Renuncia por amor. Rebecca Winters

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Renuncia por amor - Rebecca Winters


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deber, por mucho que supusiera un enorme riesgo. Pero ya está hecho».

      Para cuando llegó a las afueras de Warwick la lluvia casi había cesado. El día anterior había abandonado San Diego bajo un cielo soleado. Solo un mensaje tan vital como aquel podía obligarla a volar a Nueva York por segunda vez tras vivir allí la peor y más dolorosa experiencia de su vida. Odiaba aquel estado, no veía el momento de volver a California con su hijito adorado. Lo primero que haría nada más llegar al hotel sería confirmar su reserva en el avión de vuelta a casa para el día siguiente por la tarde.

      Por fin vio de lejos el Bluebird Inn. Ansiosa por volver a abrazar a su hijo y asegurarse de que estaba bien, Blaire dio la vuelta al edificio y aparcó junto a su habitación, en la segunda planta.

      No le había resultado fácil dejar a Nicky con una extraña, pero el encargado del hotel le había asegurado que se trataba de una antigua niñera jubilada con impecables referencias. Jamás habían recibido una sola queja de ella.

      A pesar de lo mucho que la asustaba, Blaire se había visto forzada a confiarle su posesión más preciada a aquella mujer. La visita a la excavación iba a llevarle un par de horas como máximo, pero Blaire jamás se había separado antes de Nicky.

      Por razones diversas, sin embargo, Blaire había llegado al convencimiento de que no habría sido justo para Alik que ella hubiera aparecido de improviso con el niño. En primer lugar no deseaba despertar sospechas entre estudiantes y profesores, pero además, y más importante aún, tenía que concederle tiempo a Alik para poder asimilar la increíble noticia de que era padre. Solo el tiempo revelaría si la odiaba lo suficiente como para ocultar todo deseo de conocer a su hijo.

      Alik era un hombre de fuertes pasiones e ideales. Y era, además, uno de los hombres más honrados que jamás había conocido. Fueran cuales fueran sus sentimientos hacia ella, jamás habría restado importancia a la noticia que ella acababa de darle.

      Sin embargo, llevaban casi un año sin verse, y desde que ella rompiera el compromiso podían haber ocurrido muchas cosas. Para empezar, por ejemplo, Alik no estaba ya en el circuito de profesores invitados a conferencias en las universidades. Blaire no sabía nada sobre la naturaleza del proyecto que estaba realizando en ese momento, y mucho menos sobre su estado de ánimo.

      Por mucho que la idea le resultara insoportable era posible que Alik estuviera manteniendo una relación con otra mujer. Podía incluso estar casado. Y si era así, era imposible imaginar el impacto que podía tener sobre su matrimonio la noticia de que tenía un hijo de una relación anterior. Cuanto más pensaba sobre las distintas posibilidades más se alegraba de haberlo preparado todo con antelación.

      ¿Pero y si Alik no acudía a ver a su hijo?

      Blaire se llevó la mano al cuello.

      Si no iba a verlo, entonces significaba que después de haberlo sopesado todo cuidadosamente, Alik había decidido que lo mejor era no ver jamás a su pequeño. Y, si era ese el caso, Blaire había resuelto no cuestionar jamás tal decisión.

      Lo más importante era concederle a Alik la oportunidad de conocer la existencia de Nicky. De ese modo ella se marcharía con la conciencia tranquila. Tomaría un avión al día siguiente con su bebé, y aquel sería su último adiós.

      Nicky era el amor de su vida, su futuro. Su hijo sería el recuerdo constante de Alik y del gran amor que un día habían compartido. Blaire se consagraría a su hijo, dedicaría todo su tiempo a ser la madre más devota que pudiera imaginarse.

      Llamó a la puerta de la habitación antes de abrir, tratando de evitar que la niñera se alarmase, y la vio sentada en un sillón con el bebé en brazos.

      –Señorita Wood, ¿qué tal está Nicky?, ¿ha llorado mucho pidiendo el biberón?

      –No, apenas se ha despertado, ha sido todo un caballerito. ¡Es un niño tan pequeño, y tan bueno! Esperaba que tardara usted más. No hay nada como un recién nacido, sobre todo este. Su padre debe ser muy guapo, con ese pelo negro tan rizado y esa piel aceitunada.

