejandro II, ex fiscal y luego abogado radical, fue llamado a la dirección de la Justicia. El presidente del Comité Ejecutivo de los campesinos, Avkséntiev, obtuvo la cartera de ministro de la Gobernación. El menchevique Skóbelev y el socialista popular Peschejonov permanecieron en sus puestos de ministro del Trabajo y de Abastos, respectivamente. De los liberales, entraron a formar parte del gabinete figuras no menos secundarias, que ni antes ni después desempeñaron ningún papel dirigente. Chernov volvió de un modo bastante inesperado al Ministerio de Agricultura; en los cuatro días transcurridos entre la dimisión y su nuevo nombramiento, había conseguido rehabilitarse. En su Historia, Miliukov hace notar imparcialmente que el carácter de las relaciones entre Chernov y las autoridades alemanas «quedó sin aclarar; es posible —añade— que tanto las declaraciones del contraespionaje ruso, como la sospecha de Kerenski, Tereschenko y otros, hubieran ido demasiado lejos en este sentido». La reintegración de Chernov al Ministerio de Agricultura no era más que un tributo al prestigio del partido dirigente de los socialrevolucionarios, en el cual Chernov, dicho sea de paso, iba perdiendo, cada vez más, su influencia. En cambio, Tsereteli se quedó prudentemente fuera del gobierno; en mayo se consideraba que su presencia en el gobierno sería útil a la revolución; ahora se disponía a ser útil al gobierno formando parte del Soviet. Y, en efecto, a partir de ese momento, Tsereteli cumple las funciones de comisario de la burguesía en el sistema de los soviets. «Si los intereses del país fueran vulnerados por la coalición —decía en la reunión del Soviet de Petrogrado—, sería un deber para nosotros hacer retirar del gobierno a nuestros compañeros». Ya no se trataba, como había prometido Dan no hacía mucho tiempo, de eliminar a los liberales una vez gastados, sino de abandonar ellos mismos el timón oportunamente en cuanto comprendieran que no podían dar más de sí. Tsereteli preparaba la entrega completa del poder a la burguesía.

      En la primera coalición, formada el 6 de mayo, los socialistas estaban en minoría, pero eran los verdaderos dueños de la situación; en el Ministerio del 24 de julio, estaban en mayoría, pero no eran más que una sombra de los liberales. «A pesar de que los socialistas tenían un pequeño predominio nominal —reconoce Miliukov—, el predominio efectivo en el gobierno pertenecía incontestablemente a los partidarios convencidos de la democracia burguesa». Se hubiera podido decir con más precisión: de la propiedad burguesa. Por lo que a la democracia se refiere, las cosas estaban menos definidas. Animado del mismo espíritu, aunque con argumentos inesperados, el ministro Peschejonov comparaba la coalición de julio a la de mayo; entonces, la burguesía tenía necesidad de un punto de apoyo en la izquierda; ahora, cuando amenaza la contrarrevolución, tenemos necesidad de apoyo en la derecha: «Cuanto mayores sean las fuerzas que podamos atraer a la derecha, menos numerosas serán las que ataquen al poder». Incomparable regla de estrategia política; para romper el sitio de una fortaleza, lo mejor es abrir las puertas desde el interior. Era ésta, precisamente, la fórmula de la nueva coalición.

      La reacción atacaba, la democracia retrocedía. Las clases y los grupos, amedrentados en los primeros momentos de la revolución, levantaban la cabeza. Los intereses que ayer se ocultaban, hoy salían a la superficie. Los comerciantes y los especuladores exigían el exterminio de los bolcheviques y la libertad de comercio, y levantaban la voz contra todas las limitaciones, incluso las que habían sido instituidas bajo el zarismo, impuestas a las transacciones comerciales. Los organismos administrativos de subsistencias que intentaban luchar contra la especulación, eran declarados culpables de la insuficiencia de productos. El odio que inspiraban esos organismos se hacía extensivo a los soviets. El economista menchevique Groman informaba que el ataque de los comerciantes «se había intensificado, particularmente, después de los acontecimientos de los días 3 y 4 de julio». Se hacía a los soviets responsables de la derrota, de la carestía de la vida y de los atracos nocturnos.

      El gobierno, alarmado por las intrigas monárquicas y por el temor a un estallido de la izquierda, mandó el primero de agosto a Nicolás Romanov y a su familia a Tobolsk. Al día siguiente fue suspendido el nuevo periódico de los bolcheviques, Rabochi i Soldat (El Obrero y el Soldado). Llegaban noticias de todas partes dando cuenta de detenciones en masa, de los comités de soldados. Los bolcheviques consiguieron reunir su congreso, semiclandestinamente, a finales de julio. Se prohibieron los congresos del ejército. Empezaron a recorrer el país únicamente los que antes permanecían en sus casas: los terratenientes, los comerciantes e industriales, los elementos cosacos dirigentes, el clero y los Caballeros de San Jorge. Sus voces resonaban de un modo uniforme, distinguiéndose sólo por el grado de su insolencia. La batuta, aunque no siempre de un modo descarado, la manejaba inequívocamente el partido kadete.

      En el Congreso del comercio y de la industria, que reunió a principios de agosto a cerca de 300 representantes de las organizaciones bursátiles


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