Retórica de la victoria. Giohanny Olave
Читать онлайн книгу.Puede darse la expulsión forzada de un grupo por el otro, o la dominación total, que apunta a silenciarlo. Finalmente se llega a la guerra civil, en la que los adversarios se convierten en enemigos y toman las armas. Pero también podemos pensar en la posibilidad de continuar coexistiendo sin violencia física y sin privación de derechos. Sin duda, la polémica pública, que perpetúa el disenso y la lucha, ofrece una forma de seguir compartiendo un mismo espacio, aunque el acuerdo parezca imposible (págs. 34-35).
Esta perspectiva desplaza la aspiración al consenso, e incluso a una ética erística, por la apertura de espacios que transmuten la violencia física en catarsis verbal y donde el disenso pueda explotar sin dañar físicamente al otro. El centro de las cuestiones sigue siendo el vivir juntos, ideal que, desde esta perspectiva del discurso, se canaliza propiamente en el uso de la lengua. Como bien lo señala Montero (2016, págs. 10-12), la afirmación de la alteridad constitutiva del lenguaje (bien sea como conflicto de clase, en la línea de Pêcheux3, o como confrontación polifónica inherente a la lengua misma, en Ducrot4) abonó desde muy temprano el terreno para los estudios de la polémica en el análisis del discurso. Esa alteridad esencial del lenguaje devino en hipótesis de trabajo sobre el carácter constitutivo de lo polémico en las diferentes reflexiones aparecidas desde la década del 80; en ese sentido, la analogía entre la polémica y lo polémico con la cuestión de la política y lo político es perfectamente posible: «En la medida en que el criterio asociativo/disociativo de lo político es un criterio fundante, lo polémico le es cosustancial. En suma, todo lo político es polémico, y, recíprocamente, todo lo polémico es político» (Montero, 2016, pág. 14).
El análisis del desacuerdo político atiende al estudio de las lógicas (recursos, modos y funciones) que inscriben la oposición en el discurso. La perspectiva retórica contemporánea permite avanzar más allá de la reducción a la persuasividad consensualista y de los tratamientos estético-ornamentales y pragmático-normativos de la retoricidad y de la argumentación. En el primer caso, una forma de ampliar lo estético-ornamental en el estudio de las figuras retóricas es asociarlas a la construcción del ethos y del pathos. De hecho, cabe aclarar que, en particular, en este trabajo me interesan las figuras por su desempeño en el despliegue argumentativo de la oposición en el discurso. En el segundo caso, una visión retórica de la argumentación no significa un examen de los argumentos desviados o de las estratagemas que aparecen en los intercambios argumentativos (algo que comúnmente está más ligado al análisis evaluativo de las falacias en la lógica informal y los modelos normativos de la argumentación). Se trata, más bien, de ubicarse al costado de paradigmas que abogan por una racionalidad unificada y que privilegian políticas del consenso.
La tarea primordial de la retórica es el estudio del desacuerdo. El estudio retórico de las divergencias implica situar los análisis en un momento histórico determinado y en los razonamientos particulares a cada época, en las que se traduce la aceptabilidad o el rechazo de los esquemas persuasivos que emergen a propósito de diferencias de opinión más o menos profundas. De este modo, «comprender el sentido de una creencia y de una convicción para un actor histórico es buscar reconstituir las razones que tenía para adoptarla y los argumentos por los cuales estaba, por su parte, preparado para sostenerla» (Angenot, 2013b, pág. 20). Sostener una convicción, en este sentido, significa asignar el estatuto de verdad a un conjunto de creencias que resuelven la problematicidad con un régimen de respuesta.
El estudio de las construcciones retóricas en la oposición política
Utilizo el concepto construcción retórica para dar cuenta tanto del proceso como del producto en los que se cristalizan los posicionamientos asumidos, en un momento histórico determinado, por ciertos actores sociales en disputa. Esa construcción, entendida a la vez como proceso y producto, incluye la dinámica de distanciamientos que los discursos establecen entre ellos y los direccionamientos de la verdad hacia sentidos particulares y divergentes. Metodológicamente, una construcción retórica es una unidad de análisis que permite interpretar los recursos, los procedimientos y las funciones involucrados en una tensión o en un desacuerdo inscrito en el discurso y expuesto en el espacio público. En el terreno de lo político, las construcciones retóricas permiten estudiar la oposición política como un fenómeno que se produce en y a través del discurso, por medio de confrontaciones entre estilos, escenas de enunciación, espacios de memoria, esquematización de objetos de discurso y disputas por la verdad del pasado, del presente y del futuro.