      –Lo es –contestó Blaire aclarándose la garganta.

      –Me dan ganas de tener más nietos.

      –No sé cómo darle las gracias.

      –No es necesario, comprendo perfectamente cómo se siente. Con el primer hijo se tiene miedo hasta de respirar, así que más aún de perderlo de vista.

      –¿Tanto se me nota?

      –Es maravilloso ser madre por primera vez –rio la niñera tendiéndole al bebé–. Me alegro de haberle sido de ayuda.

      –Y yo también.

      Blaire sacó cincuenta dólares del bolso y los puso en la mano de la mujer.

      –Oh, no, de ningún modo, eso es demasiado.

      –No habría dejado al bebé solo de no haber sido necesario, pero ha sido reconfortante que haya estado con usted. Por favor, acéptelo junto con mi sincera gratitud.

      –Gracias –contestó la niñera besando al bebé en lo alto de la cabeza antes de marcharse.

      Blaire cerró la puerta y acunó a su hijo en los brazos.

      –¡Ah, qué bien estás! ¿Me has echado de menos tanto como yo a ti? –preguntó cubriendo de besos a su hijo–. Voy a llamar para pedir que me traigan la comida bien temprano. Apuesto a que para cuando la suban ya tendrás hambre. Ven con mamá.

      Blaire descolgó el teléfono de la mesilla y pidió la comida. Apenas había tenido apetito desde el momento de subir al avión pero, después del milagro de encontrar a Alik y de hablar con él, estaba hambrienta.

      Blaire bañó y vistió al bebé con un traje azul de una sola pieza mientras esperaba a que le subieran la comida. Para entonces el bebé ya había comenzado a hacer ruidos en señal de que estaba hambriento.

      Gracias a los preparados de leche en polvo podía tener listo el biberón en cuestión de segundos. Nicky era tan bueno que ni siquiera ponía pegas si se lo daba a temperatura ambiente. Blaire se tumbó en la cama y le dio el biberón. Nicky había sido bendecido con un saludable y voraz apetito. Mientras devoraba el contenido del biberón, Blaire escrutó cada detalle de su precioso rostro y cuerpo.

      Nicky no solo tenía el color de piel de su padre, sino que un día crecería y llegaría a ser tan alto como él. Blaire acababa de estar con Alik, y podía apreciar cada uno de los rasgos que compartía el niño con la bella y riquísima familia Jarman de Long Island, una familia de banqueros de buena posición social y buenas conexiones a ambos lados del océano.

      Todos sus miembros tenían un aspecto inmejorable. Sobre todo la madre de Alik, una bella mujer de espléndidos cabellos negros heredados de sus ancestros griegos. Alik era quien más se parecía físicamente a ella. Pero, gracias a Dios, no se parecía en nada más. Alik había heredado la estatura de su padre, de ojos verdes, cabello rubio oscuro y origen inglés.

      Los genes de los Regan solo parecían imponerse en Nicky en lo relativo a su carácter tranquilo, su hijo había heredado el alegre temperamento de su abuela. Por el momento, los ojos de Nicky eran aún de un azul velado: quizá hubiera heredado el tono grisáceo de Blaire. Solo el tiempo lo diría.

      Habían llamado a la puerta del remolque en varias ocasiones desde que Blaire se marchara, pero Alik había hecho caso omiso. El golpeteo de las gotas de lluvia sobre el techo lo estaba volviendo loco. Alik terminó el segundo whisky escocés, pero el deseado estado de inconsciencia siguió sin llegar. Quizá, si se terminara la botella, ocurriera el milagro de que se desmayara.

      Desde que Blaire le arrancara el corazón, Alik apenas había bebido una cerveza o un vaso de vino de vez en cuando. Desde el atroz instante en que ella rompiera su compromiso con aquella estúpida excusa de que él era demasiado mayor, Alik guardaba siempre algo fuerte a mano para casos de emergencia, como por ejemplo cuando, en mitad de la noche, la herida de su corazón sangraba y el dolor se le hacía tan insoportable que necesitaba un alivio inmediato.

      Aquel


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