Renuncia por amor. Rebecca Winters

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Renuncia por amor - Rebecca Winters


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motivo para levantarse por las mañanas.

      Alik arrojó el vaso vacío al otro extremo del remolque. Este golpeó la pared y fue a caer sobre el microscopio, cuyas lentes se desprendieron y rompieron. El hecho de destrozar un caro instrumento de trabajo, sin embargo, ni lo inmutó.

      Aún podía ver los labios de Blaire formando las palabras, esos exquisitos labios rojos a los que había devorado en sueños una y otra vez sin poder evitarlo.

      «Tenemos un hijo que nació el día diecinueve de agosto. Ahora tiene seis semanas, y fue bautizado con el nombre de Nicholas Regan Jarman».

      ¿Sería cierto que tenía un hijo, un niño de su propia carne? Alik sacudió la cabeza morena. ¡Dios! ¿Sería posible que Blaire le estuviera diciendo la verdad?

      «Tienes derecho a saber que eres padre, sobre todo porque dentro de dos meses voy a casarme con otro hombre, que será quien críe a tu hijo».

      Alik se puso en pie rabioso y dio una patada a unas revistas de geología. ¿Acaso Blaire había creído que era un completo estúpido?, ¿era eso lo que pensaba?

      Sin duda Blaire se había quedado embarazada de su último novio, aquel por el que lo había abandonado a él al marcharse a Kentucky a dar un seminario y, tras nacer el niño, el muy bastardo del padre no quería saber nada. Probablemente habría amenazado a Blaire con retirarle su apoyo financiero, y por eso ella había decidido encasquetárselo a él, esperando que de ese modo él aportara fondos.

      ¡Ni loco!

      Alik tomó la botella y sorteó obstáculos por el abarrotado remolque hasta llegar al dormitorio, pero le fue imposible escapar de ella, su recuerdo le reverberaba en la cabeza.

      «Yo estoy hospedada en el Bluebird Inn de Warwick, y permaneceré allí hasta las once de la mañana de mañana, así que ya sabes dónde estoy si quieres ver a tu hijo».

      La amargura de Alik había llegado a su punto culminante. Se llevó la botella a los labios y murmuró entre dientes:

      –Puedes esperar hasta que el infierno se congele, cariño.

      Antes de que acabara la botella ya se había desmayado.

      Sumirse en el olvido significaba no tener que despertar jamás. Por desgracia, el corto respiro de Alik duró solo lo que el teléfono tardó en sonar. Desorientado en el oscuro remolque, Alik se pasó una mano por la barbilla y trató de sentarse. De pronto, vio la habitación. Se sentía endiabladamente mal, pero el teléfono seguía zumbándole en los oídos.

      Alik trató de abrir los ojos para mirar el reloj. ¿Las ocho menos cuarto? Mareado, volvió a reposar la cabeza sobre la almohada. Eso significaba que llevaba diez horas fuera de combate.

      ¿Pero qué podía esperar, tras beberse una botella de whisky escocés con el estómago vacío? El teléfono móvil estaba en la otra habitación. ¿Quién diablos podía dejarlo sonar veinte veces seguidas?

      Blaire. Seguro. Debía estar desesperada, necesitaba dinero. Lástima que no se hubiera dado cuenta de quién era él antes de traicionarlo con otro hombre. Se habían acostado juntos solo una vez, la noche antes de que él partiera apresuradamente para Kentucky para impartir aquel seminario. Al enterarse de que ella era virgen, Alik había retrasado el momento de acostarse juntos hasta después de la boda, había querido hacerlo así desde el principio. Sin embargo, a la hora de partir para aquel último viaje, algo, quizá lo repentino del mismo, había hecho a Blaire vacilar, sentirse insegura. Aquella noche Blaire le había rogado que le hiciera el amor asegurándole que su ginecólogo le había dado la píldora en su visita prematrimonial, y a él no se le había ocurrido dudar.

      En aquel momento Alik se había sentido terriblemente seducido por su calidez y su belleza, se había sentido tan profundamente enamorado y lleno de deseo que ni siquiera había sido capaz de prever lo que se le iba a echar encima.