Utilizo la ambivalencia de la palabra ‘construcción’ para referirme al mismo tiempo tanto a las acciones como a los efectos analizados en las comunicaciones públicas. Las construcciones retóricas son unidades multidimensionales, por lo cual se diferencian de las estrategias retóricas, aun si estas son tomadas en el sentido restringido de estratagemas; pero son más concretas que el estudio de las retóricas de una época, una racionalidad o un actor determinado (por ejemplo: retórica neoliberal, retórica de la confianza o retórica presidencial, etc.). Como acciones, las construcciones retóricas remiten a sistemas de procedimientos más o menos intrincados, depositarios de una cierta lógica de posicionamientos, direccionamientos y distanciamientos. Como efectos, las construcciones retóricas producen disposiciones que orientan la interpretación hacia ciertas representaciones sociales en detrimento de otras; se trata, en fin, de efectos de sentido. Por último, estas construcciones anidan en fenómenos semióticos de mayor alcance y ponen a funcionar dentro de ellos la dimensión conflictiva de la diferencia; así, dentro del fenómeno de la oposición política, las construcciones retóricas dan cuenta de la inscripción del desacuerdo en el discurso.
El estudio de las construcciones retóricas dialoga con perspectivas provenientes de la ciencia política, que ven en la oposición política un terreno interesante para el análisis de las democracias contemporáneas. No me ocupo ni entro en las controversias propias de esa disciplina con respecto a la institucionalización del disenso, pero sí atiendo, desde la triple visión que expuse antes, a lo que Rosanvallon (2007) califica como «el gran problema político de nuestro tiempo» (pág. 21), centrado en que «el ideal democrático hoy no tiene rival, pero los regímenes que lo reivindican suscitan casi en todas partes fuertes críticas» (pág. 21), esto es, un consabido malestar social que deviene en reacciones de diferente tipo frente a la representación democrática en los gobiernos. Habría que partir, propone Rosanvallon (2007), de los problemas que la democracia debe enfrentar y ver en detalle cómo esos conflictos aumentan la distancia entre la sociedad civil y las instituciones. La dimensión retórica de la oposición política se ubica en ese terreno problemático.
En particular, entiendo que la oposición política no se refiere solo a la ejercida bajo el amparo de las instituciones legales y democráticas, si bien esas condiciones de producción determinan en gran medida su naturaleza, su orientación y su funcionamiento discursivo. Al respecto, Zucchini (1998) menciona lo siguiente:
Podemos definir la oposición como la unión de personas o grupos que persiguen fines contrapuestos a aquellos individualizados y perseguidos por el grupo o por los grupos que detentan el poder económico o político o que institucionalmente se reconocen como autoridades políticas, económicas y sociales respecto de los cuales los grupos de oposición hacen resistencia sirviéndose de métodos y medios constitucionales-legalistas o ilegales y violentos (pág. 1080).
Mi objetivo, sin embargo, no es discutir la legitimación de un discurso armado como modo de oposición política, sino explorar cómo la condición armada, histórica y social de una guerrilla, activa durante medio siglo, se tradujo retóricamente en sus modos de decir públicamente el desacuerdo. Tampoco me interesa determinar el tipo de oposición ejercido por la insurgencia, es decir, añadirle un adjetivo que la califique y la inscriba en una clasificación politológica5. Por el contrario, sigo aquí el trabajo de Brack y Winblum (2011), quienes proponen una mirada que critica la bibliografía anterior sobre oposición política, según ellos, predominantemente normativa (legal / no legal, responsable/irresponsable, leal / no leal, etc.), con una perspectiva de trabajo estrecha (institucional) y sin relevancia de los actores involucrados. Así, se proponen una definición que no excluye actividades, actores ni lugares de oposición, ni está basada en funciones o propósitos: «La oposición política es un desacuerdo con el Gobierno o con sus políticas, la política de élite, o el régimen político