      La noche en que hicieron el amor había sido la última vez que la había visto.

      Hasta aquella mañana…

      Si Blaire le había mentido en lo relativo a la píldora entonces el bebé podía ser de cualquiera, y exigía una prueba de ADN para creer que era de él.

      Tambaleante, Alik se levantó de la cama y se dirigió a la ducha en donde dejó que le cayera el agua hasta estar seguro de poder caminar sin tropezar. La idea de comer le resultaba repulsiva, pero necesitaba meterse algo en el estómago vacío. Tostó una rebanada de pan y tomó dos tazas de café, y entonces comprendió que o mordía el anzuelo o se pasaría el resto de su vida preguntándose por el motivo de la visita de Blaire.

      Por mucho que lamentara la idea de volver a verla, por mucho que detestara tener que estar en la misma habitación que ella, no podía dejar aquello sin resolver. No si quería vivir en paz el resto de su vida.

      Era evidente que jamás conocería a la verdadera Blaire. Según parecía no era más que una mentirosa, una tunanta que lo había arrastrado hasta el infierno con hilos de seda fabricados expresamente para él. Sin embargo el instinto le decía que, en lo relativo al niño, Blaire no mentía.

      Lo único que tenía que hacer era destapar el farol. Después, solo restaría escribir la palabra «fin» en aquella desastrosa historia y arrojarla a la papelera junto con el resto de sus amargos recuerdos.

      Alik se cepilló los dientes, se puso un pantalón limpio y un polo y abandonó el remolque.

      –¿Profesor Jarman? ¡Espere!

      Alik volvió la cabeza y se apoyó en el picaporte de la puerta para mantener el equilibrio.

      –Hola, señorita Call, ¿qué puedo hacer por usted?

      La atractiva rubia, una estudiante graduada, estaba comenzando a ponerse en ridículo a sí misma.

      –He estado tratando de ponerme en contacto con usted. Es viernes por la noche, y un grupo de estudiantes vamos a reunirnos en el remolque de Peter para hacer una fiesta. Me han elegido a mí para venir a invitarlo.

      –Son ustedes muy amables, pero me temo que tengo otros planes.

      –La fiesta durará toda la noche –continuó la rubia poco dispuesta a rendirse–. Será usted bienvenido a la hora que sea.

      –No piense usted que no aprecio la invitación, pero hace años que no voy a una fiesta, y no tengo intención de comenzar ahora. Buenas noches, señorita Call.

      –¿Por qué no me llamas Sandy? –preguntó la estudiante siguiéndolo hasta su camioneta.

      –Jamás llamo por el nombre de pila a las estudiantes en horario de clase –contestó él entrando en el vehículo y cerrando la puerta.

      –¿Y fuera de clase? –volvió a preguntar ella con descaro.

      –Cuando se trata de una estudiante, jamás hay momentos «fuera de clase».

      Aquella regla solo la había roto con Blaire, y había sido el peor error de su vida. Alik tenía la sensación de que se pasaría toda la eternidad pagando por ese error. Pero aquella noche, por fin, todo se dilucidaría.

      Alik echó marcha atrás y pisó con fuerza el acelerador deseando casi que la agresiva señorita Sandy Call mordiera el polvo y tomara buena nota de su respuesta. Con Blaire, en cambio, había sido todo al revés. Había sido él quien la había perseguido… hasta que ella se había dejado pillar…

      Blaire había faltado al primer examen de su asignatura y había telefoneado a su despacho con la excusa de que no había podido presentarse por tener un fuerte constipado. Acostumbrado a las tretas de las estudiantes, que confiaban en su belleza personal a la hora de conseguir ciertos favores, Alik no la había creído y le había exigido que se presentara de inmediato ante él. Estaba dispuesto a hacerle un examen oral si el problema consistía en que no podía escribir.

      Sin embargo, la despampanante estudiante pelirroja que se presentó en su despacho tenía realmente un fuerte constipado. Debía tener unos diez o doce años menos que él, y parecía


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